Las provocaron en la Edad Media y Moderna los elevados precios del pan y su escasez y, aunque Domínguez Ortiz pregonara lo contrario, eran verdaderas revueltas revolucionarias, pese a que “solo reivindicaban comida”, porque la comida es la primera necesidad del ser humano y si sus precios se hacen inalcanzables para mucha gente, como ya están laborando algunas grandes empresas, terminan arrastrando otros sectores que también manejan precios abusivos. Acuerdos comerciales aparte, el trigo producido en Andalucía y Castilla-León basta para el aprovisionamiento interior. Y en tiempo de escasez no es bueno seguir pensando en la exportación por más grande que pueda ser el beneficio.
Ahora es más difícil ponerse de acuerdo que en la Edad Media, pero es más fácil comunicarse y muy grave provocar hasta el extremo. El pan ya ha subido desde el principio de la guerra el 75%, un porcentaje brutal. Por ahora se soporta porque su precio, aislado, no es de los más inalcanzables, sólo es una más que señora subida.
Y a pesar de la exageración, ya se habla en medios profesionales de otra. Otra subida que sería tremendamente abusiva además de poner en peligro muchas economías, por su propio precio y por el efecto arrastre o efecto dominó que puede ejercer y es presumible que ejerza sobre otros alimentos.
Los hilos se tensan hasta que se rompen y la patronal panadera, si realmente tiene el proyecto de subir de nuevo, lo que superaría el doble del precio en sólo unos meses, si guarda ese proyecto, decimos, puede provocar conflictos de los que deberá hacerse la única responsable. Cuando hay manifestaciones o protestas, bautizadas con el pomposo y falsario nombre de “desórdenes”, la única salida para el poder es la represión.
Represión a cualquier precio, sobre todo si se producen después de las elecciones. Sin embargo represión no es solución. Solución es un buen tirón de orejas a quienes no se cansan de acumular beneficio a costa de empobrecer a los demás, en cualquier cantidad.
