Lo malo es que revientan; hablamos de burbujas, no de pompas de jabón que también son burbujas pero no tienen nada que ver con estas. Estas son peligrosas, porque salpican a todos y la última nos costó más de cien mil millones de euros, aumentar el poder coercitivo y dictatorial de los bancos y no haber podido salir todavía de ella, a pesar de la nueva proliferación de oficinas inmobiliarias con su eficaz contribución a su inflado por su afición a la subida de precios y de alquileres. ¿No aprendemos? ¡De sobra! Han aprendido muchos y muchas a especular. A subir precios a lo que llaman “tasar” porque a mayor precio mayores emolumentos, que, para ellos y ellas más vale menor venta -menos trabajo- con altos beneficios.
El precio de una vivienda ha subido en los últimos cuarenta años entre diez y quince veces más que los sueldos. El de los alquileres, por el estilo: hace cuarenta años un alquiler podía costar entre el 15 y el 20% del salario mensual. Así sí que, quien no pagaba, o no trabajaba o era un moroso redomado. Ahora cuesta pagar hasta quedándose sin comer. Pero eso a los especuladores propietarios les importa un bledo. A Moreno Bonilla tampoco. Él vive en una vivienda nueva, grande, en pleno centro y gratis aunque si la tuviera que pagar tampoco sería una mella dolorosa en sus ingresos.
A él le preocupan más los especuladores chicos y grandes, las grandes promotoras, los fondos-buitre. Les caen mejor, simpatiza con ellos mejor que con los sufridos contribuyentes forzados a dejarse el sueldo en la vivienda y tener que recurrir a alguna organización benéfica para poder comer. Por eso el señor que quiere gobernar sólo se niega a aplicar la ley de la vivienda, no vaya a mermar aunque sea levemente los cuantiosos ingresos de sus amigos. A Moreno no le preocupa la explosión de otra burbuja, a él no le va a afectar, ni le afectará la proliferación de viviendas vacías con la consecuente aparición de nuevos barrios de chabolas. Él, aunque pierda San Telmo tendrá medios para mantener algo más que una vivienda digna.