Macron no es un señor bajito con menos altura de ideas que física. Y no es dictador de España. Las diferencias marcan. Pero se ha pasado. Y como lo “cortés no quita lo Presidente”, merece un correctivo, porque la libertad no termina, es como el aire, como el agua, como el Derecho con mayúscula. Tiene fin la ley. La legislación tiene fin en el doble sentido de que tiene una finalidad y de que tiene final. La ley no es inmensa ni infinita, la Justicia, sí. La Justicia no puede tener fin. Como la solidaridad, como la Libertad.
Macron ha caído en la trampa pseudo libertaria de “la libertad de cada cual termina dónde empieza la de los demás”. Una frase-trampa, si la libertad fuera limitada, no sería libertad: estaríamos todos en libertad condicional, apresados por el pensamiento único; y para eso, los antepasados de Macron podrían haber ahorrado la sangre y la enseñanza de la revolución. Dígase más bien, más justamente, la libertad no “acaba donde…”, porque no acaba. La libertad deja de ser libertad cuando en su nombre se conculca la de otros. El sentido-sentimiento, la filosofía -mejor anti-filosofía- de que la libertad debe terminar para que pueda empezar la del vecino, es una forma equívoca, sibilina, de limitar la libertad propia y la del vecino. Que reine la sinceridad: Todo cuanto limite la libertad individual o colectiva, no es libertad. Es totalitarismo. La libertad la pagan solamente los seres libres, los únicos que pueden perderla. ¿La pierden a manos de otros seres libres? Sí, en tanto han nacido en libertad. No, porque al elegir el camino de la intransigencia traspasan la línea y se colocan en el de los totalitarios, que resulta ser la mejor forma colocar a todo el mundo en libertad condicional.
No se trata de cambiar los muertos de antes de la invención de las vacunas por los provocados por estas. Fundamentalmente lo único claramente visible es contar a unos y a otros como si esto fuera la tercera guerra mundial, aunque lo sea, que ya todo es posible. No es negativismo: el virus existe, y eso nadie con sentido común puede negarlo. Se trata de confiar o no en las vacunas obtenidas a la ligera, sin tiempo para suficientes ensayos, se trata de un derecho inalienable, parte de la libertad de elección es confiar o no en ellas Porque frente a los millones gastados, extraña la negativa cerrada a favorecer la investigación en otra dirección como sería, por ejemplo, un medicamento que actúe directamente sobre el virus del que ya sabe “algo” la Universidad de Córdoba, pero en lo que ninguna autoridad ni siquiera sanitaria ha querido implicarse, mientras se fuerza a gastar solamente para promover el comercio farmacéutico, que sólo eso es la “recomendación” de usar los inexactos test de antígenos.
No se trata de cambiar muertos y heridos, que todavía no es la tercera guerra mundial. No se quiere ese intercambio, al menos la mayoría no lo quiere. Ni se quiere un presidente que afirma estar dispuesto “a joder todo cuanto pueda…”. Quien es tan ligero, tan desahogado, tan presto a expresarse en esta forma, denigra al gobierno, denigra a su nación y se denigra a sí mismo. Y no merece presidir un Estado serio como Francia. n