En apenas ocho días, el botellódromo de Jerez ha sido escenario de dos sucesos que han disparado las alarmas en materia de seguridad, sobre todo teniendo en cuenta su trágico y fatal antecedente: la muerte violenta de Jairo Gómez en el verano de 2012. Es cierto que se trata de dos hechos aislados, aunque puestos de relevancia por la próximidad temporal entre uno y otro, pero eso no impide que la ciudadanía se pregunte si las medidas de seguridad previstas en torno al recinto son las adecuadas. La respuesta, según los expertos en la materia, es sí. De hecho, los policías que actúan en el dispositivo del botellón realizan durante los fines de semana actuaciones relacionadas con el consumo de alcohol y frente a conductas incívicas: “Se vigila, se controla, se sanciona y se asiste. Los agentes llaman incluso a los padres de los jóvenes”, apuntan desde el Ayuntamiento, desde donde, pese a todo, han confirmado que a partir de este fin de semana se reforzará la seguridad en el recinto, en especial de cara a controlar la presencia de menores. Lo que parece evidente es que el problema del botellódromo no es tanto de seguridad como de ofrecer alternativas de ocio a los jóvenes que se dan cita en el mismo, de manera que no todo se reduzca a un lugar en el que consumir alcohol libremente, sino un punto de encuentro en torno a actividades que sean de por sí el principal aliciente, y no el hecho de beber exclusivamente, como si los jóvenes no tuviesen otras inquietudes.
Jerez
El botellódromo, en el punto de mira
El problema del botellódromo no es tanto una cuestión de seguridad como de ofrecer alternativas de ocio a los que acuden al mismo
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