En 1939 nacería un niño de cuna humilde y trabajadora en una villa marinera rodeada de pinos y mar con vistas a la Bahía Gaditana. Desde pequeño este quedaría maravillado con el entorno natural que rodea a su localidad. Pasaría la infancia jugando y corriendo aventuras junto a sus compañeros de barrio, siempre alrededor de esteros, salinas, caños, en la playa urbana de la Cachucha, en la pequeña isla del Trocadero, en la cabezuela y sobre todo en la ribera del río San Pedro y en el parque de Las Canteras. Con aparejo en mano aprendería como buen portorealeño a pescar y mariscar. Aprendería a cruzar el rio navegando en una barquilla ribereña. Desde la infancia este niño mamaría de sus familiares y amigos la importancia que ha tenido el astillero para economía de este pueblo, siendo el Dique de Mata gorda uno de los principales motores de desarrollo económico de Puerto Real.
Este joven iría creciendo escuchando historias de los viejos lobos de mar, de los canteros de antaño y de los jubilados de los astilleros. Entre grandes capturas de peces, alguna que otra batalla, desembarcos de contrabando y más de un triste naufragio, los curtidos marineros disfrutaban contándoles sus batallitas a plazo a los chiquillos. Por otro lado, los últimos trabajadores de las canteras añoraban en sus relatos lo importantes que fueron sus cantos de piedra ostionera para la construcción de catedrales, palacios, malecones, fortificaciones, grandes edificios públicos, etc. nacionales e internacionales. Los viejos trabajadores de Mata gorda cuentan que desde su construcción en 1878, este Dique forma parte de la geografía sentimental de generaciones de portorealeños.
Nuestro personaje de esta breve semblanza tenía un prodigioso oído para la música, con corta edad aprendería a tocar instrumentos musicales de cuerda, guitarra, laúd y bandurria. Esta última sería la que le abriría la puerta para formar parte de la historia del carnaval gaditano, ya que siendo un adolescente saldría en su primer coro, ‘Los Alegres Trovadores’, allá por el año 1956, de la mano del maestro Pedro Álvarez Hidalgo (1927-1990). Haremos un breve repaso a la vida de este importante músico dentro y fuera del carnaval.
Don Pedro, como le llaman sus paisanos, era hijo y nieto de músicos, con 18 años ya era director de coros eclesiásticos. Cuando dirigía La Masa Coral Portorealeña, la cual contaba con una orquesta de pulso y púa, esto le dio pie para sacar su primer coro de carnaval en 1956, el antes mencionado. Este fue el primer coro de esta localidad en concursar en el teatro Falla, aunque Puerto Real a finales de 1800 y principios de 1900 ya contaba con coros de carnaval.
Como amante de la música que era, este maestro exigió a su coro un grado de afinación y la vocalización no visto antes en los coros de carnaval, por lo que pronto destacó por su calidad. El tango de Puerto Real era tan especial que se le empezó a conocer como Tango Ribereño, una manera de no decir que “era mejor”, sino que “era diferente”. Imprescindible fue su defensa del coro cuando en los años 60 la modalidad sucumbía bajo la sombra de la comparsa, recién creada por Paco Alba, manteniendo viva la llama del tango gaditano y que ha llegado hasta nuestros días gracias al maestro Álvarez que no lo dejó morir. En 1966 solo salió un coro de carnaval, y era el coro de Puerto Real ‘Los Don Juanes de Zorrilla’. Ese año Puerto Real impidió que el tango se apagara.
Hoy en día este célebre maestro tiene en su tierra una prestigiosa banda de música, que sus miembros llevan bordados en sus corazones con acordes y notas musicales un pentagrama donde está eternamente representada la figura del maestro Don Pedro Álvarez Hidalgo.
Volvamos a retomar a nuestro corista recién desaparecido a finales del año pasado. Este discípulo aventajado del maestro Álvarez en 1969 compondría su primera música de tango para el coro ‘Los granaderos del Reino’. Pero no sería hasta 1979 cuando cogería la autoría del coro ‘Aires de mi Tierra’. A partir de ahí el coro de Puerto Real vivió su etapa de esplendor en la década de los 80, obteniendo primer premio provincial y varios premios más con la unificación en el Teatro Falla. Algunos de aquellos coros son ‘Estampas Criollas’, ‘Los Corsarios’, ‘Hay Moros en la Costa’, ‘Mi no comprender’, ‘Me tocó La China’, ‘Tierra a la Vista’, ‘25 Quilates’, etc.
Este artista provincial compuso música para 27 coros en sus 50 años dedicados en cuerpo y alma al carnaval de Cádiz. Es reconocido en su tierra y el resto en el resto de la provincia gaditana como ‘El Padre del Tango Ribereño’. El músico se marcha sin recibir el más merecido Antifaz de Oro de la fiesta.
Vaya este merecido homenaje que los aficionados del Carnaval de toda la provincia le dedican a Antonio García Fernández y al Coro De Puerto Real, con la ilusión de que las notas del Tango Ribereño vuelvan a resurgir como el ave Fénix de sus cenizas.