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'Misión: Imposible', el cine reivindicado como espectáculo total

Misión Imposible es de las pocas sagas de las últimas décadas que ha sabido calibrar su lugar en el lado bueno de la historia del cine

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La primera entrega de Misión: Imposible, estrenada en el verano de 1996, era una excelente película de acción desde la que volvía a reivindicarse un inspiradísimo Brian de Palma, que fue el que delimitó algunas de las señas de identidad de la que, con el tiempo, se ha convertido en una de las sagas cinematográficas más longevas y rentables de Hollywood.

Entre esas señas de identidad estaba una cuidadísima y exigente puesta en escena y la renovación de conceptos sempiternos como la lucha del bien contra el mal o el sacrificio personal del héroe clásico, desde las que ha reclamado su lugar en el lado bueno de la historia del cine.

No estamos solo ante una película de acción que persigue el entretenimiento del público que llena las salas de cine, sino ante un artilugio que pone de manifiesto el compromiso con el cine como experiencia, el cine como espectáculo total, como auténtica evasión de la realidad, y si De Palma fue el hombre que inspiró esos conceptos, Tom Cruise, como actor y productor, es el que los ha elevado por encima de todas las cosas. Este hombre, definitivamente, se merece un homenaje.

Es la séptima entrega de la saga -dividida además en dos partes: la segunda no se verá hasta dentro de un año- y supone, como en las dos anteriores, un paso más allá en la evolución tanto argumental como narrativa de la misma, una vez que Cruise ha consolidado la alianza artística con el director y guionista Christopher McQuarrie -por si alguno lo ha olvidado es el autor del guion impecable para una película memorable: Sospechosos habituales-, que les ha llevado a coincidir en otros proyectos más allá de Misión Imposible.

Evolución argumental desde el momento en que incide en cuestiones y debates contemporáneos -aquí, la vuelta a lo analógico como sinónimo de seguridad frente a la amenaza de la inteligencia artificial, aquí denominada como La Entidad-.

Y evolución narrativa dentro de un desarrollo dramático en el que pesan tanto los silencios y las pausas, como los momentos en los que se desata la adrenalina. Y hay muchas pausas y silencios en esta Sentencia mortal dentro de la progresiva y creciente espectacularidad de sus persecuciones y combates, desde la muy divertida que se desarrolla por las calles de Roma, hasta el trepidante colofón en el Orient Express, que deja abierta la incógnita acerca de hasta dónde serán capaces de llegar sus responsables en la segunda parte para superar esta experiencia inmersiva en la oscuridad de una sala de cine.

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