El año 2014 fue clave en la vida de José Luis Ruffo (Cádiz, 1975). Fue cuando sufrió una lesión en la columna vertebral que, a la larga, le terminó costando su puesto de trabajo. Durante esa baja y el prolongado periodo de rehabilitación, Ruffo decidió que tenía que reenfocar sus energías y desfogarse mediante una de sus pasiones, a la que nunca había dado rienda suelta: la escritura. Este psicólogo, con un Experto universitario en Criminología y un postgrado en Neuropsicología, ha trabajado en ONG como Cruz Roja o en asociaciones que ayudan a drogodependientes a dejar sus adicciones, por lo que, al menos por cercanía, decidió empezar a escribir sobre situaciones que había presenciado. Homeless, primera obra de la trilogía Leyendas de la injusticia social, vio la luz en 2015. Hopeless, la continuación de la saga, se publicó a mediados de este 2018.
Si trabajo y digno no son dos palabras que van juntas, hablamos de esclavitud"¿Cómo ha llegado hasta aquí?
Por mi trabajo en ONG, la injusticia social era un tema que me interesaba. Estos libros se basan en noticias, siempre digo que los periodistas me habéis hecho la mitad del trabajo (risas). Todo empezó con una publicada en 2013, que hablaba de la muerte de una persona sin hogar en la puerta del Hospital Virgen del Rocío, donde le dieron el alta poco antes. Ahí empecé a buscar historias que nos hagan ver la injusticia social con la que convivimos. Cada vez hay ciertas historias que se cuentan menos, pero los temas siguen estando ahí. Hay gente que se quita la vida porque no puede pagar la hipoteca, desahucios, personas que viven en la calle… Basta con abrir un poco los ojos para ver lo injusto que es este mundo. Por eso hago estas denuncias.
Son temas incómodos que muchos no quieren ver.
Ha habido gente que con el primer libro me decía que se le había hecho muy duro leerlo. A muchos les cuesta mirar a estos temas, prefieren vivir al margen de la realidad. Por eso, si consigo que una o dos personas se den cuenta de la realidad que viven, ya me doy por satisfecho.
Quizás no somos conscientes de lo “fácil” que es encontrarse en una situación así, ¿no cree?
Yo mismo tengo vecinos que me dicen que no pueden pagar la comunidad porque llevan un año y medio parados. O gente muy cercana que hace cinco años tenía unas condiciones de trabajo aceptables y ahora lo poco que encuentra es casi de esclavitud. Encima hay que dar gracias por tener trabajo, aunque a mí es una frase que me da rabia, porque nos conformamos con las migajas. Si trabajo y digno no son dos palabras que van juntas, hablamos de esclavitud.
¿Cree que la crisis nos ha hecho menos solidarios?
Nunca me lo había planteado. Aunque es verdad que en situaciones de precariedad, esto es una jungla. Llegan a enfrentarse pobres contra pobres. Nos volvemos poco solidarios pero porque amenazan nuestro entorno más cercano, a nuestra familia, el futuro de nuestros hijos… Y de forma equivocada vemos como enemigos al de enfrente, o al extranjero, cuando realmente no es así. Nos dirigen para que pensemos de esa manera.
¿Estamos abocados a incrementar esa falta de solidaridad con la llegada de partidos de extrema derecha?
Ahora ya no hay complejos. Las ideas estaban ahí. Ahora no es que seas racista, es que intentas proteger a tus compatriotas, no es que seas machista, es que a mi hijo le han acusado o le han dicho tal cosa... Era lo que nos faltaba en España para ser europeos.
“¿Qué pasaría si estos desgraciados que se aprovechan del sufrimiento ajeno tuvieran una verdadera condena?”, se preguntaba en su primer libro. ¿En quién piensa cuando escribe esta frase?
Tengo en la cabeza a las personas que viven en la élite y que nos dirigen, aunque suene a teoría de la conspiración. Cuando conviene, aprietan las tuercas a la clase media, y se me viene a la cabeza las protestas en Francia, que finalmente han conseguido lo que pretendían.
¿Tiene remedio esta crisis de valores?
Por un lado me encantaría decirte que sí, porque tengo dos hijas y me encantaría decirles que la cosa tiene remedio. Pero después veo el día a día veo y creo que es muy complicado. Habría que plantearse casi una revolución que tenga una serie de pilares, como el feminismo, la igualdad, los avances científicos… Pero es difícil, a quien mueve los hilos no le interesa, nos distraen con el fútbol y los programas de televisión.
¿Por qué cree que son “invisibles” para muchos las personas sin hogar que están en la calle?
El hecho de que en el primer mundo haya personas que vivan en la calle o que mueran de frío por dormir al raso, supone un fracaso como sociedad. No queremos mirarlo o, cuando lo hacemos, los estigmatizamos. Siempre buscamos la excusa para no hacer un poco de autocritica, que no viene mal de vez en cuando.
No está bien visto reconocer los fracasos en este país…
Somos un país poco autocrítico. El fracaso es parte de nuestras vidas, todos fracasamos alguna vez y en vez de ayudar al que fracasa para que se levante de nuevo, aquí se mira hacia otro lado, y si se levanta ya le volveré a hablar.
En sus libros también habla de inmigración, un colectivo al que se hace responsable de muchos de nuestros problemas.
Hay a quien le conviene hacernos ver que son el enemigo cuando no es así. Hoy en día meter un bulo es muy fácil, pero siempre ha funcionado. En los años 30 del siglo pasado no había redes y el fascismo triunfó con el mismo discurso. Siendo Andalucía y la provincia de Cádiz la puerta de entrada a Europa lo vivimos de una forma muy cercana, pero también deberíamos ver el sufrimiento que pasan estas personas, cómo tienen que estar para tirarse al mar a morir. Esta serie de mentiras que se extienden es fácil pararlas, solo hay que ser autocrítico y mirar hacia atrás.