El instituto Fernando Aguilar Quignon de Cádiz está a punto de viajar en el tiempo 500 años atrás. Sus más de mil alumnos ejercen ya de grumetes. Y aspiran a convertirse en contramaestres en un viaje que les llevará a conocer civilizaciones desconocidas, flora y fauna nunca vistas, rutas jamás recorridas. No es un viaje cualquiera. Es el viaje más importante, el que hace cinco siglos, con Fernando Magallanes y Juan Sebastián Elcano al frente, terminó siendo la primera circunnavegación por la Tierra. Su éxito, sus tragedias, sus descubrimientos forman parte ya de la experiencia educativa de estos estudiantes gaditanos.
La idea partió del profesor Lorenzo Gómez, alma máter de este proyecto interdisciplinar que el Fernando Aguilar Quignon desarrolla ya. “Llevábamos un año del confinamiento, algunos alumnos no saben qué es irse de excursión, queríamos devolver la ilusión de venir a clase, de acabar con este cansancio pandémico”, explica emocionado el director del centro educativo, Nicolás Montero.
Por eso, cuando Lorenzo Gómez propuso esta idea la acogió con tanta entrega. La propuesta era aprovechar la celebración en este año del fin del viaje de la primera vuelta al mundo que comenzó Magallanes en 1519 y que terminó Elcano en 1522. “Fue una experiencia enorme, de la que se pueden aprender muchas cosas de muy diferentes aspectos, tanto de conocimiento específico sobre asignaturas, como para la propia vida”, detalla.
La idea fue bien acogida en la Junta, que le ha concedido 7.000 euros del programa Impulsa de la Consejería de Educación y Deporte, que junto a otros 2.000 euros aportados desde el centro, ha logrado una financiación suficiente para emprender un plan que será visible en el instituto en abril, pero en el que se viene trabajando desde hace algunas semanas.
Los alumnos son considerados grumetes de la tripulación del barco y, a lo largo de este curso, aspiran a convertirse en contramaestres si van superando una serie de retos educativos. Además, pueden canjear con maravedís virtuales de buen comportamiento algunos privilegios como tener más tiempo para terminar un examen o entregar un trabajo.
Además, el profesorado ha incorporado a sus lecciones aspectos relacionados. En matemáticas se ha comenzado a estudiar los rumbos y las cartas náuticas. En biología, se estudian enfermedades como el escorbuto. En óptica, se están haciendo telescopios. En carpintería, rosas de los vientos. En tecnología, mecanismos de barcos. En música, se conocen partituras del siglo XVI. Hay nociones también sobre los viajes en inglés, religión o lengua. Y, claro está, en historia.
“Nosotros en filosofía también estamos proponiendo una reflexión crítica sobre las consecuencias de aquel viaje, la geopolítica, los efectos de la colonización, es decir, un acercamiento a aquel acontecimiento que tuvo luces, pero también sombras”, revela el profesor Luis Labajo.
Y todo esto, que ya se está haciendo, explosionará en abril convirtiendo las instalaciones del instituto en un gran viaje. Lorenzo Gómez y el director dibujan en el aire lo que han pensado para cada zona. En el hall de entrada señalan unas columnas. “Aquí pondremos cuerdas para decorarlas de arriba a abajo. Esto será Sevilla, los alumnos de tercero servirán de cicerones y explicarán cómo se preparó aquel viaje”. Habrá estands, puestos de especias, y todos los departamentos expondrán los trabajos para que pueda celebrarse una jornada de puertas abiertas.
La iniciativa ha contado también con colaboradores de fuera. Miguel Ramos, uno de los organizadores de la Sail GP en Cádiz, va a aportar objetos náuticos para hacer una exposición muy potente. Habrá colaboraciones de la Armada, la Fundación del V Centenario y empresas cercanas que han aceptado participar con precios amables.
Los profesores y el director irradian ilusión mientras agradecen el apoyo de todos, y reciben el material que permitirá poner en pie todo este proyecto. Creen firmemente en su utilidad. “El viaje de Magallanes y Elcano es una enorme lección para nuestros estudiantes”, explica Nicolás Montero. “Les enseña que en la vida hay que tener objetivos altos. No hay que dejarse llevar por la mediocridad. Que frente a la cultura de la inmediatez, las cosas necesitan esfuerzo y paciencia. Que los retos se consiguen mejor en equipo. Y que hay que estar abiertos a nuevas rutas”. En ese reto el Instituto Fernando Aguilar Quignon se dispone a navegar para buscar nuevas rutas. Les sopla a favor el viento, tras meses de inacción, agotamiento y tristeza por el coronavirus. Si este viaje sale bien, podrán venir otros. Y eso es lo mejor: no dejar de soñar. Es recuperar la ilusión de enseñar y aprender después de la tormenta.