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¿Religiosidad, turismo?

El periodista Manuel Contreras diserta sobre la religiosidad de la Semana Santa

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  • Miles de jienenses siguen cada año las procesiones
Ya en Semana Santa, -5 de abril, domingo de Ramos; 12 de abril, Pascua de Resurrección-, vuelven a mi mente las mismas interrogantes de años precedentes. Esta gran Semana Santa, ¿sigue siendo Santa? ¿Ha sido desvirtuada en su santidad por la presión de los turistas? … pero siempre queda en el fondo la valoración de la religiosidad popular; ¿se trata de verdadera religiosidad? ¿Es simple muestra de la sociología de un pueblo? ¿Es mero folklore bien organizado en orden a su explotación turística y comercial?
A pesar de meditar mucho estas cuestiones no encuentro quizás una respuesta adecuada; al menos una respuesta efectiva, capaz de actuar en las grandes fuerzas que en el “fenómeno” intervienen, y por supuesto, a reconducirlas al término a que la Semana Santa, por su naturaleza dogmática, histórica y religiosa, debe llegar.
Meses atrás están ya operando las denominadas agencias de viajes, en orden a crearse numerosa clientela a la que llevar a destinos ambiciosos para el brotar de la primavera. Ya no hay límites, todos los destinos son alcanzables. El turismo ha cobrado ya entidad internacional. El viaje en esta fechas está de moda.
Pero otra perspectiva de la Semana Santa es entendida desde el punto de mira religioso. Por eso esta Semana es denominada Santa por excelencia. Las manifestaciones religiosas típicas durante esta Semana, en gran parte de las zonas turísticas, tienen peso específico en el hecho viajero de comienzos de primavera. Por ello constituye una gran atracción.
Sin embargo, creo que no todo modo de movimiento en Semana Santa, sea movimiento puramente turístico, que sea un abandono de las vivencias religiosas habituales de la familia, de la localidad de origen, de la parroquia en que se incorporaron a la Iglesia.
Es posible, y aún frecuente, que quienes viajan en Semana Santa tengan bien presente su propia participación en los actos litúrgicos, sin olvidar que, en parte, esos movimientos llevan el signo de regreso al “`pueblo”, al pueblo de los padres, donde se habían educado, donde se había logrado esas amistades de la infancia.
La Semana Santa es entonces oportunidad de reencuentro de amigos, de precomposición de familias dispersas, de reminiscencias de fiestas parroquiales, de Vía Crucis, de procesiones, de Dolores y de Cristos… durante ella se remueve el poso y el fondo emocionales, profundamente religiosos…No es como en verano. Entonces todo es dispersión, alegría, fiesta…Ahora es concentración, recogimiento, vivencia profunda.
Pero no sólo se ha de analizar la Semana Santa en sí, y descubrir si es así; hay que observar también si su santidad se desvanece como humo de sus velas o el aroma de sus inciensos en una densa contaminación de folklore y explotación comercial. El mensaje de la Semana Santa no debe quedar reducido a voz que clama en el desierto. Las luces de los cirios pascuales no deben ser mera lluvia de estrellas fugaces que, en cuanto aparecen, quedan absorbidas en la noche oscura.
Constatamos en nuestro entorno social fuerzas poderosas que intentan desvirtuar la religiosidad popular. Nosotros, responsables de nuestra fe pública y comunitaria, debemos, cual auténticos cristianos, revigorizar nuestra capacidad misional, transfundir autentica religiosidad, que, al ritmo de los tiempos, adopte unas u otras expresiones privadas y públicas. Es misión nuestra. No esperemos a que todo lo resuelvan los curas o los obispos. También en esto debemos superar la psicología de una infancia eclesial. Démonos cuenta de nuestra mayoría de edad eclesial y asumamos serenamente nuestro quehacer. Olvidarse de Él, desterrar su cruz y convertir los tempos en simples lugares de estancia turística.

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