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Emil Zatopek, el hombre que corría demasiado

Afirmó que “un buen atleta no puede correr con dinero en los bolsillos. Ha de hacer con sueños en la cabeza”

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  • Emil Zatopek

el mundo del deporte está repleto de historias. Algunas, con la pátina del tiempo se han convertido en leyenda. Esta es una de ellas Imaginen ustedes la escena. Praga, año 1974. Una calle cualquiera, de madrugada. Una brigada de basureros está limpiando la ciudad. De repente empiezan abrirse ventanas, la gente sale de sus casas, y todos empiezan a vitorear a uno de aquellos basureros. Le quitan las escoba de las manos, le ayudan a hacer su trabajo, entre palmadas en la espalda y aclamaciones que no cesan. ¿Qué estaba ocurriendo allí? Pues que aquel basurero, que primero soportó la ocupación nazi y más tarde la mano de hierro del comunismo ortodoxo soviético, era el atleta más grande de la historia de aquel país que entonces todavía se llamaba Checoslovaquia. Y probablemente también el fondista más grande de la historia universal del atletismo.
Emil Zatopek se aficionó tarde a las carreras. Quizá esa falta de formación explique parte de su leyenda. En 2008 el escritor francés Jean Echenoz publicó una novela titulada "correr"; en rigor, el libro es un retrato bastante fiel de Zatopek, cuya vida dentro y fuera de las pistas es en sí misma una novela.
Nacido en un pequeño pueblo de Moravia, tenía 17 años cuando las tropas alemanas invadieron Checoslovaquia. Trabajador en una fábrica de calzado, el joven Emil nunca había participado en una carrera, ni se le había pasado por la cabeza. Lo hizo por primera vez casi obligado, formando parte del equipo de la fábrica, contra una selección de la whermacht. Y le gustó. Tanto le gustó que se aficionó a correr por el campo, sobre la nieve, muchas veces calzando pesadas botas militares. Esa costumbre la mantendría más tarde, una más entre las excentricidades de Zatopek. Afirmaba que después de entrenarse con aquellos zapatones, luego en la pista, con zapatillas de deporte, se sentía más ligero. Entrenaba hasta la extenuación según un método inventado por el mismo, nunca necesitó ni permitió que le dieran masajes.
Nunca antes ni después nadie corrió ni ha corrido como él. Hacía justo lo contrario de lo que le recomendaban entrenadores y médicos: corría Emil con la cabeza encogida entre los hombros, con el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, balanceándose sin cesar, con los puños cerrados, contorsionando caóticamente el tronco y haciendo todo tipo de cosas con los brazos y de muecas en el rostro. Su aspecto mientras corría era de puro sufrimiento, de agonía. Pero gana. Y empieza a ganar sin parar. Primero en su país, más tarde en Europa, en aquella Europa devastada por la guerra. Su primera victoria fuera de Checoslovaquia -que gran metáfora- se produce en el estadio que Hitler construyó en Berlín para mayor gloria de la Alemania nacionalsocialista. Allí Emil es el único representante de su país en unos Juegos militares, y pone al estadio boca abajo sacándole más de una vuelta al segundo.
Su primera gran cita fueron los JJOO de Londres, en 1948. Allí consiguió sus
dos primeras medallas: oro en 10.000 y plata el 5.000. Ya es un héroe en su país, al que el gobierno comunista recompensa con un ascenso en el ejército, del que formaba parte. Pero la apoteosis llegó cuatro años más tarde, en los Juegos de HELSINKI. Allí, Emil Zatopek, la "locomotora humana", como ya todos el conocen, hace algo que nadie antes ni nadie después fue ni ha sido capaz de repetir. Una hazaña única. En el plazo de diez días gana las medallas de oro en 5000, 10.000... y en la maratón. Era la primera maratón que corría en su vida, y no se prodigaría demasiado en esta prueba porque le pareció aburrida, de puro fácil.
La edad y las lesiones lo fueron desgastando, y cuatro años más tarde en Melbourne tuvo una discreta actuación. Su última prueba la corrió en España en 1958, ganando el cross internacional de Lasarte.
Retirado como una gloria nacional, su vida, como la vida de millones de checoslovacos, sufrió un violento centrifugado en 1968. La primavera de Praga fue aplastada por la bota soviética y por las tropas del Pacto de Varsovia. El presidente Alexander Dubcek fue depuesto y condenado a trabajar de jardinero. A Zatopek le aún fue peor: posicionado públicamente a favor de las reformas democráticas, fue expulsado del ejército y del partido comunista, y desterrado como obrero manual a unas insalubres minas de uranio. Trabajó más tarde como basurero, como topógrafo y finalmente, tras ser obligado a retractarse públicamente de sus errores, en un oscuro archivo.
La historia, que suele ser perversamente cruel con los crueles, puso las cosas en su sitio. A los guardianes de la ortodoxia se los tragó el olvido. Tras la caída del comunismo, Emil Zatopek recuperó en su país la estatura colosal que nunca había perdido en el corazón y en la memoria de sus compatriotas. En 1997 fue declarado el mejor atleta del siglo XX, y hoy está considerado una gloria nacional en la República Checa. La locomotora descarriló definitivamente el 22 de noviembre de 2000. Zatopek afirmó una vez que un "buen atleta no puede correr con dinero en los bolsillos; ha de hacerlo con esperanza en el corazón y sueños en la cabeza". A Emil Zatopek nadie podrá olvidarlo por lo que fue: un gran atleta -el mejor- pero también una buena persona y un hombre honesto.

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