En los años 60 y 70, Barbate crecía hacia la parte alta del pueblo, y con él sus lugares de ocio. Algunos de los principales se van concentrando alrededor de la zona del mercado de abastos, como los cines Atlántico, Terraza y Puerto; las cafeterías y bares, como el Mediterráneo, El Pistacho, el bar de Antonio Marín, el Pelao…, junto con otros que responden a nuevas formas de divertirse, como los llamados pubs: Edén, Nelinger, Géminis, Lord Nelson, Blanco y Negro, El Sitio…; también tres discotecas, las cuales serán las únicas durante una buena temporada: Isadora, Madison y Atarraya. La zona adquirirá aún un último elemento para confirmar su predominio en el trono de la diversión: el parque Infanta Elena, protagonista indiscutible de muchos veranos por donde van a pasar los mejores artistas de España.
Éramos un equipo de gente muy profesional -nos asegura-, formábamos como una familia con la clientela, nos gustaba hacer las cosas bien y todo el mundo agradecía esta complicidadLa música, el baile, las artes escénicas o el cine son medios idóneos para vivir la experiencia de la felicidad colectivamente. De todos aquellos lugares, y junto al cine Atlántico, ninguno convocaba más gente en invierno que la discoteca Atarraya. Sus inicios se remontan a la década prodigiosa. El local abrió sus puertas en 1968 como salón de baile en la que era entonces Avenida de la Victoria -hoy de Andalucía- de manos de la familia Quintana, propietaria también del Hostal y la Cafetería Mediterráneo. Rafael Quintana, ‘’Rafaelín’’, fue quien dirigió la discoteca y su principal disc-jockey durante todo el tiempo de su existencia.
La moda del baile
Atarraya fue la pionera de las discotecas de Barbate y la que tuvo más aceptación entre el público joven desde primera hora; su momento álgido sobrevino a principios de los 80, precisamente por el gran boom discotequero de aquella época, cuandoun espectáculo puso de moda otro espectáculo: el estreno de la película “Fiebre del sábado noche” (Saturday Night Fever), en mayo de 1978, con John Travolta como protagonista, fue un punto de inflexión. El cine Atlántico, con una cola que daba la vuelta a la manzana, se convirtió en el principal difusor de una nueva moda. Hasta entonces, poco más que las películas de Manolo Escobar o las de los “payasos de la tele” habían logrado algo parecido. Aquel cine, cuyo aforo era de 1.200 personas, logró atraer durante varios días, además de a la juventud barbateña, a gente de pueblos, pedanías y pagos rurales de todos los alrededores de Barbate. Era la puesta de largo del sonido disco en la comarca, ya amplificado por nuevos programas musicales de radio y televisión. Los BeeGees, que hicieron la banda sonora de la película, lograron elevar de una atacada cinco temas musicales a las listas de éxitos, logro sin precedentes no superado hasta hoy por ningún grupo ni solista. Además, John Travolta se convirtió en un “sex symbol” de la noche a la mañana, y le salieron imitadores por todos los rincones del planeta (incluido Barbate).
Pero “Fiebre del sábado noche” fue mucho más que un acontecimiento cinematográfico. Se trataba de todo un fenómeno socio cultural: la forma de divertirse, la moda en el vestir, los nuevos gustos musicales y, sobre todo, el renacido culto al baile, ahora sin normas ni pasos de estudio, ya muy popular en los años 60, suponían toda una invitación a las nuevas generaciones a bailar sin complejos. Solo hacía falta una amplia pista de baile, un buen equipo de música y una gran bola de espejos colgando del techo para que hasta los más cortados se decidieran.
Comunión con la clientela
“En sus principios, Atarraya era un local diáfano de 150 metros cuadrados, con un equipo de música muy básico, marca Phillips, adquirido en la tienda de Pedro Basallote y que instaló Luis Soler. Por aquel entonces, no había ni cinta aislante, sino que los cables se empalmaban con cinta celo transparente. En los primeros años, aquel salón de baile, nombre con el que se le conoció antes de ser Atarraya, abría solo y exclusivamente los domingos por la tarde, y esto para baile lento”.
Estas son algunas de las tantas cosas que nos cuenta Rafael Quintana, verdadera alma mater de una discoteca que marcó la juventud dorada de toda una generación, la misma que sirvió de puente entre los primeros compases del rock y del twist, y las notas inconfundibles que despertaron una casi compulsivo deseo de bailar en España y en medio mundo a principios de los años 80.
"No me gusta hablar mucho de Atarraya, no sé, quizás sea por el final tan inmerecido que tuvo", nos confiesa Rafael con cierta nostalgia. Y es comprensible este amargo sabor de boca, si tenemos en cuenta que Atarraya no fue un negocio concebido con el exclusivo propósito de hacer caja. Se trataba de un proyecto que su familia sacó adelante con gran entusiasmo, muchas horas de dedicación y claros deseos de invertir en él buena parte de la ganancias para dotarlo de los elementos más innovadores de la época, mirando por la satisfacción de los clientes. Y es que Atarraya, "la Atarraya", fue una discoteca pionera, por más que Rafael se empeñe en quitarse méritos:
"Éramos un equipo de gente muy profesional -nos asegura-, formábamos como una familia con la clientela, nos gustaba hacer las cosas bien y todo el mundo agradecía esta complicidad". Fue mucha la gente que en algún momento de la vida de la discoteca trabajó en ella:así, en la taquilla estuvieron, entre otras, Cati, Pepita “la mora”, Isabel, Ana Rosa Cárdenas…; el padre de esta se ocupaba del perchero, mientras que en la puerta estaba Gaspar; también por la barra de la discoteca pasaron muchos camareros: Adriano, "el Coyote", Antonio "el Cauco", Antonio Oliva, Enrique y José Sanjuán, el inglés, etc.; controlando la seguridad estuvieron, entre otros, Vélez, Fernando Rivera, Antonio Orcha, Andrés el del Blanco y Negro, el Conil, Juan el gitano, Antonio Mojama…
"Pocas broncas se dieron en Atarraya” -afirma Rafael- “nos cuidábamos mucho de mantener la paz en la discoteca". Yo le digo que recuerdo a Fernando Rivera sacando por la puerta a un coreano como si fuera un alfeñique. Estaba borracho y no paraba de incordiar a las chicas.
"Gran parte de nuestro éxito -prosigue- consistía en saber mantener una seguridad, en que los padres de las más jóvenes, siempre desconfiados, tuvieran la certeza de que allí dentro sus hijas estaban seguras. Por eso nunca dejamos que se consumiese droga en el local. A quien era pillado in fraganti se le expulsaba de inmediato. Si quería volver, tenía que pedir disculpas a quien lo había descubierto y prometer que no reincidiría".
El problema estribaba en que, según la ley, si alguno de los expulsados de la discoteca quería volver a entrar, la ley lo amparaba. Por eso Rafael llegó a ser denunciado y tuvo que declarar en los juzgados. Pero, para entonces, había ya inscrito el local como club privado, con lo que consiguió el derecho de admisión, aunque, que sepamos, en la discoteca Atarraya jamás se aplicó éste a capricho de los responsables del local, sino solo y exclusivamente con los más díscolos.
La década de oro
No era cualquier cosa el número de jóvenes que allí entraban. Con el paso del tiempo, el local llegó a tener más de 600 metros cuadrados, con una capacidad para 1.000 personas. De unos comienzos en que solo abría los domingos, pasó a abrir casi todos los días, turnándose con la discoteca Isadora entre semana, porque había muy buena relación entre ambas discotecas. La noche que mayor afluencia de público registraba era, por supuesto, la de los sábados, siendo entre las 10:30 y las 11:30 su hora más concurrida. Luego, las chicas salían en tropel como cenicientas para llegar a sus casas a las 12:00 horas, so pena de un rapapolvo, sobre todo del padre. A partir de esa hora, como era de esperar, los varones se quedaban sin pilas. Rara vez se prolongó el ambiente más allá de las 1:30 horas, a pesar de que el horario de cierre de la discoteca lo permitía.
El fenómeno del baile se extendió tanto a principios de la década de los 80, que Atarraya se decidió a abrir también para los menores de edad. En esto fue pionera en toda España. Primero, los domingos por la mañana, y luego los sábados por la tarde, por supuesto con bebidas sin alcohol, juegos y hasta proyección de dibujos animados.
Por aquel entonces, cuando se entraba en Atarraya, uno se encontraba una sala amplia rodeada de reservados con asientos. Una bola de espejos, puesta de moda en la película de Travolta, presidía la pista de baile. A la derecha estaba la barra, la cabina del disc-jockey y los servicios de las féminas; a la izquierda se extendía la pista de baile y al fondo el servicio de los hombres. El local, cuya entrada se abría, como hemos indicado ya, a la avenida Andalucía, tenía dos salidas de emergencia, que daban a Luis Braille. Un equipo de sonido marca "Tecnics" envolvía la sala de baile con tal precisión que no impedía que se pudiese hablar en los reservados, en los que las distintas pandillas de amigos acostumbraban a sentarse en el mismo lugar cada semana.
En 1982, coincidiendo con la aparición del tema “Thriller”, de Michael Jackson, se añadió un proyector con una pantalla de tres metros. Allí se proyectaban los videoclips del momento, dotando de imágenes algunos temas musicales que sonaban en la pista. Al principio, el éxito de la pantalla debido a su novedad fue tal, que la gente se llevaba los taburetes de los reservados para colocarse lo más cerca posible a ver los videoclips.
Los temas más discotequeros, sobra decirlo, eran los que más sonaban. Rafael Quintana llegó a viajar hasta Londres para traerse lo último de lo último. En un momento determinado, como en todas las discotecas, se pinchaban sevillanas, que mayormente bailaban las chicas. Luego, volvían los temas disco, para finalizar con melodías, que solo los más atrevidos encaraban. Era como el anuncio de la despedida, hora de marcharse para muchas chicas antes de arriesgarse a ser abordadas por los más decididos para invitarlas a bailar. Decir “sí” a ellos significaba –o casi– que se deseaba una relación. Formal, por supuesto, y había criba.
Todo el mundo a la pista
Los 80 fueron una época en que prácticamente cada día sonaba un éxito musical nuevo. Una buena parte eran composiciones de gran calidad y que se situaban pronto en los primeros puestos de los 40 principales (famoso programa musical deradio), incluidas las mejores creaciones del pop español. Algunos de estos temas musicales provocaban una reacción entusiástica en el momento que sonaban las primeras notas, sobre todo en las chicas, llenando la pista de inmediato. Aquellos temas solían permanecer unas cuantas semanas levantando este entusiasmo, hasta que decaían. Una lista de los éxitos que llenaron la pista de Atarraya sería también la de los principales temas musicales del momento. Ciertos ejemplos señalados han quedado fijos en nuestra memoria, como "You´retheonethat I want" (1978), de Travolta-Newton-John; “Embrujada” (1983), de Tino Casal; “Thriller” (1983), de Michael Jackson; “Karma Chamaleon” (1983), de Culture Club; “Flashdance” (1983), de Irene Cara; “Everybreathyoutake” (1983), ThePolice; “Cómo pudiste hacerme esto a mí” (1984), de Alaska y Dinarama; “Self Control” (1984), de Laura Branigan, etc.; en los temas melódicos, arrasaron algunos como “Up wherewebelong” (1982), de JoeCocker y Jennifer Warnes, o “Total eclipse of theheart” (1983), de Bonnie Tyler, siempre acompañados de los clásicos del baile lento que no faltaban en ninguna discoteca que se preciara, como “Te amo”, de Humberto Tozzi; “El mundo”, de Jimmy Fontana o “Europa”, de Carlos Santana.
Mucho más que una discoteca
Atarraya fue mucho más que una discoteca al uso. En ella se organizaron juegos de salón, excursiones, desfiles de moda, concursos de belleza, se jugó al bingo y se celebraron bodas.
"En uno de los bingos que organizamos -cuenta Rafael-, era día de los inocentes, repartimos todos los cartones con los mismos números. La discoteca llena, imagínate todo el mundo gritando bingo".
Atarraya también organizaba excursiones, y le cabe el mérito de haber organizado la 1ª Bicimarcha que se celebró en Barbate, en 1979. Lo hizo junto a la discoteca Isadora, y luego se organizaron cinco ediciones más. En alguna de ellas llegaron a congregarse más de 600 bicicletas.
Los desfiles de moda atrajeron a gente que no solía ir a la discoteca, como también los concursos de belleza. Rafael Quintana sostiene que “Barbate tenía, y tiene, las mujeres más guapas, venían a la discoteca chavales de otras ciudades a conocerlas. De Barbate salió una de ellas, Rosa Oliva Reyes, que fue Miss Portsmouth, en Inglaterra, representando a España”.
Contando con su extensa colección de discos, y gran aficionado a las ondas radiofónicas, Rafael decidió montar una radio FM en Barbate. El problema estribaba que, aún a fines de los 70, existían muchas restricciones, no se daban permisos para abrir ninguna radio, y menos a nivel local, por lo que habría de caer en lo que se denominaban “radios piratas”. De cualquier forma, él se decidió a montarla, arriesgándose a que el Gobierno Civil la clausurara y lo multase. Fue de las primeras que se abrió en España sin autorización gubernamental. “Cada día de emisión -nos dice Rafael- era una victoria, ya que sabíamos que nunca tendríamos licencia”.
En un local de la calle de la plaza de abastos, Luis Braille, instaló un modesto equipo, poniendo una antena en el techo. No solo había música, también entrevistas y otros programas. “Nos lo pasamos bien -continúa Rafael-, hasta que el Ayuntamiento decidió municipalizar la idea. Por no entrar en enfrentamientos, me fui a Vejer, donde me abrieron las puertas, y allí monté con otra gente Radio La Janda, que estuvo funcionando muchos años. Llegamos a entrevistar a políticos relevantes del momento, como Felipe González o Alfonso Guerra, pero también a artistas, como a Cantinflas, quien había venido a dar un pregón al Carnaval de Cádiz”.
El ocaso
En 1982, cuando la Atarraya se encontraba en plena ebullición, ya estaba funcionando la discoteca El Patio y, al año siguiente, se abría la discoteca Hawai. Tanto una como otra eran locales de verano, el primero, levantado a base de troncos de madera y cubierta vegetal, poco más que un chiringuito, por lo que en principio ambos pudieron convivir con la discoteca Atarraya, que solo abría en invierno.
En el verano de 1983, la denuncia de un vecino anunció nubarrones para El Patio. Aun así, al año siguiente, seguía en plena forma estival, a pesar de que algunas amenazas de bomba y el consiguiente desalojo de la Guardia Civil para buscar el artefacto, abortaban toda la magia de la música. Esta situación, junto a la competencia de la discoteca Hawai, el Calanoche o el Bay-Bay, hicieron que sus dueños apostaran por techar la discoteca, a pesar de que en invierno su éxito solo podía depender de que la actividad en “la Atarraya” decayese. La cuestión se presentó tan complicada que los dueños de El Patio decidieron, incluso, sortear cada semana una moto, una mobiletteCady. Comoquiera que en ese momento toda la “movida” barbateña se estaba trasladando hacia la zona baja del pueblo, especialmente a la calle del río, hoy Cabo Diego Pérez, que vio nacer, junto a las adyacentes, toda una pléyade de pubs y discotecas, la operación terminó por hallar sus réditos. Los días de Atarraya, y con ella los de todos los pubs de la zona alta, estaban contados.
A pesar de todo, el 31 de diciembre de 1984, aún celebraron en Atarraya la fiesta de fin de año unas mil personas. Fue el canto del cisne. De hecho, los tres meses anteriores apenas se habían vendido entradas. Así las cosas, en los primeros días de enero de 1985, la familia Quintana decidió echar el cierre definitivo. Se ponía fin de esta manera a un ilusionante proyecto que había durado casi veinte años.
Tirando de nostalgia, en 2012 y 2016 se organizaron fiestas en la Sala BayBay en recuerdo de la discoteca Atarraya, con música de su época, y algunas personas de entonces atendiendo a los asistentes. Para entonces, la añorada discoteca ya era un supermercado. A veces sonaban viejos temas en su hilo musical, pero ya sin la magia de aquella época dorada, nadie corría a ninguna pista a bailar, ni una pantalla se descubría para ver el último videoclips de Michael Jackson.