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El jardín de Bomarzo

Crónica de los sentidos

Los seres humanos funcionamos en la combinación de diferentes estados de ánimo

Publicado: 06/11/2020 ·
12:58
· Actualizado: 06/11/2020 · 12:58
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  • El jardín de Bomarzo.
Autor

Bomarzo

Bomarzo y sus míticos monstruos de la famosa ruta italiana de Viterbo en versión andaluza

El jardín de Bomarzo

Todos están invitados a visitar el jardín de Bomarzo. Ningún lugar mejor para saber lo que se cuece en la política andaluza

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"El mundo es como aparece ante mis cinco sentidos, y ante los tuyos, que son las orillas de los míos". Miguel Hernández.

Los seres humanos funcionamos en la combinación de diferentes estados de ánimo, que es una forma de estar prolongada durante un tiempo y que cambia en base a satisfacciones o insatisfacciones cuando necesidades instintivas e innatas a nuestra condición no están bien cubiertas -hambre, sed o sexo, por ejemplo-, o tenemos carencias de relaciones o de ocio; cuando un mismo estado de ánimo se prolonga en el tiempo la cosa tiene nombre y deriva en distímia, que es cuando rozamos la depresión por languidez o nostalgia, la hipertímia, lo contrario por euforia y exaltación desmedida, o eutímia, que representa la frialdad neutra por un estado de humor indiferente -los que ni fú ni fá-. Nuestra condición nos hace proclives a estar animados, desanimados o indiferentes en función de cosas mundanas y por eso estamos alegres, tristes o me da todo igual cuando comemos un dulce o en las previas sexuales porque estamos golosos o nos apetece fiesta, eutímicos -quién lo diría- cuando nada bueno o malo desnivela la balanza y depresivos cuando casi todo a nuestro alrededor es pernicioso y pareces Murphy bajo su Ley del mal: la tostada siempre cae boca abajo por donde habías untado la mantequilla. Queremos ser felices siempre, pero la felicidad permanente es inviable porque si es siempre ya no sería felicidad y, bien pensando, una lata absoluta, necesitamos nuestras dosis de melancolía, de tristeza para luego al recuperar la felicidad ésta sea completa.

Con estas afrontamos este incierto noviembre para traspasar el último tramo del año, 2020, fatídico, el peor de las últimas décadas por algo que jamás habíamos imaginado y, a día de hoy, quedan pocos elementos donde agarrarse para cambiar de estado de ánimo y abandonar la depresión colectiva porque nos hemos lanzando en un especie de abismo de tristeza provocado, en gran parte, porque no nos relacionamos, hemos perdido el contacto cercano con seres queridos y esto, se quiera o no, envilece el alma y propone una melancolía de largo trayecto. Ante ello, es probable que cualquier elemento externo de corte negativo lo percibamos con una mayor intensidad porque estamos con los sentidos alineados a sentirnos infelices.

Entonces las cosas empiezas a verlas mal porque toda la información que llega se resume en la idea de que no hay vacuna a la vista y las fechas que te proponen son un brindis al sol y te hueles que quizás gran parte de la información que te han contado está contaminada y sea más falsa que cierta. No tocas casi nada, ni a personas ni todo aquello que está al alcance de otros por temor y esto te convierte, en parte, en un ser solitario aislado en su metro cuadrado. Solitario al que solo le queda oír a los demás a distancia medida, escuchar a expertos que nunca han tenido experiencia en algo así y que toman medidas desde su inexperiencia y, claro, se recrudece la distímia que avanza dentro de ti. Ante eso, solo te queda el gusto para animarte saboreando un vino con una buena loncha de, por ejemplo, jamón ibérico veteado -ñam ñam- y, entonces, pierdes el gusto porque igual tocaste u oliste donde no debías y pasas a engrosar la terrible estadística diaria de positivos. ¿Positivo? 

Tiene gracia que hoy ser positivo es lo más negativo que te puede pasar, de hecho te aíslan por serlo y, por tanto, lo bueno es ser negativo. Pues eso. En igual sentido, tener un contacto estrecho con algún positivo se convierte en pasar a formar parte de ese estatus en el que vivirás en aislamiento del resto de la sociedad y con el temor de si la estrechura te ha convertido en positivo y tú a su vez lo has transmitido a otros contactos estrechos. Es vivir con temor y, lo peor, con el peso de un mañana incierto. 

No hay nada que dé más fuerza al ser humano que la seguridad: en uno mismo, en tener buena salud, en que nos quieren quienes queremos, en el trabajo, en llevar para adelante nuestra vida de forma aceptable, seguridad incluso en lo que creemos será nuestra vida el mes que viene, el año que viene. Quienes se sienten seguros en el conjunto de estos ámbitos sienten la fuerza para poder afrontar quiebras. Por contra, la incertidumbre, el miedo a lo desconocido es una de las peores emociones de la mente y sentirlos fuerte de forma instantánea paraliza los sentidos y provoca reacciones imprevisibles. Pero cuando se instala en la vida cotidiana, en todo, nublando el futuro a corto o medio plazo, adquiere esa vertiente que hace perder el horizonte sin que sepamos qué nos aguarda mañana. No poder hacer planes. No saber si mañana tendremos una llamada o una fiebre que nos haga pasar por un PCR y, en ese caso, tampoco saber qué pasará a partir de ahí. No poder organizar nuestra empresa, que es la que nos da de comer y cimienta nuestras vidas, porque en veinticuatro horas a lo peor hemos de cerrarla. Ir un día más al trabajo sin saber si será uno de los últimos. Vivir en la incertidumbre es sentir el desequilibrio de nuestros cimientos, tambalearse sin atisbar a qué aferrarse. 

La política tiene un fuerte componente de psicología, domina la inteligencia emocional de tal modo que los políticos que mejor la conocen son los que calificamos de carismáticos, los que saben transmitir el mensaje que cala y tienen medida la reacción que produce cada palabra, gesto e, incluso, color de su corbata; en el caso de mujer, la mayor o menor sobriedad de su medida imagen. Si el político quiere transmitirnos gravedad de la situación, la imagen será lo más seria y grave posible y, por supuesto, colores oscuros, pero si el mensaje es de fuerza y éxito, acudirán a colores claros con algo rojo. Del mismo modo, los gobernantes tienen el peso de intentar controlar las emociones del pueblo y ante situaciones como la que padecemos, en cada decisión se valora el efecto en el ánimo colectivo. Poner una fecha a la vacuna fue ofrecer luz en nuestro horizonte nada más salir del primer brote y antes de la llegada del segundo. Adoptar medidas cada fin de semana, en principio con fecha de caducidad, y durante los días siguientes ir facilitando datos que nuestra mente digiere asumiendo que necesariamente el domingo han de endurecerse las medidas no deja de ser una estrategia psicológica encaminada a que nuestras mentes asuman como necesario e interioricen como razonamiento propio la medida que desde hace días el gobierno tiene decidido adoptar. En cierto modo es de agradecer que se preocupen de nuestra salud mental, tan débil ahora. Por contra, los políticos que quieren provocar rechazo a las medidas de los gobiernos aplican una estrategia psicológica contraria, esa que va ligada a infundir poco a poco descontento, rabia, ira, desconfianza hasta llegar al enfrentamiento. Imágenes como las de los disturbios del fin de semana pasado en distintas ciudades no es fruto de una casualidad espontánea y resulta preocupante porque la violencia de masas es contagiosa cuando impera el temor a lo desconocido. 

Y aquí estamos, centrando las conversaciones en si el domingo nos confinaremos totalmente o lo haremos en horas de tarde y noche. En cualquier caso, asumiendo que en unos días nuestra vida cotidiana cambiará y sin poder atisbar con quiénes podremos pasar la Nochebuena o si tendremos que acudir a la telecena para poder  disfrutarla con la familia de forma virtual. Seguramente la humanidad nunca había vivido antes una montaña rusa emocional de este calibre, al menos desde que la globalidad se adueñó de todo lo nuestro y las compras, las crisis, las pandemias y las emociones se resumen en una crónica global.

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