El eucalipto y su ?mala prensa?
Su carácter invasor y su vinculación histórica a la industria del papel hacen que el eucalipto no sea una especie valorada por los ecologistas. A Jerez, y más concretamente a los jardines del Depósito de Aguas del Tempul, llegaron a finales del XIX, extendiéndose poco después a todo el municipio
Pero de ahí a señalar a todos y cada uno de los eucaliptos como árboles malditos va un largo trecho. Por muchas razones creemos que en este tema, los árboles no dejan ver el bosque, y que una cosa es sustituir progresivamente por especies autóctonas aquellos bosquetes que crecen en muchos rincones de la campiña y otra eliminar sin más cualquier pie de eucalipto por el hecho de serlo ya que, por el contrario, muchos de estos ejemplares debieran ser conservados y protegidos.
Un poco de historia
Procedente de Australia, el eucalipto alcanzó una gran difusión en nuestro entorno a partir de la segunda mitad del siglo XIX, especialmente en las provincias del litoral andaluz. La voracidad de la minería de Huelva reclamaba entonces enormes cantidades de madera para el entibado y las fundiciones. Estas urgencias forestales provocaron la introducción de especies arbóreas de rápido crecimiento a costa de sustituir el bosque autóctono por grandes plantaciones de pinos y eucaliptos. La corriente higienista que desde finales del siglo XIX vio en lagunas y marismas la fuente del paludismo y otras enfermedades, encontró también un firme aliado en el eucalipto para la desecación de los humedales.
Todo ello unido a la facilidad de su aclimatación y a su gran dispersión sentó las bases de su mala fama ecológica que se acrecentaría tras las repoblaciones masivas realizadas por el ICONA en la postguerra.
Los eucaliptos llegan a Jerez en el último tercio del siglo XIX y se plantan en los jardines del Depósito de Aguas del Tempul, desde cuyos viveros debieron extenderse por los alrededores. A comienzos del siglo XX, la prensa local ya recoge anuncios que así lo atestiguan: “Eucaliptus de varias clases se venden en macetas a 75 ptas. el ciento en el parque de los depósitos de agua del Tempul”. (El Guadalete, 10-1-1902).
En nuestro entorno urbano se hace pronto familiar y apenas un año después de inaugurarse el parque de Capuchinos, en la Sesión Municipal de 23 de diciembre de1903, presidida por el alcalde Juan F. Lassaletta se acuerda “que el jardinero mayor de la ciudad adquiera 100 eucaliptus para el parque González Hontoria”.
Los árboles se plantaron en el invierno de 1904 y desde entonces han venido formando parte inseparable de la fisonomía de este rincón de la ciudad. El padre Vicente Gámez, al relatar sus excursiones botánicas con los alumnos del Instituto Provincial en 1915, cita también la presencia del eucalipto en los parques y jardines de Jerez señalando que existen “numerosas variedades de Eucalyptus (globulus, rostrata, amygdalina, etcétera)”.
En la campiña debieron difundirse también con bastante rapidez, ya con vocación forestal. Cuando en 1915 se crea la Colonia de Caulina, se reservan más de 4 hectáreas de las 192 que componían su superficie para terreno de arbolado donde se plantarán, sobre todo, eucaliptos. En los Montes de Jerez, siguiendo las tendencias forestales de la época, se introducirán, junto a diferentes especies de resinosas, los eucaliptos (E. globulus y E. camaldulensis, sobre todo), desplazando a la vegetación autóctona y compitiendo especialmente con alcornoques, quejigos y encinas.
Hasta 15 especies distintas
El estudio sobre la Vegetación forestal de la provincia de Cádiz que en 1930 realizan los ingenieros de montes Luis Ceballos y Manuel Martín Bolaños, confirma la gran difusión de los eucaliptos en la comarca y recoge ya la presencia de hasta 15 especies en distintas localidades gaditanas. Tras la guerra civil, el Instituto Nacional de Colonización primero, y posteriormente el Instituto para la Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA), realizarán grandes plantaciones en la campiña asociadas a los poblados surgidos en la vega del Guadalete. Las Aguilillas, la Suara, El Torno, José Antonio, San Isidro, o Torrecera verán crecer los bosquetes de eucaliptos que aún persisten en la actualidad pese a que en algunos lugares se han comenzado, en parte, a sustituir.
Para entonces, estos árboles habrán ocupado ya de forma espontánea las riberas de nuestros ríos y arroyos desplazando en las galerías y sotos fluviales a sauces, fresnos, olmos, chopos, álamos... En todo el curso bajo del Guadalete, desde la Junta de los Ríos a El Portal, está presente casi de manera continua, al igual que en muchos otros parajes de nuestro entorno como el Rancho de la Bola, las faldas de la Sierra de San Cristóbal y la cañada del Carrillo, el parque de Santa Teresa, Vicos, la Vega de La Harina o Bucharaque, por citar sólo algunos de los muchos rincones donde forman masas puras o bosques mixtos en combinación con otras especies autóctonas.
Los eucaliptos de Jerez
Sólo teniendo claro su origen y las razones por las que estos árboles fueron introducidos en nuestro entorno podemos tener argumentos para no confundirnos. Por ello conviene empezar señalando algo que debiera resultar obvio: los eucaliptos del parque González Hontoria y, en general, los que de manera aislada o en pequeños grupos crecen en la ciudad y su entorno cercano son árboles ornamentales. Como sucede con otras muchas especies presentes en los parques y jardines de todas las ciudades, la mayoría de las ornamentales no son especies autóctonas.
Si fuera por eso, habría también que prescindir de naranjos, plátanos de sombra, sóforas, aligustres del Japón, palmeras..., dejando nuestras calles y plazas desarboladas. Y si acaso existiera cierta xenofobia arbórea hacia lo australiano, no se entendería entonces la proliferación de tantas casuarinas (presentes en nuestra ciudad y sus alrededores hace más de un siglo) o la más reciente introducción en tantos rincones de las hermosas grevilleas.
Aún estando sobradamente demostradas las alteraciones ecológicas que pueden suponer las repoblaciones de eucaliptos en nuestros montes y marismas, especialmente cuando se hacen a costa de suplantar la vegetación autóctona, no puede aplicarse este discurso a los ejemplares aislados que crecen en el parque González Hontoria, en Caulina, en la Cañada de la Feria, en Montealegre o en El Cuco, por citar algunos lugares donde también despuntan viejos eucaliptos.
Muy al contrario, estos árboles (algunos de ellos centenarios) cumplen su papel ecológico en la ciudad, sirviendo de refugio a muchas especies de nuestra avifauna urbana, proporcionando la impagable y benéfica sombra que suaviza los rigores estivales, sirviendo de pantalla a la contaminación acústica y absorbiendo, como un enorme filtro verde, buena parte de los gases nocivos que genera el tráfico rodado.
En otras ocasiones, debido a su gran altura, descollando sus copas entre los bloques de pisos, son también hitos relevantes de nuestros horizontes urbanos.
Creemos, por estas razones, que hay que sustituir progresivamente los eucaliptos en enclaves como La Suara, La Aguilillas o los Montes de Jerez, es decir, en aquellos parajes donde con su introducción se desplazó a la vegetación autóctona que puede volver a regenerarse con un adecuado plan de reforestación.
De la misma manera pensamos que algunos ejemplares aislados deberían ser sustituidos cuando puedan causar un daño evidente a determinadas infraestructuras. Junto a todo ello creemos que muchos de nuestros eucaliptos son ya árboles singulares por distintos motivos. Bastaría considerar su monumentalidad para que gozaran de la protección que nadie niega, por ejemplo, a las grandes araucarias de jardines, conventos y viñas. Pero además de todo ello algunos eucaliptos, como los del parque González Hontoria, por ejemplo, están cargados de historia, ligados a muchos recuerdos, formando ya parte del paisaje de nuestra memoria.
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