El Congreso de los Diputados no alberga muchas placas que recuerden acontecimientos u honren a sus protagonistas. Y si de aquí en adelante se instalase alguna, convendría tener bien tasados los méritos que la justificasen. El sentido común indicaría que entre ellos y por encima de otros tendría que estar la vinculación del homenajeado con la vida parlamentaria o su contribución a la democracia en nuestro país. Y entre las múltiples virtudes de la santa poco mérito parece haber nacido en una casa sobre cuyo solar se edificó después el Parlamento. De hecho algún cura se recuerda en el hemiciclo, pero monjas, ninguna.
Así que si el perdón de los pecados está ligado al propósito de enmienda, convendría que los diputados que han tenido la virtud de corregir su error en tan poco tiempo tengan ahora la iniciativa de poner negro sobre blanco las condiciones exigibles para futuros homenajes. Para evitar el ridículo propio y la vergüenza ajena que nos produce a los ciudadanos ver a nuestros representantes políticos ocupados en debates tan absurdos en tiempos como los que estamos viviendo. Eso sí que sería un milagro.