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Desde Conil

Romance en la Bahía

El 13 de junio las mujeres solteras se marchaban a la península para visitar la capilla donde se encontraba el santo que atendería a los rezos y peticiones.

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El 13 de junio como era tradicional, todas las mujeres solteras de una pequeña isla anclada en el Océano Atlántico frente a las costas gaditanas, se marchaban a la península para visitar la capilla donde se encontraba el santo que atendería a los rezos y las peticiones de estas.

Gracias a la bendición de este religioso canonizado, las féminas solitarias encontrarían a sus novios, que luego serian los maridos compartiendo sus vidas junto a ellas para la eternidad.
Entre estas mujeres, se hallaba una joven con tan solo veinte primaveras, estos años atrás había visto como sus cuatro hermanas fueron bendecidas por San Antonio. Estas llevaban una vida de regocijo y armonía junto a sus amores. La pequeña no perdía la esperanza de que algún año le tocara a ella la suerte de ser bendecida.

Esta era de de tez morena, ojos color ébano, pelo negro y largo, como las crines de los corceles árabes y de estatura mediana. Por sus venas corría la sangre fenicia, romana y mora.
Descendiente de Hércules, de familia humilde y pescadora. Vivía con esta en la pequeña isla de Sancti Petri, donde se abrazaban las playas de Campo Soto y de la barrosa, mientras eran observadas por esteros y grandes viñedos regados por el rio Iro. La joven doncella se dedicaba con sus hermanas y madre a remendar las velas de los barcos que utilizaban los hombres para la pesca del Atún, ya que esta era una isla por antonomasia almadrabera.

Una mañanita de San Juan, la bella isleña embarco en una patera con unos víveres para llevar al barco de su padre, que estaba fondeado en la playa de Campo Soto. Mientras la muchacha bogaba hacia el pesquero, de pronto aparecería un enorme buque de guerra, que al pasar por su lado la arrollo, volcando la barca y arrojando a su tripulante al fondo del Océano.

Rápidamente un marinero dio la voz de alarma, al oírlo un oficial alto y rubio como el fino Arroyuelo, con dos verdes uvas palominas por ojos se desprendió de su uniforme y se lanzo al agua.
Al momento saco a la superficie a la naufraga, esta se encontraba un poco asustada pero bien, abrió los ojos y pregunto a su salvador ¿donde se hallaba? Este le contesto que estaba a bordo del navío Ponce de León, con base en la Carraca. El galán se presento, como San Fernando, capitán de navío, hijo del almirante jefe de la gran isla salinera, llamado Juan Ponce de León.
Ella dijo llamarse Chiclana, hija del capitán de la almadraba de Sancti Petri, conocido como Antonio de la Frontera. Entre ambos corazones quedo clavada una flecha de amor lanzada por Cupido, que se vería reflejada por un romántico romance.

El día del Carmen era un gran evento para las dos islas, ya que ambas tenían gran tradición marinera. Por eso San Fernando aprovecho para ir a la pequeña isla, donde pedir a su futuro suegro la mano de su amada. Este acepto encantado, loco de felicidad el joven delfín subió a su amor en un veloz velero, que le había regalado su padre y al que bautizo con el nombre El Cañailla. Puso rumbo hacia la bahía, para enseñarle a su novia los bellos paraísos que ofrecían los pueblos que se asomaban a esta. Llegarían a las costas de Cádiz, para entrar en el corazón de la ensenada gaditana.

La brisa marina venia acompañada de unos golpes y cantos que realizaban los trabajadores de astilleros, al compas de este son construían una fragata para la Armada Real. La pareja aventurera dejo a un lado el rio San Pedro en su disputa con su vecino el Guadalete por abrazar más fuerte las aguas de la bahía. Contemplaron variedad de bellas especies de aves marinas en la isla del Trocad ero, esta estaba rodeada por verdes pinares que limitaban con la playa de la Casucha, donde los pescadores remendaban los artes de pesca a la sombras de sus barquillas varadas en tierra.

Al pasar por la playa de Valdelagrana cientos de gaviotas levantaban el vuelo para posarse sobre los palos del velero. Escoltados por cuatro Atunes plateados y ayudados por la marea, tras el empuje del viento del Sur remontaron el mar hasta la playa de la Costilla, donde eran saludados por varios militares que vigilaban la costa desde el Castillo de Luna. Al regreso del viaje atracaron En la Carraca, de donde se dirigieron a la isla de León para organizar los preparativos de la boda, que se celebraría en el mes de la vendimia.

San Fernando Ponce de León recibió como esposa a Chiclana de la Frontera en la iglesia de Santa Ana, ante la patrona milagrosa. Luego fueron llevados en un carruaje bordado con blasones y escudos de armas hacia la gran isla. Escoltados por infantería isleña, cruzaron el puente Zuazo, donde se hermanaban dos caños como eran el de Zurra que y el Chanarro. Cruzaron la calle Real que rebosaba de gentío, queriendo felicitar a los recién casados. Sonaba la música de la banda marinera, con dulces salves marineras.

Pararon en la parroquia del Carmen, para ofrecer a la virgen marinera el ramo de flores. La boda se festejo por todo lo alto en la venta Vargas, donde corrían cientos de litros de vino de la tierra, acompañados de la rica gastronomía de la comarca. Degustaron los ricos pescados de los esteros, el sabroso Atún rojo de las Almadrabas. La variedad de almejas y mariscos sirvieron de deleite para los invitados. Muchas gargantas daban vida a unos cantes llamados de los Puertos, que todo el mundo conocía y por eso palmeaban y bailaban en las calles de la Isla.

La feliz pareja fijaría su residencia en un pequeño castillo que Juan Ponce de León había hecho construir en la isla de Sancti Petri. De luna de miel marcharían con corrientes de ultramar y brisas colombinas hacia las Antillas donde estarían varias semanas disfrutando del paisaje caribeño.
La felicidad acompañaría a estos amantes hasta la eternidad.

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