Huelga de pedales caídos
Mark Cavendish gana al esprint y consigue su tercera victoria en una jornada con huelga encubierta en la etapa al prohibirse la comunicación.
El británico Mark Cavendish, del Columbia, ya tiene su triplete en el Tour de Francia después de alzar los brazos victoriosos en la décima etapa, disputada entre Limoges e Issoudun, de 194,5 kilómetros, en una jornada lenta, con los corredores de huelga de pedales caídos por la decisión de la UCI de eliminar con fines experimentales los auriculares de enlace con el coche del director.
Cavendish, de 24 años, volvió a mostrarse implacable al esprint y ganó con la facilidad que le caracteriza, por delante del noruego Hushovd (Cervélo) y del estadounidense Farrar (Garmin), espectadores de excepción en la lección del corredor de la Isla de Man. El colombiano Leonardo Duque se coló cuarto y el español José Joaquín Rojas (Caisse D'Epargne) volvió a meterse en la pomada con la quinta plaza.
La fiesta nacional francesa se extendió a todo el pelotón, que cortó otra página del almanaque camino de los Alpes, en una semana que se presenta propicia para los esprinters. La general no sufrió alteración alguna, con el italiano Rinaldo Nocentini (Ag2r) de amarillo, Contador tras sus pasos a 6 segundos y el estadounidense Lance Armstrong tercero a 8.
Finalmente, y después de una agria discusión de la mayoría de los equipos con la organización, los corredores salieron sin auriculares, conocidos en el argot ciclista como pinganillos, esos instrumentos que se colocan en los oídos para recibir ordenes desde el coche del director. “Imprescindibles para la seguridad”, según los ciclistas, “nocivos para el interés y la espontaneidad de la carrera”, según los mandamases del Tour, que contaron con el beneplácito de la UCI para realizar el experimento.
Una huelga encubierta montada por los corredores en la antesala de la salida en Limoges, más que previsible. Se formaron grupitos de debate y en un momento los ciclistas acordaron dar licencia a los equipos franceses y los que no firmaron el pacto pro pinganillo.
De salida abrieron la etapa de la fiesta nacional del 14 de julio tres galos: Vaugrenard (Francaise), Dumoulin (Cofidis) y Hupond (Skil), éste último equipo invitado al Tour. Se añadió a la farsa el ruso Ignatiev, del Katusha. Aventura condenada que lo único que aportó de interés fue el jolgorio del público al paso de la carrera por los pueblos de la región del Limusín.
Las cámaras de televisión que siguen la etapa fueron ocurrentes al reflejar la imagen de varios caracoles apostados al borde de la carretera, presenciando el paso de la carrera. El ritmo de la fila de humanos ataviados con camisetas de múltiples colores les debió resultar bastante familiar a los gasterópodos.
Esa enorme sucesión de bicicletas estabilizó la escapada en 1.30 minutos. Todo calculado. El pacto entre caballeros rodantes incluía que los equipos de los esprinters podían preparar la llegada masiva. Incluso los guepardos podrían disputar la victoria. Una victoria en el Tour tampoco se rifa con boletos de feria.
Fin de la escapada
Trabajo de persecución a cargo del Liquigas de Bennati y el Milram de Ciolek y Fhoten que hizo diana a 1.000 metros de la meta inédita de Issoudun. Fin de la fuga del 14 de julio, ahí terminó el sueño del cuarteto de avanzadilla.
El desenlace se discutió a alta velocidad. Del caracol al AVE. El Columbia tomó el mando. Puso a tres hombres en cabeza, apareció Cavendish a 300 metros y se terminó el debate. El triplete para el británico, que hace un año ganó a 20 kms de esta llegada, en Chateauroux. Sin pinganillo ganó de nuevo a lo campeón. Como siempre. Y se quedó a una sola victoria de igualar las cuatro de la temporada pasada. Cuestión de pocas horas.
Las opiniones después de la etapa desprovista de auriculares fueron diversas. ¿Que tal sin pinganillo?. “Una mierda”, dijo José Joaquín Rojas. Sin embargo, para Sastre “fue maravilloso” y se mostró dispuesto a seguir en las condiciones rítmicas “hasta los cincuenta años”. Para Freire “no está mal llevarlo de vez en cuando”. Opiniones para todos los gustos en un día “muy parecido a una huelga”, según admitió Miguel Madariaga, manager del Euskaltel.
A pesar del ritmo caribeño instaurado en la jornada, 40 kilómetros por hora de media, algunos se despistaron, como los Haimar Zubeldia y Levi Leipheimer, dos hombres del Astana, que llegaron a 15 segundos. El estadounidense cae del cuarto al quinto puesto de la general. Es lo que tiene no llevar pinganillo.
El director del Tour de Francia, Christian Prudhomme, se mostró indignado con la actitud de los equipos, a los que acusó de buscar “dar el menor espectáculo posible” en la décima etapa. “Los dados estaban trucados desde el principio”, lamentó el patrón de la carrera, que consideró que hubo un pacto entre los equipos para que hubiera una llegada al sprint.
Cavendish, de 24 años, volvió a mostrarse implacable al esprint y ganó con la facilidad que le caracteriza, por delante del noruego Hushovd (Cervélo) y del estadounidense Farrar (Garmin), espectadores de excepción en la lección del corredor de la Isla de Man. El colombiano Leonardo Duque se coló cuarto y el español José Joaquín Rojas (Caisse D'Epargne) volvió a meterse en la pomada con la quinta plaza.
La fiesta nacional francesa se extendió a todo el pelotón, que cortó otra página del almanaque camino de los Alpes, en una semana que se presenta propicia para los esprinters. La general no sufrió alteración alguna, con el italiano Rinaldo Nocentini (Ag2r) de amarillo, Contador tras sus pasos a 6 segundos y el estadounidense Lance Armstrong tercero a 8.
Finalmente, y después de una agria discusión de la mayoría de los equipos con la organización, los corredores salieron sin auriculares, conocidos en el argot ciclista como pinganillos, esos instrumentos que se colocan en los oídos para recibir ordenes desde el coche del director. “Imprescindibles para la seguridad”, según los ciclistas, “nocivos para el interés y la espontaneidad de la carrera”, según los mandamases del Tour, que contaron con el beneplácito de la UCI para realizar el experimento.
Una huelga encubierta montada por los corredores en la antesala de la salida en Limoges, más que previsible. Se formaron grupitos de debate y en un momento los ciclistas acordaron dar licencia a los equipos franceses y los que no firmaron el pacto pro pinganillo.
De salida abrieron la etapa de la fiesta nacional del 14 de julio tres galos: Vaugrenard (Francaise), Dumoulin (Cofidis) y Hupond (Skil), éste último equipo invitado al Tour. Se añadió a la farsa el ruso Ignatiev, del Katusha. Aventura condenada que lo único que aportó de interés fue el jolgorio del público al paso de la carrera por los pueblos de la región del Limusín.
Las cámaras de televisión que siguen la etapa fueron ocurrentes al reflejar la imagen de varios caracoles apostados al borde de la carretera, presenciando el paso de la carrera. El ritmo de la fila de humanos ataviados con camisetas de múltiples colores les debió resultar bastante familiar a los gasterópodos.
Esa enorme sucesión de bicicletas estabilizó la escapada en 1.30 minutos. Todo calculado. El pacto entre caballeros rodantes incluía que los equipos de los esprinters podían preparar la llegada masiva. Incluso los guepardos podrían disputar la victoria. Una victoria en el Tour tampoco se rifa con boletos de feria.
Fin de la escapada
Trabajo de persecución a cargo del Liquigas de Bennati y el Milram de Ciolek y Fhoten que hizo diana a 1.000 metros de la meta inédita de Issoudun. Fin de la fuga del 14 de julio, ahí terminó el sueño del cuarteto de avanzadilla.
El desenlace se discutió a alta velocidad. Del caracol al AVE. El Columbia tomó el mando. Puso a tres hombres en cabeza, apareció Cavendish a 300 metros y se terminó el debate. El triplete para el británico, que hace un año ganó a 20 kms de esta llegada, en Chateauroux. Sin pinganillo ganó de nuevo a lo campeón. Como siempre. Y se quedó a una sola victoria de igualar las cuatro de la temporada pasada. Cuestión de pocas horas.
Las opiniones después de la etapa desprovista de auriculares fueron diversas. ¿Que tal sin pinganillo?. “Una mierda”, dijo José Joaquín Rojas. Sin embargo, para Sastre “fue maravilloso” y se mostró dispuesto a seguir en las condiciones rítmicas “hasta los cincuenta años”. Para Freire “no está mal llevarlo de vez en cuando”. Opiniones para todos los gustos en un día “muy parecido a una huelga”, según admitió Miguel Madariaga, manager del Euskaltel.
A pesar del ritmo caribeño instaurado en la jornada, 40 kilómetros por hora de media, algunos se despistaron, como los Haimar Zubeldia y Levi Leipheimer, dos hombres del Astana, que llegaron a 15 segundos. El estadounidense cae del cuarto al quinto puesto de la general. Es lo que tiene no llevar pinganillo.
El director del Tour de Francia, Christian Prudhomme, se mostró indignado con la actitud de los equipos, a los que acusó de buscar “dar el menor espectáculo posible” en la décima etapa. “Los dados estaban trucados desde el principio”, lamentó el patrón de la carrera, que consideró que hubo un pacto entre los equipos para que hubiera una llegada al sprint.
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