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La tribuna de El Puerto

El poder educativo de la fascinación por el conocimiento

La curiosidad que sentimos por ciertos fenómenos, junto a nuestra necesidad por poseer y controlar el mayor número posible de cosas

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La curiosidad que sentimos por ciertos fenómenos, junto a nuestra necesidad por poseer y controlar el mayor número posible de cosas, suele superar a nuestro interés y capacidad por comprender lo qué sucede ante nuestros ojos. No siempre somos capaces de comprender todo lo que nos fascina.

Cuantas veces he oído decir “no tengo ni idea de cómo funciona un ordenador, me conformo con saber utilizar los programas”.

Una expresión que se aplica a cosas y fenómenos tan cotidianos como son un automóvil o una previsión meteorológica. Un planteamiento lógico para la persona que no siente interés por profundizar en temas tan complejos como el motor de combustión o las capas atmosféricas.

Imaginemos por un momento el reto que supondría el hecho de que para poder conducir un coche o para escuchar el parte meteorológico, tuviésemos que conocer a fondo la estructura y funcionamiento del vehículo y la de la atmósfera.

Pues bien, eso es, en cierta forma, lo que pretendemos que hagan los niños en el colegio, mediante la enseñanza reglada.

Para el astrofísico italiano Fabio Favata (de la Agencia Espacial Europea), el gran interés que despierta en el público temas tan técnicos como la detección de las ondas gravitacionales, muestra que podemos sentirnos fascinados por asuntos relativos al funcionamiento del universo que incluso no llegamos a comprender del todo, ya que “comprender el mundo es lo que nos hace humanos y nos hace progresar”.

El profesor Favata advierte sobre la necesidad de continuar fascinando al público, especialmente en Europa, pues nuestro continente no es rico en recursos naturales, pero si en “cerebros”, y solo fomentándolos podremos continuar liderando el avance tecnológico.

La única forma de conseguir esto es interesando a los jóvenes por la investigación, para lo cual hay que fascinarles por el conocimiento desde la más tierna infancia.

Si la fascinación puede hacer que un adulto quiera comprender un descubrimiento científico que apenas entiende, que no podrá conseguir la infinita capacidad de asombro infantil. Aunque nos interesamos por conocer cosas que no sabemos explicar, con que tranquilidad decimos “aquello lo olvidé, aunque lo di en el colegio”.

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