Levanta tu Cristo andero
"Con varios nombres se designa en Jaén a los que ofrecen sus hombros para acoger en ellos el peso inefable de los misterios de la pasión, o las glorias marianas"
Promitentes de Jesús, que lo hacen por promesa, amor con amor se paga. Costaleros que soportan el peso con la cerviz o sobre los dos hombros. Horquilleros de la patrona, nombre con sabor a siglos, que llevan a la Virgen de la Capilla por las calles del arrabal, cuyo suelo aún tiene impresas las huellas de aquél descenso de los cielos con el divino niño en brazos, porque quería conocer esta ciudad de luz, que ha sido y será cristiana, mientras perviva el tiempo.
En la Hermandad de la Buena Muerte se llama anderos a los encargados de mostrar la pasión de Cristo por nuestras calles. Y se llaman así porque soportan el peso sobre uno de sus hombros a lo largo de las andas exteriores procesionales. El Cuerpo de Caballeros, como se le designa oficialmente en la Hermandad, está formado en este momento por trescientos cofrades que siguen en activo en esta singular vocación.
Nunca han faltado anderos blanquinegros para formar un fecundo racimo de pasión la tarde de Miércoles Santo.
Los anderos fueron distinguidos hace un par de días en la sacristía catedralicia y les fue entregada la insignia de la Hermandad y un diploma acreditativo de su fidelidad y amor.
El amor es la forma más elevada de energía humana. El amor cura a la persona, a la sociedad, al universo entero. Y es corazón cofrade más que fuerza muscular, amor en definitiva, lo que sale de sus entrañas para que no se les haga agobiante el camino.
Los anderos de la Buena Muerte no ensayan antes de la procesión. Su ensayo es la espera, el presentimiento, el ensueño; el vacío que inunda el pecho cuando rememoran el pasado. Los anderos de la Buena Muerte tienen un paso peculiar, suyo, propio, que le da a la comitiva cofrade un caminar inconfundible que a mi me hizo decir hace años en unos versos: “Ahí viene la Buena Muerte, a su paso, con su estilo, elegante y penitente, sereno, serio y sentido…Y ese paso es difícil de cambiar. Forma ya parte del código genético de esta Hermandad catedralicia. Es un caminar pausado que sale del corazón. Un paso hecho de amor y de recuerdos, de fe y de sueños.
Fueron estos anderos quienes renovaron la Semana Santa de Jaén de los años setenta, cuando el vendaval postconciliar estuvo a punto de arruinar para siempre nuestras cofradías y sus manifestaciones públicas. Sólo tres imágenes procesionaban por entonces sin ruedas, el Cristo de las Misericordias, el Señor de la Buena Muerte, y Nuestro Padre Jesús. Los dos primeros con costaleros pagados, el Abuelo, con la fe de Jaén que nunca podrá abandonarlo.
Entonces los anderos blanquinegros salieron de las cavernas del paso a la luz de un mundo nuevo y bajo las andas crearon tal ola de entusiasmo, energía vital, alegría y corazón cofrade, que aquél tsunami, inesperado y providencial, que se había generado en el epicentro de su corazón se extendió en ondas concéntricas y fecundas, con inusitada rapidez, por el resto de cofradías, abatiéndose sobre la ciudad una imparable ola de entusiasmo que hizo renacer la pasión en nuestra tierra.
Sin ellos, no sé qué hubiera sido de nuestra Semana Santa. Lo saben y se sienten orgullosos de haber sido pioneros, pregoneros de los tiempos futuros. Eso les da fuerza, carácter, responsabilidad. Muchos de aquellos jóvenes aún procesionan bajo las andas del Señor de la Buena Muerte y el día que no puedan hacerlo solo ellos saben cuánto dolor les causará el alejamiento.Y no faltan ni faltarán anderos que tomen el hábito blanquinegro para profesar los votos de amor, fidelidad y compromiso con esta Hermandad que tanto les deberá siempre.
Estaban orgullosos del reconocimiento que se les tributó. Deseosos de salir el Miércoles Santo - esta vez sí, si Dios quiere- y pasear los misterios cofrades por las calles de Jaén. Anuncian la Pasión de Cristo, y plantan su cruz, su descendimiento y las angustias maternas en el centro de su corazón.
Y al volver a la Catedral, en un último esfuerzo suben al cielo los pasos con sus manos hasta casi rozar la clave y las dovelas de la Puerta del Perdón, para que los congregados en la Plaza puedan contemplar la grandeza redentora. Y entonces no puedo dejar de recordar los versos de aquél inolvidable sacerdote, Manuel Caballero: Para que Cristo no muera, nunca jamás en tu pecho, con toda tu valentía, ¡levanta tu Cristo andero…!
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