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Lo que queda del día

¿Qué vale más que Gareth Bale?

La clave es replanteártelo todo, ponerlo todo en cuestión, aunque sea por no perder la costumbre, ya que sabes que nunca se hace el primo por última vez

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Diego (*) tiene el don de convertirse en el centro de la conversación; de hecho, gracias a esa habilidad fue contratado como relaciones públicas de una sala de fiestas y logró alejarse de los andamios, aunque un conocido sostiene -entiendo, desde la exageración que nos caracteriza en el sur- que en todos los años del boom inmobiliario no vio a ni un solo argentino levantando tabiques, en todo caso, dirigiendo a las cuadrillas desde la hormigonera.

El caso es que Diego sacó provecho de su acento, de su don de gentes, de su inventiva, hasta de su propio nombre -Diego, el 10, el pibe, la mano de Dios, y todas esas cosas, ya me entienden-, y supo estar en el sitio adecuado y en el momento adecuado después de fracasar como agente promotor de futbolistas sudamericanos a principios de los noventa, que fue para lo que decidió cruzar el charco desde “allende los mares”, como suele dramatizar a la hora de recordar a los familiares y amigos que dejó “allá” hace algunos años -bastantes diría yo-.

“A la edad con la que vienen muchos chicos no tenés la madurez suficiente. Qué digo madurez, sentido de la responsabilidad, ¿viste?” -explica cada vez que se remonta a sus primeros años en España; siempre modulando la entonación, reivindicando el ADN porteño, aunque su DNI diga que de chico se crió en la Córdoba argentina-. “A algunos los acogen buenos equipos, hacen nuevos amigos, pero entrenás hasta las doce y, a partir de ahí, o aprovechás tu tiempo con los estudios y te concienciás de que tu cuerpo es lo primero, o el dinero empieza a quemarte en el bolsillo y, primero, te comprás ropa linda y, después, vienen las copas, las chicas... hasta que cuando te venís a dar cuenta estás en un equipo de tercera intentando ligarte a la hija del presidente para que te dé laburo en su empresa de compostaje. Entre eso y las lesiones, mi futuro como agente profesional se fue a la mierda -la “r” de “mierda” bien recalcada-, pero, ¿viste?, no hay mal que por bien no venga”.

En realidad, Diego es su segundo nombre, pero en la vida, como en el fútbol, hay que saber jugar con ventaja. Él lo hizo y no le fue mal, aunque sin maldad, sólo en busca de algo de complicidad con que forzar o interrumpir en cualquier momento una conversación. Ahora, en verano, se siente más vivo que nunca. Suele llegar tarde a la terraza, como el que se hace esperar, aunque lo que más le gusta es dejarse querer. Vienen muchos clientes que sólo lo hacen durante las vacaciones, algunos de más postín que otros, algunos con más barba que otros -depende de la edad-, algunos más parecidos que otros, todos con sus zonas reservadas, sus bebidas exclusivas y la visita ineludible de Diego, analista impenitente de la actualidad; en realidad es como un telediario andante, porque, después de repasar la política y la economía, siempre acaba las conversaciones hablando de fútbol y el tiempo. Hay quien discrepa, severamente incluso -no puede evitar caer en la provocación-, pero la mayoría asiente bajo el encantamiento del acento, de su afectuosa proximidad.

De Argentina, en todo caso, sólo le quedan el acento y los recuerdos. Su realidad particular es la misma que la de cualquier otro español: sus verdades, sus mentiras, sus deudas, sus frustraciones, sus reproches, sus derrotas, sus convencimientos... son similares a los de muchos otros. En algunos casos culpará a la derecha y en otros a la izquierda, a un gobierno y a otro, y hasta al de más acá -también al de más allá, aunque sea a toro pasado: ¡ay! Señora de Kirchner-.

La clave es replanteárselo todo, ponerlo todo en cuestión, aunque sea por el mero hecho de no perder la costumbre, o porque la experiencia te dice que nunca haces el primo una última vez: siempre hay una penúltima. “Ayer me dije: sos un boludo. Pero qué bien que le creíste. No te gustaba el recambio, pero le creíste, y fijate lo que te digo: yo, que nunca he votado ni votaré en este país, ni soy ni seré de ningún partido, le creí; se iba por motivos personales, por dar paso a gente nueva, no por lo otro. Bravito por el presidente; otros darían plata por seguir en su puesto -hace una pausa, para que procesemos los datos, y bebe de su mojito-; pero no, lo otro ha influido, y encima le proponen de senador, para que nadie le ponga la manito encima. Qué bárbaro... y qué incauto yo”.

Hay otra fase que le ronda la cabeza, que le enerva, la de “tanto twitter y tanta opinión” -él, que no tiene twitter, pero vive de un diarreíco sentido de la conversación y, por supuesto, de la opinión-, pero, de pronto, alguien saca el tema que más preocupa a los españoles en las últimas semanas: “¿Y a ti que te parece que el Madrid vaya a pagar 100 millones de euros por Gareth Bale?”.

 

 

*Como habrán supuesto bien, Diego es un personaje de
ficción creado a partir de apuntes de la realidad

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