Pero lo que está en juego no es la victoria en las urnas, sino lo que viene después. Si se hiciera una encuesta seria o un referéndum, una gran mayoría de apoyaría una reforma de la ley electoral para que gobernara siempre la lista más votada o para que se implantara un sistema como el francés de una segunda vuelta. Así evitaríamos los pactos contra natura y esos partidos que se agarran al sillón para mantener poder o aquellos otros que mantienen enemigos interiores con tal de no ceder el poder a los adversarios exteriores. Las hipotecas que eso supone y la bicefalia, en otros casos, hacen más daño al sistema que cualquier otra cosa. Ese poder para el ganador real, no sólo sería más justo sino que impediría muchos casos de corrupción.
Como eso no es posible todavía, lo que está en juego es la libertad y la economía. La libertad de expresarse libremente y en la lengua que uno quiera; la libertad de la familia para elegir la educación de sus hijos; la libertad en Euskadi de pasear por la calle sin escolta y de poder llevar a sus hijos a cualquier lugar sin el miedo de un tiro por la espalda; la libertad de opinar, de pensar y de escribir; de rotular sus comercios como quieran; incluso la libertad de no tener que huir de su ciudad para salvar la vida. Además de libertad, habría que hablar de economía. Sin embargo, ahora habrá que hablar de pacto, de negociación, de transacciones, de intercambio de cromos al precio que sea. Durante la campaña se ha hablado más de corrupción y de despilfarros que de programas. Los ciudadanos han votado. Vamos a ver qué hacen ahora los políticos.