Erase una vez, en el primer milenio después de Cristo, más exactamente entre los años 67 y 68, una crisis de cambios y de conflictos bélicos de interior azotaban las entrañas del gran Imperio Romano. Habían vivido como dioses en la tierra, saborearon el vino de Baco y oyeron las hermosas cuerdas de Apolo; ahora se arrastraban por los terrenos de Plutón.
El país se encontraba dividido, la famosa Dinastía de los Julio-Claudios estaba en decadencia, tras el paso de varios personajes variopintos; Calígula y Nerón entre ellos; andaban por su recta final, su simbiosis hacia el pasado.
Tras morir Nerón, el general romano Galba, gran enemigo de este, fue nombrado por un Senado que intentaba llegar a un nirvana quimérico que jamás verían. Para más inri, no todos estuvieron de acuerdo con esta proclamación.
Ni qué decir que a las puertas de este monstruo con patas denominado Roma llamaban más problemas y revoluciones. Los “bárbaros” cada vez empujaban más los limes, fronteras, y los judíos no veían con buenos ojos la autoridad del emperador latino en Jerusalén.
Las traiciones, las intrigas y las especulaciones siguieron haciendo mella en el gobierno romano. Galba, que intentó regresar atrás con una política tradicionalista; tras solo siete meses de mandato; fue asesinado por su antiguo amigo Otón, otro general.
No fue una traición sin meditación, Otón no se manchó las manos de sangre, fueron sus seguidores quienes firmaron el pase al Averno de Galba. Antes, se había ganado el apoyo de los neronistas, que en un principio vieron mal quien les iba a suceder. Estaba cantado que sería proclamado emperador, cosa que no tardó en ocurrir.
Empero, el hombre es el único animal que tropieza dos veces, o más, con la misma piedra. Si Nerón tuvo su némesis, Galba, y este a Otón; la cadena iba a seguir. Vitelio entra en juego oponiéndose con sus tropas al último que yace en el poder.
Otón, que se proclamaba como un progresista, fue derrotado tras solo dos meses de mandato. Los tradicionalistas de Vitelio acabaron con su vida, imponiéndose en el gobierno sin ser nombrado.
No obstante, en esta enmascarada de traiciones, de luchas, de poder, había un hombre que se mantuvo siempre en segundo plano, esperando su momento para dar el carpetazo sobre la mesa y decir; “esta es la mía”. Ese hombre fue Vespasiano.
Tras el último golpe de estado, destrozó no solo a Vitelio, sino que acabó con la obsoleta Dinastía de los Julio-Claudios, que a partir de Nerón ya no poseían ni la misma sangre. La Dinastía de los Flavios nacía gracias a Vespasiano.
Este emperador sí instauró todas las medidas progresistas que la anterior Dinastía no pudo llevar, dio un orden, un fin de luchas internas, y como suele pasar a lo largo de la historia, un final oscuro.
Erase una vez, en el siglo XXI d.C., una España en decadencia, de traición política, de mentiras al pueblo, de revoluciones múltiples y con una frontera que nos queda grande, puesto que estamos tan quemados que lo que pase más allá de los Pirineos nos da igual.
Igual que las luchas entre las grandes águilas imperiales, la gaviota y la rosa combaten a muerte, mientras otros esperan en segundo plano para dar el golpe. Nadie contempla la posibilidad de marchar juntos en la misma dirección.
Las intrigas y la traición se dan en los mismos partidos, gente que quiere que el líder de turno se vaya, personas que abandonan sus filas y fundan sus propios grupos políticos para intentar pillar cacho en las elecciones… Muchas historias de terror en un presente, que nuevamente se asemeja a lo que un día fue un gran Imperio Romano.