Me gusta el fútbol. Ya me gustaba de pequeño. Me acuerdo del Mundial 82 y de un balón rojo que me compró mi padre. Era un balón rojo, de plástico duro, que ponía Adidas Tango pero que ni era Adidas ni era Tango. Era mi balón. También me acuerdo de una camiseta de la selección española. El día del 12-1 la llevaba puesta. Ese día España fue feliz.
Fue en 1983. Aquel año no era bueno. Yo era muy pequeño para darme cuenta, pero esos fueron los años de plomo de ETA, los años de la reconversión industrial, los años de los franceses volcando camiones y los años de quedar últimos en Eurovisión. Remedios Amaya, cero points.
En diciembre de 1983 las cosas fueron a peor. El 7 de diciembre dos aviones chocaron en Barajas. 93 muertos. Diez días después, la discoteca Alcalá 20 de Madrid se incendió. Algunas personas consiguieron escapar. La mayoría no. 82 personas quedaron atrapadas y murieron calcinadas. 1983 había sido un año de mierda. Y diciembre estaba siendo el peor mes de un año de mierda. Pero entonces hubo un partido de fútbol.
España jugó en Sevilla el 21 de diciembre de 1983. Partido de clasificación para la Eurocopa de Francia. Había que ganar a Malta, que era una selección muy mala. Pero había que ganar por once. Nadie pensaba que se podía ganar por once. John Bonello, el portero y uno de los pocos jugadores profesionales de la selección de Malta, dijo un día antes del partido que si le metían once goles, no volvía a su país. Le metieron doce. Doce. Ganamos por doce a uno y si hubiesen hecho falta veinte, hubiésemos ganado por veinte. Para toda una generación de españoles, el gol de Señor es el gol del sí se puede. Sí se podía salir de la crisis y sí se podía entrar en Europa y sí se podía acabar con el terrorismo y sí se podía ser español y ser feliz al mismo tiempo.
Con el gol de Iniesta la gente se ha olvidado del 12-1. Una vez que le ganas un mundial a Holanda meterle doce a Malta deja de ser algo importante. Pero el 12-1 fue importante. Yo recuerdo salir a la terraza de casa a ver a la gente agitando banderas. Y sólo se había ganado a Malta. Y sólo nos habíamos clasificado para Francia 84. Pero era algo más. Era decirnos a nosotros mismos que sí, que a veces ocurren milagros. Que a veces lo imposible se vuelve posible. Que a veces se puede ganar. El gol de Señor lo gritó así José Ángel de la Casa porque aquel gol era mucho más que el 12-1 a Malta. El partido ya daba igual. Y el rival. El gol de Señor era una demostración. La demostración de que nunca hay nada inalcanzable. De que se puede conseguir lo imposible. El otro día, viendo una tertulia sobre el problema de la corrupción política, me vino a la mente el gol de Señor. Nosotros somos España. Y ellos son Malta. Son pocos. Son malos. Y aún así piensan que jamás les podremos meter doce. Pues eso.