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Lo que me enseñan los pacientes…

El enfermo espera de su médico información y soluciones a sus problemas, y si no es posible… al menos consuelo y ayuda

Publicado: 02/02/2025 ·
10:28
· Actualizado: 02/02/2025 · 10:29
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  • Manos.

A diario, la profesión médica nos da a los facultativos la oportunidad de conocer a diferentes personas. Cuando, en la consulta, un paciente nos detalla sus problemas, comparte también sus miedos y sus inquietudes. Su mirada, su voz y su entonación nos cuentan un trocito de su historia personal. En unos minutos, y si escuchamos con la suficiente atención y paciencia, podemos hacer una “radiografía emocional” en la que vemos claramente todo aquello que le preocupa.

El enfermo espera de su médico información y soluciones a sus problemas, y si no es posible… al menos consuelo y ayuda para que la carga de su dolencia sea lo más llevadera posible. Para nosotros, los doctores, es muy gratificante la sensación de poder ayudarles, pero no es lo único que nos motiva cada día a seguir ejerciendo nuestra profesión.

Según pasan los años, tomo más conciencia de la enseñanza que todos y cada uno de los enfermos me han regalado sobre la naturaleza del ser humano. De todo ese aprendizaje, quizás, por su importancia vital, el que más huella ha dejado en mí es el de los pacientes terminales, aquellos para los que la medicina no puede ofrecer la esperanza de una curación.

Desgraciadamente, dentro del ámbito de la neurología, no son pocas las patologías para las que la ciencia aún no ha encontrado una solución, y una de ellas, con la que con cierta frecuencia nos encontramos, es la Esclerosis Lateral Amiotrófica, la ELA. Esa terrible enfermedad neuromuscular que, en meses o, en el mejor de los casos, en unos pocos años, deja a los pacientes postrados en una cama, afectando de forma severa su movilidad y su capacidad para hablar, tragar y respirar. Pero, detrás de esa situación de vulnerabilidad y fragilidad, puede verse la verdadera fortaleza y dignidad humana.

Hace unos días, tuve el privilegio de visitar a una persona muy especial. No comentaré sus apellidos para conservar su intimidad y anonimato, pero sí escribiré su nombre e iniciales, porque este artículo está dirigido a ella y a esas personas que, a pesar de haber perdido la esperanza de vivir, muestran una enorme gratitud por su existencia.

A María C.M., la impotencia de no poder seguir adelante no la ha cegado ni envenenado, y con su apagada voz, debilitada por la enfermedad, no ha hecho el más mínimo reproche por su mala suerte. A pesar de quedarle muchos deseos sin cumplir, que ya nunca podrá realizar, ha aceptado su final con una dignidad admirable.

Espero que este artículo llegue a tiempo, porque quiero darte las gracias, de corazón, por esa oportunidad que me has dado de conocerte y de poder admirar en ti lo mejor del ser humano. Aunque, una mañana cercana, ya no estés con nosotros, seguirás siendo un ejemplo para cada una de las personas que han tenido el honor de haberte conocido.

Gracias, María.

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