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Hablillas

Los abuelos

Los regalos venían con las charlas de una sobremesa por donde el tiempo se detenía por obra y gracia de las palabra

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No sabemos cuánta falta nos hace la rutina hasta que vuelve a nosotros, especialmente tras estas fiestas.Qué largas son, pensamos, una reflexión resultante de tantos cumpleaños, porque durante la infancia y la juventud hay pena e incluso lágrimas por el apagado de las luces de colores al atardecer, por la vuelta al altillo del árbol de Navidad por el consiguiente retorno al colegio, un sacrificio vivido como tal hasta que la adultez le da el tono sepia de los recuerdos, un tiempo ilusionante entonces y añorado en el presente en todo o en parte.

Sin hacer un gran esfuerzo de memoria vuelve la coraza del romano con el casco, de plástico duro y tan gris como el color de la uralita tan utilizada entonces, el muñeco Tragoncete de biberón inagotable, las monedas de chocolate y los paquetes alargados de piñones confitados, peladillas y garrapiñadas.La sala mostraba una visión distinta con los regalos sobre el sofá, porque durante un rato veía alterada su quietud y aislamiento pasando a ser un torrente por el tropel y los gritos de sorpresa de los niños. Un rato inolvidable que duraba hasta el momento de irse a dormir con el juguete deseado, cuya compañía se permitía mientras oíamos en cuento que de la mano nos cogía para llevarnos a soñar. Cuentos que cuando ya se podían leer en un libro se transformaron en curiosidad por conocer la infancia de los abuelos, sus juegos, sus noches de reyes, historias que fueron alimentando la curiosidad de los nietos, así como el entusiasmo por recordarlas y contárselas.

De esta forma el día de Reyes fue creciendo con los niños al mismo tiempo que la ilusión, ya que los regalos venían con las charlas de una sobremesa por donde el tiempo se detenía por obra y gracia de las palabras, charlas que se repitieron muchas veces y, sin embargo, nunca fueron cansinas ni pesadas. Por aquellas tardes del seis de enero pasearon personajes, seres reales e idealizados por la distancia, juguetearon animales fieles hasta el celo, corretearon travesuras tan ingenuas que nunca fueron gamberradas y el relato, con la voz empañada de dulzura, recorrió calles con más de un nombre.

Es por lo que resulta grato leer en este periódico algunas curiosidades rescatadas de la oralidad familiar, por circunstancialidad o la indagación. Enhorabuena al periodista Ángel Gallego y a su amigo Mario Cercas por el minuto largo que da luz a esos recuerdos, a aquellas charlas que entretuvieron divirtiendo la preadolescencia, la juventud y la madurez.

Los abuelos, cuánto se les echa de menos. Cuánta hacen brillarla rutina.

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