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El pobrecito hablador

Víctimas colaterales

Aparecen, como las setas ante la humedad, cuando una selección norteafricana logra un hito histórico y sale a las calles a celebrarlo en paz

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  • Gaza. -

No me cabe la menor duda de que, sea cual sea la noticia, el suceso o el caso, hay víctimas colaterales que, sin comerlo ni beberlo, pagan o son señalados para pagar el pato. Entro otros motivos, porque sí.

No importa lo que haya sucedido. Da igual si es la celebración de una victoria deportiva, una desaparición con resultado de muerte, o una guerra genocida en Oriente Próximo. Al final, un buen grupo de personas de bien, de esos que están por encima del bien y del mal, católicos de misa diaria y golpe de pecho, señalan a otro grupo de la población, acusándoles de sus males, reales o hipotéticos, achacándoles delitos que no han sucedido aún e inventando retorcidas teorías que revuelven la realidad hasta que se adapta a su estrecho horizonte.

Ahí los tenemos, señalado a una etnia y acusando a sus miembros de un asesinato que no ha ocurrido, aunque las pruebas dijeran todo lo contrario, pero la rapidez de sus neuronas adelantan hasta a los procesos legales.  Aparecen, como las setas ante la humedad, cuando una selección norteafricana logra un hito histórico y sale a las calles a celebrarlo en paz, ideando revueltas, broncas y demás delitos para justificar su odio cerval hacia todo lo que no sea helero, blanco, rubio y de ojitos azules.

Han vuelto a asomar sus blancas e inmaculadas almas de aporófobos, pidiendo que se suspenda la entrada en España de inmigrantes procedentes de países de cultura islámica, a raíz del nuevo y reciente conflicto en la franja de Gaza. Ellos, seres de luz y de amor, consideran que cualquiera que tenga como libro sagrado el Corán es un terrorista en potencia, que bajo sus ropas llevan bombas y que un niño no es más que el incipiente retoño que se convertirá, con el tiempo, en brazo armado del terror.

Su ignorancia supina les hace desconocer que hay marroquíes cristianos, judíos y musulmanes, algo que tampoco sorprende demasiado. En el fondo, la religión les importa un bledo. No tienen problemas para genuflexionarse ante un emir catarí, doblando tanto la espalda que podrían auto explorarse el colon. No les importa el color de la piel ni su procedencia. La única patria que defienden es el dinero y su bandera es el dólar, que les pone más que el euro.

Al final, si les dejamos hacer, todos seremos víctimas colaterales.

 

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