Cuando hablamos de Memoria Histórica como explican tan claramente los colaboradores e investigadores de asociaciones como Todos los nombres o Jerez Recuerda, estamos hablando, sobre todo, de justicia. En estos tiempos revueltos en los que se quiere pasar página a la historia apresuradamente, sin que haya dado tiempo a escribirla y leerla, en estos tiempos en los que no faltan quienes reinventan la historia a su capricho, conviene, antes que cualquier otra cosa, hablar de justicia y hacer justicia.
Justicia a tantos nombres, que es decir personas, que es decir vidas, familias, recuerdos, memoria. Que es decir pueblo en el más noble sentido de la palabra. Buena parte de esos nombres, en lo que a nuestra ciudad se refiere, figuran en un completo trabajo realizado por la Asociación para la Recuperación de la Justicia y la Memoria Histórica Jerez Recuerda.
Con el título Las cifras de la represión en Jerez de la Frontera tras el golpe militar de 1936: una aproximación, se presenta el fruto de la investigación en la que han participado durante muchos años miembros de esta asociación y en el que se aportan hasta 382 nombres de víctimas. Por citar sólo uno de los muchos ejemplos que allí figuran, traemos hoy aquí el de Teófilo Azabal, un maestro.
José Antonio Martín Pallín en uno de sus artículos (Sin pasado no hay mañana), dice refiriéndose a los maestros: “Resulta significativa la saña con la que se persiguió a los maestros que habían dedicado su vida a sembrar los valores de la cultura en las aldeas y ciudades de nuestra patria”. Estas palabras están escritas a la medida de Teófilo Azabal, hombre de bien, maestro e Inspector de Enseñanza Primaria de quien nos habló en diferentes ocasiones su hija Pilar, ya fallecida.
Emocionada, nos contaba los días trágicos de la detención de su padre, entonces enfermo, y de su fusilamiento. Ella era entonces una niña de cuatro años, la misma niña que se menciona en el certificado de defunción que aparece publicado en el citado trabajo de Jerez Recuerda. Nos hablaba Pilar de las peripecias de su familia en aquellos días, de su refugio en la barriada rural de Los Albarizones. Y nos hablaba sobre todo de la emoción que sintió cuando, pasado el tiempo, tuvo ocasión de trabajar como maestra durante muchos años en el ya desaparecido Colegio Nacional Carmen Benítez del que su padre había sido profesor y era director cuando fue fusilado.
Junto a los nombres de personas, nos gustaría traer también hasta estas páginas de Entorno a Jerez, los nombres de lugares que no deben caer en el olvido y que deben también guardar memoria de aquellos crímenes con los que el golpe militar de 1936 llenó muchos rincones de la campiña. Para que tampoco se olviden. Son nombres ligados ya para siempre a rincones que fueron escenario de la injusticia y del crimen, lugares para la Memoria.
Y hablamos de los muros del Alcázar, de la Alameda Vieja, de La Barca de la Florida, de las tapias del desaparecido cementerio de Santo Domingo, de La Rosaleda, de las explanadas próximas a la Plaza de Toros, de la Huerta de Terry, junto a la barriada España, del Pozo de la Víbora o del Rancho del Pescadero, en la salida hacia El Puerto de Santa María.
Y ya más lejos de la ciudad, no podemos dejar de mencionar aquellos parajes más alejados que fueron testigo de tantos asesinatos, para que tampoco se olviden esos otros escenarios, esos otros paisajes para la Memoria. Y hablamos de lugares como los alrededores de la Laguna de Medina, la Sierra de San Cristóbal, la carretera de La Barca. Y hablamos también de Garcisobaco y de Vicos, donde se retuvo después en campos de trabajo a otras muchas personas.
Y hablamos de La Sauceda, poblado situado en las faldas de la sierra del Aljibe, bombardeado y atacado por las columnas que procedían de Jerez. Y hablamos de El Marrufo, un cortijo ubicado en un hermoso paraje junto al Puerto de Gáliz donde siempre nos estremecemos, cada vez que paramos frente a su puerta, frente a su capilla y recordamos a quienes cayeron fusilados en sus muros, esos mismos que aguardan enterrados en la fosa común que allí se encuentra, esperando que llegue un tiempo en que se haga justicia. Allí, en ese lugar que será ya para siempre conocido como la majá de los muertos.
Y hablamos, más cerca de la ciudad, de la vieja carretera de La Trocha... ese sendero trágico camino de El Puerto de Santa María.
Y se dibuja así, con todos estos lugares para la Memoria Histórica, un itinerario, un largo camino de recuperación de la justicia y de la dignidad para con tantas víctimas, que tenemos que recorrer sin esperar a que pasen otros setenta y cinco años.
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