Ha transcurrido algo más de hora y media desde que iniciamos el itinerario cuando llegamos al lecho del Bocaleones, habiendo salvado un desnivel de casi trescientos metros, después de descender los últimos escalones. Caminamos ahora ente grandes bloques de piedra caliza desprendidos de los flancos del cañón o de lo que fueron techos de antiguas cavidades subterráneas. Antes de seguir hacia la ermita, río abajo, visitaremos la gran oquedad que se abre en la pared, frente a nosotros, en cuyo techo cuelgan numerosas estalactitas. De ellas cae un lento goteo al suelo arenoso de lo que fue una gran cueva, ante cuya entrada desagua hoy día el cauce colgado del Arroyo de los Volcones.
Salvo en épocas de lluvia, el lecho del Bocaleones suele estar seco y puede recorrerse con facilidad hasta la Cueva de la Ermita. Las verticales paredes que conforman la Garganta Verde, separadas en algunos tramos por tan sólo diez metros, proyectan sobre el cañón una permanente sombra que lo mantiene fresco y húmedo, aún en los meses más calurosos del estío, cuando las diferencias térmicas entre las cumbres de Las Cambroneras y el lecho del río, puede llegar a ser de más de diez grados.
Antes de seguir hacia la gruta haremos un alto en el camino para dejarnos sorprender por la singular belleza del desfiladero. Sentados sobre los grandes cantos de caliza que salpican el cauce o descansando bajo las copas de las adelfas arborescentes que crecen en las orillas, podremos admirar la majestuosidad de esta garganta, techada por la estrecha tira azul a la que se reduce el cielo visible desde aquí, entre las hojas de las higueras, de las adelfas o los laureles, que filtran la luz creando una atmósfera irreal, casi mágica.
El silencio se salpica de misteriosos sonidos tras los que se esconden las aves de roca que habitan los cantiles, un auténtico paraíso para la avifauna. Lejos quedan ya los tiempos en los que el quebrantahuesos era inquilino habitual de estos paredones, donde vinieron a buscarlo los naturalistas ingleses Buck y Chapman en los primeros años del siglo XX, con los que otro día volveremos a visitar estos parajes.
Sin embargo, los buitres son omnipresentes manteniendo una gran colonia en la Garganta, donde puede observarse una gran variedad de aves como alimoche, chova piquirroja, vencejo real y común, avión, grajilla, gorrión chillón, colirrojo tizón... Entre las rapaces, pueden verse también en estos Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. parajes los cernícalos común y primilla, las águilas perdicera, calzada y culebrera, así como halcones, mochuelos, búhos reales, cárabos… Y junto a todos ellos, los murciélagos.
Continuaremos caminando por el lecho del Bocaleones entre los grandes cantos de caliza, pulidos y redondeados por la acción erosiva de la aguas torrenciales que bajan desde la Sierra del Pinar y que, como por embudo, circulan a gran velocidad por la garganta. En algunos recodos, donde en las orillas se acumula algo de suelo, crecen las adelfas que forman aqui el techo arbóreo y alcanzan en algunos lugares una altura sorprendente. Entre las rocas, las higueras anclan sus raíces en las más estrechas fisuras. Más raros son los laureles que, sin embargo, aparecen en la Garganta Verde como en pocos lugares de la sierra. En estos pequeños sotos umbrosos que flanquean las orillas del Bocaleones, se desarrollan entre los arbustos hiedras, clematídes o nuezas, trepadoras que pueden verse en muchos rincones. La vinca, de llamativas flores de color lila, tapizan los suelos bajo la sombra de las adelfas. No faltan tampoco otras especies propias de estos ambientes húmedos y umbrosos como los candilitos, el aro o los acantos, tan llamativos como abundantes.
Si tenemos la suerte de verlos florecidos (hacia los meses de mayo o junio), admiraremos sus grandes espigas llenas de flores de tonos blancos, azulados o violáceos. Caminando por el lecho de la garganta en dirección a la Cueva de la Ermita, tendremos también ocasión de observar distintas especies de helechos. El más abundante es el culantrillo, que crece entre las piedras que reciben salpicaduras o en las paredes que rezuman agua. La doradilla es también muy frecuente, así como Selaginella denticulada o Anograma leptophylla, que podremos encontrar en las oquedades y fisuras más frescas y húmedas.
Apenas habremos andado unos doscientos metros cuando hallamos en la pared izquierda del cañón, en la concavidad de un pequeño meandro, la sorprendente gruta conocida como Cueva de la Ermita o Ermita de la Garganta. Y entonces… simplemente debemos pararnos a admirar este singular paraje.
La cueva, que tiene forma de cuarto de esfera y es de grandes proporciones, sorprende por sus dimensiones (50 x 25 metros). Nos llama también la atención la suave coloración, verde y rosada, de sus paredes, debida a las algas y líquenes que las tapizan. Pero ante todo, nos sobrecoge su aspecto de espacio escénico. No es de extrañar por ello que José María Pérez Lara, el botánico autor de la Florula gaditana, quien la visita durante el último tercio del siglo XIX, deja escrito en su Bosquejo físico geográfico de la provincia de Cádiz que “…al rebasar la entrada, la impresión que produce la perspectiva de esta concavidad se asemeja al que se recibe cuando se entra en el patio de un teatro en el momento de estarse celebrando un gran espectáculo”.
No cabe duda que junto a la riqueza botánica y faunística que encierra este lugar, el interés geólogico es también de primer orden. Mucho se ha escrito acerca del origen de este cañón, excavado ente materiales calizos y dolimíticos del líasico inferior, cuyos estratos presentan aquí una estructura casi tabular, cruzados por grandes fallas. Aunque se discute su formación y posterior evolución geomorfológica, la explicación más aceptada es la que sostiene que la erosión superficial llevada a cabo por el río provocó el hundimiento de su lecho al enlazar con formaciones subterráneas de origen cárstico.
Ello ocasionó el desplome de sus techos dejando al descubierto diferentes cavidades de las que la más espectacular es la Cueva de la Ermita. Pero dejemos que sea Juan Gavala Laborde, el insigne geólogo que visita la Garganta en 1917, quien nos lo cuente:
“El desfiladero de la Garganta Verde es un ejemplo curioso de cómo las aguas ejercen su acción en los macizos de calizas, pues aunque esta grieta gigantesca, no se debe al trabajo de las aguas meteóricas, sino a una falla, tanto en el fondo del barranco como en sus paredes han dejado bien marcadas las huellas de su paso las corrientes superficiales y subterráneas, pudiéndose presentar como modelo de disolución de las calizas por las aguas la famosa gruta denominada Iglesia de la Garganta, situada en la margen izquierda del arroyo; tiene proporciones gigantescas y esta toda ella llena de estalactitas, estalagmitas e incrustaciones calcáreas, de formas y colores variadísimos. Su visita es obligada, como uno de los lugares más curiosos de la Serranía, para los turistas que recorren estos parajes. El fondo de la Garganta Verde es muy escarpado, sucediéndose las cascadas y los charcos profundos, especie de marmitas de gigantes que la aguas perforan al pie de los saltos con ayuda de los cantos rodados que arrastran y que, animados por los remolinos de un movimiento rápido de rotación, barrenan el suelo al mismo tiempo que adquieren ellos mismos, por efecto del rozamiento, forma esférica. En el fondo de este barranco brotan infinidad de manantiales, que vuelven a ocultarse una y otra vez al encontrar grietas o cavidades de menor nivel piezométrico, pero que concluyen por aflorar formando un caudal de aguas bastante crecido aun en riguroso estiaje, que alimenta el arroyo Bocaleones, afluente del Guadalete”.
Junto a la explicación del científico queremos trae aquí, mientras sentados frente a la cueva disfrutamos de la paz de este lugar, el testimonio de los poetas. Pedro Pérez Clotet, poeta serrano, de Villaluenga, relacionado con las figuras clave de la generación del 27 dice de la cueva: “es como una iglesia y también como un teatro. Con su techo decorado con polícromas filigranas calcáreas que recuerdan los artesonados arábigos. Con su ambiente solemne y recogido, que diríase está pidiendo los alados espíritus del verso y de la música”.
José y Jesús De las Cuevas abundan en esta misma idea: “El color es rosa, pero un rosa extraño que no tiene nada que ver con la carne. El verde también es irreal, un verde helecho, de alga, de acuarela, húmedo, submarino, con transparencias… Al fondo, estalagmitas y estalactitas haciéndose. Toda la cueva tiene un extraño aire de víscera, de creación, de entrañas de la Tierra. El suelo es de arena fina, pero entre las estalagmitas encontramos diminutas pilitas donde el agua filtra gota a gota. Es un agua purísima, lustral, a punto de solidificarse en cristal de roca”.
Y nosotros añadimos poco más. Avanzamos aún por el lecho de la Garganta otros doscientos metros hasta donde unos grandes bloques nos impiden seguir ya que, como se indica en una inscripción junto a la Cueva, “a partir de este lugar el arroyo se torna peligroso y sólo puede realizarse con técnicas y material propio de escalada, por lo que su recorrido requiere de una autorización especial”. Y desandamos nuestros pasos, dejando atrás este incomparable lugar, pensando en volver de nuevo a disfrutarlo.
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