Estamos acudiendo a determinados espectáculos que ofrece la Bienal de Sevilla en esta vigésimo segunda edición que se celebra en la capital andaluza del 8 de septiembre al 1 de octubre. Esta publicación no se traduce en crítica especializada, pero sí queremos mostrar nuestra opinión ante lo que está ocurriendo con las corrientes creativas en estos momentos del flamenco. Los artistas han de convencer al público y a la prensa sin saber muy bien qué camino será el acertado: innovar o mantenerse en el clasicismo.
Lógicamente este debate da para mucho, es un tema con tantas aristas que ni siquiera abordándolo como ensayo literario concluiríamos en la corriente a seguir. Partimos de la base que el artista, per se, tiende a crear, a sentirse inquieto y a querer descubrirse continuamente ante determinadas etapas o épocas experimentales. De ahí que se acepte aquello de que el arte debe evolucionar, como ente dinámico y vivo.
En el flamenco todavía cuesta dar según que pasos porque en las formas (también estéticas) está el sentido, y en el sentido, la emoción. ¿Y qué ocurre? Que muchos quieren dejar su impronta o “sello propio” con pretensiones inalcanzables, infumables o simplemente fuera de todo arte. El flamenco es mucho más serio de lo que algunos como Niño de Elche o Rosalía, y sus discográficas, quieren hacer creer apoyándose en la libertad de cátedra. Pues no, no todo vale.
Volviendo a la Bienal, hemos comprobado una vez más como el cantaor David Lagos, con ‘Cantes de Silencio’, ha sabido materializar sus ideas a la vez que ha sacado lo mejor de su garganta y le ha dado una vuelta de tuerca a su discurso sin aspirar a provocar al mal gusto. Tocó asuntos ásperos de la dictadura franquista, la represión, la Guerra Civil, la exclusión a homosexuales de esas décadas… se mojó y acertó, porque gustos aparte, lo hizo con delicadeza y con trabajo. Él es un artista comprometido, todo lo hace con buenos objetivos.
Otra de las que han querido dar un paso más en su intensa, que no larguísima por edad, trayectoria fue María Terremoto, en ‘Rúbrica’. La jerezana compartió cartel con el pianista trianero Pedro Ricardo Miño en una noche prevista, igual que la de David, para el teatro Lope de Vega y que tuvo que celebrarse, por problemas de infraestructura, en el Cartuja Center. No es lo mismo, la atmósfera es muy distinta y eso se nota en el resultado.
María y Pedro basaron su espectáculo en recorrer el repertorio flamenco menos manido por la cantaora para mostrar, inspirándose en las teclas del piano, una visión más versátil y musical de sí mismo. Interpretaron, entre otros estilos, farruca y mariana, petenera, caña en compañía del coro Ateneo de Sevilla, y cantes de galera junto a la lebrijana Anabel Valencia. Poco se le puede exigir más a una cantaora que con veintidós años ha removido las entrañas de los tantos muchos que van a escucharla sin tapujos ni filtros, solo para disfrutar.
Siente, imaginamos, la necesidad de no repetirse cuando llega a la Bienal y por eso experimenta con más o menos acierto. Por eso no lleva el acompañamiento de la guitarra flamenca, o se deja ataviar con los diseños de Pilar Rubio, se mueve por el escenario como artista de otros géneros y muestra una imagen, paradójicamente, más juvenil. En esta ocasión, su paso por el certamen ha dejado sabor a crecimiento, a valentía y a realidad, pues hemos de entender que es humana aunque a veces nos parezca una diosa. Canta con verdad y sin esconderse, que es lo más formidable en un momento del flamenco en el que hay tantos blandos.
Vicente Amigo es el resultado de la perfección creadora, del don, pues diseña una obra que perdura en el tiempo y que suena a novedad cada vez que la interpreta. ¿O suena ya a “clásicos”? El teatro de la Maestranza se volcó con el guitarrista del momento. Creo que no hay nadie en la actualidad que provoque una sensación de fascinación tan poderosa como él con una sontanta entre las manos. El concierto fue brillante, sobre todo para los que por edad nos topamos tantas veces con la mediocridad jonda y que por momentos sucumbimos al rayito de luz.
No se puede obligar a un artista a crear cada cierto tiempo, como si fuese una consigna mediática y frustrante que dé lugar a resultados nocivos. Una soleá bien cantada nunca pasará de moda.