Los caminos de Rafa Nadal y Yannik Sinner tienden a la convergencia. Próximos rivales en octavos de final de Roland Garros, se han medido en dos ocasiones y en el pasado Abierto de Australia compartieron las dos semanas de cuarentena que impusieron las autoridades locales.
El italiano nació en San Candido cuando el español tenía 16 años y el tenis le había colocado ya un asterisco de estrella prometedora. En poco más de dos años, la heterodoxa carrera de Sinner ha dado un enorme salto para colocarle entre los jóvenes con más futuro del tenis.
Pocos dudan de que su nombre copará en unos años los lugares finales de los grandes torneos.
Tras meterse en la pasada campaña en cuartos de final de Roland Garros -donde tuvo el primer cruce con Nadal- este año ha alcanzado ya su primera final de un Masters 1.000. Fue en Miami en otro alarde de precocidad.
Le falta al transalpino regularidad, pero su raqueta se ha cruzado ya con la de algunos de los más duros del torneo, lo que ha fortalecido su personalidad.
Nada que ver con el tenista algo timorato que el año pasado saltó a la pista fría central de París, en una noche cerrada y otoñal en la capital francesa, sin que nadie le diera opciones de batir al español camino de su decimotercera Copa de los Mosqueteros.
Sinner nunca ha ocultado sus ambiciones. Tras su rostro aniñado, su aspecto angelical al que contribuye su media melena rizada y rojiza, se esconde el espíritu de un matador, un tenista agresivo que está mejorando golpes con un único fin: ganar.
"Odio perder, hasta cuando jugaba al fútbol siempre quería ganar", aseguró el italiano nada más lograr su billete para octavos.
Sinner es un puro producto de la factoría de su entrenador, Riccardo Piatti, descrito como un mago de la formación y puesto como ejemplo en muchos países.
De su mano, Sinner ha ido subiendo escalones en la jerarquía siempre difícil del tenis, ganando en madurez y precisión, en contundencia y regularidad.
Justo antes del torneo, el extenista Mats Wilander hacía del italiano su principal candidato al título o, al menos, el joven con más opciones de destronar a la vieja guardia liderada por Nadal y el serbio Novak Djokovic.
"Creo que Sinner tiene muchas opciones de ganar el título", señaló el sueco, tres veces ganador de Roland Garros.
La opinión de Wilander es, cierto, minoritaria, pero todo cambiaría de signo si el italiano se convirtiera en el tercer jugador en derrotar a Nadal en París.
Sería un bombazo que propulsaría a este joven tenista que durante la infancia fue campeón de esquí en la región alpina de la que es originario, donde las raquetas se usan más para caminar sobre la nieve que para golpear pelotas.
Aquel deporte colmaba sus ansias, pero Sinner lo cambió por el tenis: "El esquí solo dura un minuto y medio, demasiado corto. Me gusta mirar a los ojos a mi adversario y en esquí compites sin saber cómo vas, sin ver si tu rival está frustrado o contento".