Gabilondo, que firmó ayer un protocolo de colaboración con el Gobierno de Castilla y León, ha confesado que no entiende cómo los españoles se las arreglan “para convertir todo en elemento de confrontación: la lengua y los símbolos, cuando deberían unir en vez de separar”.
“Espero que la nueva ley traiga un espacio global de libertad, entendimiento y convivencia”, ha añadido tras ser preguntado por la reciente sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ha asistido la reclamación de una madre italiana que pedía la retirada de crucifijos en un colegio de su país.
En líneas generales, explicó el ministro, “en España se ha sabido resolver estos asuntos en los propios centros, a través de los consejos escolares”.
Gabilondo se ha mostrado cauteloso ante la jurisprudencia que pueda derivarse tras la resolución del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, por lo cual ha pedido “la colaboración de todos para no iniciar nuevas batallas”.
El ministro ha firmado en Valladolid un protocolo con el Gobierno de Castilla y León para la progresiva implantación de ordenadores portátiles dentro de las aulas de esa comunidad autónoma, con el fin de rentabilizar el uso académico de las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información.
Esa estrategia, de ámbito nacional y denominada Programa Escuela 2.0, es la respuesta “a la nueva realidad, a la dinámica social y mental, que siempre va por delante”, pese a lo cual el ministro no cree que los ordenadores, como herramientas académicas, sustituyan a los libros de texto y a los profesores: “los necesitamos”, ha subrayado.
“Miguel Delibes, a quien profeso admiración y reconocimiento, ya dijo que un pueblo sin literatura es un pueblo mudo, pero sin nuevas tecnologías se puede quedar ciego. Esperemos que (las tecnologías) no rompan los afectos y los valores en las relaciones personales, como también dijo Delibes con otra frase: la máquina ha venido a calentar el estómago del hombre, pero a enfriar su corazón”, reflexionó.
Entre uno y otro extremo, el ministro ha situado la necesidad de escuchar, que con Plutarco ha definido como la disponibilidad de las personas a dejarse decir algo y “a no creer que uno lo sabe todo y mejor que los demás”.
España “es un país que necesita escuchar más. Tenemos un problema de oído”, concluyó después de firmar el referido protocolo de colaboración.