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Escrito en el metro

Nostalgia otoñal

Pero los frutales del corazón del inteligente campus, a pesar de sus más de treinta años de cada uno de sus árboles, han sido abandonados a su suerte

Publicado: 16/09/2019 ·
19:48
· Actualizado: 16/09/2019 · 20:36
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

Escrito en el metro

Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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Hubo un tiempo no muy lejano en el que una de las mayores aventuras infantiles era ir a recolectar frutos en huerto ajeno. En el fondo se trataba de sentir el miedo de poder ser sorprendidos por el hortelano, que en algunas ocasiones te espantaba a gritos y con amenazas nada violentas. Por encima del carpe diem en su estricto sentido, el sabor de aquellas pocas cerezas, nísperos o membrillos era especial, era un botín ganado a hurtadillas, sin patente de corso, que te hacía sentir un bucanero de los lejanos mares del sur, si bien no había ni vencedores ni vencidos. Cuesta trabajo pensar que estas sensaciones puedan disfrutarse con un videojuego, porque habrá tensión pero no se puede degustar lo virtual.

En el corazón del inteligente Campus de Teatinos hay un huerto de frutales con variedad de cítricos, desde diminutos limones a naranjas injertadas, que a pesar de estar a las puertas del otoño desprenden un suave aroma de azahar que atraen a las últimas abejas que han sobrevivido al seco y caluroso verano pasado. Una higuera, el árbol prohibido del paraíso, engalana de verde el ambiente, con frutos aun por madurar. Pero el árbol que más destaca es un azofaifo de cuyas ramas cuelgan centenares de grandes y esféricos frutos, que recuerdan a un singular árbol de navidad, y cuyos regalos tanto remediaron hambrunas. Como un atavismo infantil no reprimo la tentación y recojo unos cuantos de aquellos frutos, probándolos allí mismo, sintiendo el mismo grato sabor que aquel de la infancia lejana.

Pero los frutales del corazón del inteligente campus, a pesar de sus más de treinta años de cada uno de sus árboles, han sido abandonados a su suerte. Sin más riego que las escasas lluvias, sin tratamiento de ningún tipo, machacados por unas arcillas impenetrables y por la contaminación que se deprende de las dos autovías urbanas que surcanel centrodel bulevar. Aquellos posibles últimos frutos serán pronto recuerdos ante una condena injusta por la tiranía del tráfico, pero en la memoria siempre quedará el sabor compartido con la infancia.

Esta nostalgia otoñal no es más que el pesar por la distancia cada vez mayor de la Naturaleza.

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