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Punta Umbría

Hibernia utiliza la luz y la plasticidad de Hopper en una obra teatral

La dramaturga Eva Hibernia toma la plasticidad, la luz y la esencia de los cuadros del artista estadounidense Edward Hopper para poner en escena La América de Edward Hopper, un espectáculo teatral de su autoría que se estrena el jueves día 28 en la barcelonesa Sala Beckett.

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La dramaturga Eva Hibernia toma la plasticidad, la luz y la esencia de los cuadros del artista estadounidense Edward Hopper para poner en escena La América de Edward Hopper, un espectáculo teatral de su autoría que se estrena el jueves día 28 en la barcelonesa Sala Beckett. 

La escenografía de Jon Berrondo en la que transcurre la obra, en el cartel de la Beckett hasta el 14 de junio, recrea el universo del pintor a partir de una docena de cuadros en los que Hopper refleja la América profunda y que han inspirado a la autora una trama que no tiene nada que ver con la vida de Hopper. 

Las doce escenas de La América de Edward Hopper han ayudado a la autora a hacer visible en la obra el paso del tiempo y a “enmarcar en el espacio las estaciones de las emociones y los acontecimientos”. 

La trama de la obra de la autora riojana afincada en Barcelona no tiene nada que ver con Hopper, de quien Hibernia ha tomado también las imágenes del vestuario y utillería como guantes o las típicas maletas que aparecen en sus cuadros. 

El haz de luz diurna que se filtra a través de unas ventanas rectangulares en un lateral de la escenografía y la iluminación en general, parte muy destacada de la obra, sirven para enmarcar el lugar básico en el que se desarrolla la obra: la habitación anónima de un hotel. 

“Hopper me interesa por su neutralidad. Hay una esencialidad en sus cuadros que me permite dar saltos temporales e irme de 2009 a 1940”, ha dicho. 

Con humor y poesía, Hibernia cuenta en la obra la historia de la pareja formada por Vera (Alicia González) y Tomás (Joaquín Daniel), que basan su relación sobre todo en el juego de las palabras. 

Los personajes mantienen una actitud contradictoria, ya que ella profesa un amor incondicional por la palabra, pero perdió la capacidad de contar cuentos cuando su hermano gemelo murió en la adolescencia, y él, a pesar de que juega con la palabras, desconfía de ellas. 

Ese lugar de amor y odio a la palabra que los une se altera un día, cuando Vera encuentra la misma máquina de escribir con la que escribía cuentos a su hermano y quiere compartir ese viaje al pasado con un Tomás que no quiere participar en el juego. 

Vera empieza a escribir en la vieja máquina la historia de dos judíos polacos que escapan del nazismo viajando a América y, como ellos, Vera y Tomás emprenden un viaje a Estados Unidos, en donde juegan a ser dos extraños, simulacro que les permite conocerse de otra manera.

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