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El Puerto

Lo que yo te diga... de los primeros cien días

Luis Miguel Morales VS Quique Pedregal.

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Luis Miguel Morales | Cultivar la paciencia según para qué es altamente aconsejable. Es una muestra de saber controlar nuestras reacciones y de influencia sobre las conductas de los que nos rodean. No confundir paciencia con sumisión, ni tampoco impaciente con intolerante. Tampoco es eso.

En el libro de Job del Antiguo Testamento encontramos una historia. Léanla.
Dentro del LIBRO (sí, con mayúsculas), que sin dibujo alguno dibuja 2.000 años después una
realidad que sigue siendo igual de actual. Querido Quique, sé que lo has leído. Te lo recuerdo. Ya sabes, la  edad.

Job era un hombre próspero y feliz. Su sinopsis es clara. Dios permitió que el demonio lo sometiera a muchas pruebas que le hicieron sufrir mucho. Perdió todas sus posesiones y todos sus hijos murieron, enfermó gravemente y todo su cuerpo se llenó de úlceras. En medio de tantos padecimientos, Job no perdió su fe en Dios.

Cuando la prueba terminó, éste le devolvió más del doble de lo que tenía antes. Sí, tuvo paciencia. Y fe. Muchísima. Y vida para poderlo contar. La tuvo y venció.

Tener paciencia es por tanto tan importante como saber gestionar una transición política, como tener capacidad comunicativa y poder captar de nuevo la ilusión.

Despertar o no de la pesadilla, que dirían algunos, es la clave.

Utilizarla para construir, para trabajar, para demostrar que no fue eso, un sueño. En una de las acepciones de la RAE, paciencia es la “capacidad de soportar o padecer cosas sin alterarse”. Control. Promulgar de la política  de siempre y no predicar con el ejemplo no es coherente ni serio. Ya sabes, ésa que dice respetar los tiempos.

Sí, los 100 días. Los que deben tener los que pasan de la oposición al Gobierno. ¿Y viceversa? Tiempo de tener fortaleza, unidad, claridad, humildad, motivación y aguante.

100 días no son nada. El tiempo para que se vaya el calor y venga el otoño con otras elecciones.
Otra más. Es mucho menos que la travesía del desierto. Cuatro años no son nada y lo son todo. Paciencia. Tiempo de aprender para saber qué hay que hacer y qué no.

Quique Pedregal | Lo de los ‘cien días’ siempre me ha parecido una chorrada. Verás, Luismi, ¿hay que suponer que en cien días, con un verano de por medio para más inri, se van a poder sentar las bases de un gobierno, en principio, para cuatro años?

¿Por qué no cien minutos o cien semanas? Más aún, ¿la oposición se tiene que quedar callada, conceder esos días de gracia, porque es lo que exige el protocolo? Esto me recuerda a los de los juramentos o las promesas de los políticos que hemos estado viendo estos días, con los crucifijos de quita y pon en la mesa.

¿A qué distancia se supone que no molesta el crucifijo, a un metro, a diez metros, a diez centímetros, en la mesa de al lado o bajo ella? Además, si Dios está en todas partes, ¿qué más dará donde esté el crucifijo? Y si el político de turno no cree en Jesucristo, ¿qué más le da que esté colocado ahí, o por qué no piensa que es una figurita, un caballito de mar de bronce o algo así?

Por eso te digo que lo de los días de gracia para que el gobierno se adecúe a la situación, me parece una completa tontería. Ni en cien días, ni en cien años, la oposición va a pensar que los ediles de enfrente lo han hecho bien, y viceversa.

Esto queda muy bonito para los titulares de los periódicos y para abrir los telediarios, pero que no nos tomen el pelo. Qué más da.

Lo que hay que hacer es trabajar, trabajar y trabajar, pensando en los intereses comunes. Los gestos de los primeros días y las operaciones de marketing ya no valen.

Las intenciones y las acciones no entienden de tiempo, y menos en política. La gente quiere cumplimiento de programas y prosperidad para los suyos (salud, dinero y amor, que es lo mismo). Lo demás es perdernos en discusiones banales. Lo que yo te diga.

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