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Barbate

Una amenaza real

Ese fuego nos hará reyes de nuestro destino y con él iluminaremos el infierno al que mandaremos a todos los hijos de la gran puta que hicieron, hacen y harán daño a nuestro pueblo. Y aquí se acaba el viaje, regrese a Palacio, pero no olvide que esto, por desgracia, no ha sido un sueño, esto es una a

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Hola, buenas, me llamo Younes y vengo de parte de todo un pueblo. Así que como usted ya es Rey de todas las Españas, Felipe VI se llama, si no le importa coja mi mano y véngase conmigo aquí cerca, a Barbate, ese pueblo marinero y con alma de artista que está junto al campo ese de juego al que viene una vez al año para coordinar unas maniobras militares. Sí, le hablo del Retín y no me haga usted un Urdangarín, no me mienta, que sé que usted, señor Rey, antiguo príncipe, ha estado varias veces dando por saco, por no decir por culo, a bordo de un barquito de guerra frente a las costas barbateñas.

Así me gusta más, de mi mano va usted a viajar hasta una sucursal del Paraíso en la tierra, hasta Barbate. Espero que no se le haya hecho largo el viaje, pero mi mano es mano de pobre y no tiene muchas comodidades. De todas formas no le contaré lo que con ella hago en soledad, porque si no es capaz usted de vomitar. Pero sigamos que ya hemos llegado…

Mire, allí, en ese local y a las puertas de esa iglesia, grupos de personas dan comida a cientos de familia que no es que no lleguen a fin de mes, es que no llegan ni al día 3. Algunas de esas familias jamás le reconocerán que pasan hambre, que la miseria es dueña de sus horas, que los potitos del niño tienen el sello de la Cruz Roja o que el arroz del mediodía proviene del Banco de Alimentos. Y es que ser pobre no quiere decir que se pierda el orgullo y la vergüenza. Aunque sí es cierto que los debilita como una enfermedad crónica que carcome las entrañas del paciente.

Felipe, mire esas calles, algunas parecen de Bagdad. Por esa acera caminan las abuelas, sorteando agujeros casi tan grandes como sus corazones. Abuelas que llevan una fiambrera en sus ajadas manos para que hoy coman sus hijos y sus nietos y sus nueras y sus yernos. Abuelas que se juegan el tipo y sus caderas porque el Ayuntamiento no tiene un duro para arreglar las calles, aceras, parques y jardines. ¿No me cree? Pues eso de allí, que no son trincheras, son los resto de lo que fue el Parque Infanta Elena. Y sí, parte de culpa la tendrán los políticos de uno u otro color, pero no me niegue que no es de recibo que siempre paguen justos por pecadores.

Pero aún hay más. Ponga el brazo recto. ¡Zas! Se lo partí y lo siento, señor Rey, pero necesito ahora que con el húmero roto se vaya usted al Centro de Salud o Casa del Mar para que se lo curen… aquí le espero… qué pronto ha vuelto… ¿qué dice usted monarca preparado y formado? ¿Qué tiene que ir a Vejer o Puerto Real? Pues para que vea, aquí ni su esposa Letizia se puede sacar una puñetera radiografía.

Y no le llevo a ver el estado de las viviendas sociales porque no le quiero amargar el reinado. Ni tampoco quiero llevarlo a ver los hoteles del puerto o de Trafalgar, porque sencillamente ni los cimientos están. Ni tampoco quiero que vea a esa familia llorar porque su hijo no viene este verano como tampoco vino en Navidad. Está lejos, trabajando, buscando el pan que aquí no encuentra porque se lo digo de verdad, de corazón, no es justo, no es normal, no tiene razón de ser que haya más gente en el SAE o el INEM que trabajando. Sobre todo los jóvenes, más jóvenes que usted, que dejaron de ser reyes en su casa, en su pueblo, para ser inmigrantes en Castellón, San Fernando, Barcelona, Bilbao o Lanzarote (al loro con la rima).

Podemos seguir dando un paseo por los colegios e institutos, por el Zapal donde se erige el sueño de un hospital. Podemos ver los poquitos barcos que quedan en el puerto, malviviendo en una pesadilla de reconversiones y desguaces que dura más de treinta años. Podemos ver el Polígono Industrial, pero de día, porque lo del suministro eléctrico es un problema y gordo.

En fin, son muchas las cosas que me gustaría enseñarle, señor Rey, pero me interesa que vea ese humo, esas cenizas que caen del cielo, que ensucian la orilla y el río, que se nos cuela en los pulmones como si fuera serrín, que vea ese fuego que brilla en el horizonte y que proviene de vuestros asquerosos juegos de guerra en el Retín. Esas cenizas que son un insulto a la dignidad de todo un pueblo. Ese humo que es un mordisco a nuestro orgullo. Pero no se preocupe, Felipe, que en breve ese fuego brillará en nuestros ojos guerreros y marineros. Ese fuego nos hará reyes de nuestro destino y con él iluminaremos el infierno al que mandaremos a todos los hijos de la gran puta que hicieron, hacen y harán daño a nuestro pueblo. Y aquí se acaba el viaje, regrese a Palacio, pero no olvide que esto, por desgracia, no ha sido un sueño, esto es una amenaza real.

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