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España

Amarrados al sillón

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En estos momentos del calendario otoñal, en el que el que se ha reiniciado el curso político y todo el mundo anda haciendo cábalas sobre el presente y el incierto futuro, puede ser un buen tiempo para la reflexión, y que algunos y algunas que se aferran a la poltrona contra viento y marea, decidan que no vale la pena sufrir todo tipo de penalidades y agravios, con tal de amarrarse al sillón de turno a cualquier coste individual y colectivo.
La permanencia en el poder produce disfunciones, desviaciones y deformaciones, que van configurando una especie de psicosis, en la que todo lo que ocurre debe ser porque ellos lo desean y quieren, el mundo gira a su alrededor, y cualquier contrariedad u oposición a su caprichosa voluntad, es interpretada como una agresión y traducida al victivismo político, “con lo que yo me estoy sacrificando, como es posible que no me quieran”.
Llega un momento en que algunos regidores públicos, no sólo les traiciona la palabra e incluso se les va la mano en sus pobres actuaciones, sino que pierden la cabeza y creen que hagan lo que hagan, siempre llevan razón. Según ellos, es el resto de los mortales los que están equivocados y van con el paso cambiado, y son los demás, los que se pasan el día conspirando para que dejen lo que nunca debieron coger.

En esa esquizofrenia política, que comienza a situarles fuera de la realidad, se vuelven miopes para analizar cualquier problema, e incapaces para adoptar una solución, entre otras cosas porque no escuchan y, claro está, difícilmente se enteran de que va cualquier historia, y viven con la fijación que se convierte en obsesión, de “aquí no me echan, ni con cazos de agua hirviendo”.

Terminan siendo motivo de apodos, burlas y chistes, alejándose de los intereses de la ciudadanía, que acaba dándole la espalda y expresando abiertamente su malestar y rechazo, que son percibidas por el ególatra o el sinvergüenza, con una actitud de resentimiento y cruzada contra todo bicho viviente que le contradiga, que ante el empecinamiento y el aislamiento del personaje, cada vez son más los que sostienen que donde mejor estaría es en su casa, liberándonos a todos de la tortura de su incompetencia.

Se iniciaron en política sin convicciones, pero con la idea clara que siempre estarían con quienes ganaran fueran del color que fueran. Construyen una escenografía en la que son primeros actores, cuando no sirven ni para figurantes o extras, y resulta cruel y patético, no sólo la falta de conciencia de nuestro protagonista sino el pavoneo de sentirse monstruos, que es alimentado por la pequeña corte que los acompaña hasta exprimir la última gota de un limón al límite de su jugo, o recoger las últimas migajas de la mesa.

Tal es su ceguera, que no es capaz de ver cómo desde hace ya un tiempo los más sinvergonzones han comenzado a girar cual veleta al viento, para iniciar de nuevo el proceso de maquillaje y metamorfosis, y al igual que los moluscos se adhieren a las piedras, agarrarse a los próximos poderosos, haciendo gala de una fidelidad inexistente y mordiendo con ardor para hacer méritos, la mano que hasta momentos antes les había dado de comer.

Ante esta situación, no está de más unas gotitas de clarividencia y pactar una honrosa salida, saber marcar los propios tiempos, antes de que les den la patada en las posaderas y tengan que irse a la fuerza y sin la dignidad de salir con la cabeza alta y por la puerta grande. Saber estar en política es un permanente ejercicio de equilibrios, en la que hemos de caminar con sensatez entre nuestras ideas y la posibilidad de hacerlas realidad, el mantenimiento de nuestra palabra y nuestras manos limpias, y la confianza en uno mismo y en el equipo de trabajo.

Renunciar al poder es un acto de generosidad, que ha de hacerse siempre sin dar portazos y con elegancia, con la tranquilidad de haber intentado hacer las cosas lo mejor posibles, y la valentía de que cualquier tiempo futuro siempre puede ser mejor.

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