Lamento desilusionarles. Somos muchos los que creemos en Dios y vivimos alegres y confiados, disfrutando, y tratando de que disfruten otros, de lo bueno, casi ilimitado, de esta vida recibida de un ser superior. Los mismos que rechazamos a quienes convierten la religión en fanatismo, que eso sí que es una amenaza. El problema no es que Dios exista, sino quienes le utilizan en su beneficio.
Decía hace poco Carlos Herrera que si Dios no ha existido y si ni siquiera fue “inventado” en tiempos de los apóstoles, sino tres o cuatro siglos después, estaríamos asistiendo a la mejor operación de marketing de toda la historia. Gracias a Dios, concretamente al Dios de los católicos, existen hoy organizaciones como Cáritas, que están salvando de la crisis a miles de españoles. En nombre de ese Dios, miles de misioneros, religiosos y laicos, están ocupándose de los desheredados del mundo, de los enfermos, de los hambrientos, de los discapacitados, de los perseguidos, de los que no tienen escuelas ni hospitales, de los desplazados, de los inmigrantes, de los sin techo... Son los que se quedan cuando todos los demás abandonan el país o el territorio amenazado. No les preguntan si creen o no en Dios, simplemente se entregan en su nombre. Seguramente somos responsables de no saber transmitir bien la imagen del Dios vivo en el que creemos, pero sería mucho mejor gastarse el dinero de la publicidad en ayudar al que lo necesita que en tratar de convencer a nadie de que Dios “probablemente” no existe. Dios es una luz que alumbra el camino y una esperanza de trascendencia para cientos de millones de ciudadanos, incluso para muchos que no creen en Él, nunca una amenaza.