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Tambucho y Emparrillao

El juego del Rey Cojo

No era recomendable, ni siquiera para los niños, ver a un rey con muletas bajo el sobaco, como si fuera un mendigo o un pirata

Publicado: 01/12/2024 ·
13:12
· Actualizado: 01/12/2024 · 13:12
  • Juego infantil. -
Autor

Manuel Varo Pérez “Ica”

Autor que cantara a su pueblo por carnavales y escribiera parte de su historia en Barbate Información, Trafalgar Información y Viva Barbate

Tambucho y Emparrillao

Narrador empedernido de un paraíso llamado Barbate, donde la naturaleza se distingue por su belleza

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A la caída de la tarde, cansados de jugar y corretear, los niños nos reuníamos para terminar el día con un plato fuerte: el “rey cojo”. Para este juego tenían que darse circunstancias especiales. Primero: el niño que hacía de "montura" (la víctima) debía ser de otro barrio o participar por primera vez; y segundo: el niño que hacía de rey debía calzar botas o zapatos de material, por entonces no muy frecuentes. Todos sabíamos la temática del juego, excepto el que hacía de "montura", que se agachaba entrelazando los dedos de ambas manos, simulando “la montura para subir al caballo”, mientras otro niño encorvado hacía de cabalgadura. El resto formábamos la comitiva que acompañaba a los dos lacayos, quienes llevaban al rey a modo de asiento móvil. No era recomendable, ni siquiera para los niños, ver a un rey con muletas bajo el sobaco, como si fuera un mendigo o un pirata.

Asignados los roles, lo más importante era encontrar una “plastulá recién plantaíta”, que por entonces se encontraba dispersa en cualquier solar, para que el rey embadurnara la suela de uno de sus zapatos. Luego, los dos lacayos transportaban al rey mientras toda la comitiva gritaba: “¡Paso al rey cojo! ¡Paso al rey cojo!”. En los tiempos actuales, se habría cambiado por: “¡Paso al rey emérito! ¡Paso al rey emérito!”. El momento culminante llegaba cuando el rey, para montar en la cabalgadura, ponía su aderezado pie sobre las manos del niño que hacía de "montura", dejando impregnada la perfumada sustancia de su zapato. Justo en ese instante, todos echábamos a correr, por miedo al indignado y agraviado niño.

A partir de ese día, el que hacía de “montura” jamás olvidaría las risas de los demás niños cuando corrían para no ser salpicados. Eso le crearía un inmenso deseo de volver a jugar al "rey cojo", claro está, cuando otro incauto ocupara el lugar de “montura”. Como todos los niños del barrio habíamos sido "montura" del hipotético trono, no importaba conceder tal honor incluso a un primo lejano que llegara al barrio, para el cual se creaba otra gran comitiva dispuesta a disfrutar y participar en este ‘juego de tronos’, a cambio de depositar toda inmundicia de esa “monarquía de mierda inventada por los niños más traviesos y maliciosos”.

Que quede claro que este juego lo hacíamos cuando aún no existía monarquía, y en los Álvarez y enciclopedias se resumía la escasa historia de los reyes: católicos, conquistadores, descubridores, expulsores y creadores también del Tribunal del Santo Oficio, comúnmente conocido como la Inquisición española (institución fundada en 1478 bajo control directo de la Corona, encargada de mantener la ortodoxia católica de sus reinos). Los niños, ajenos a tantos acontecimientos, ya preconizaban la figura de un rey cojo que, al igual que el de sus juegos, dejaría su pútrida huella sucia y pestilente en su reino de mierda.

El rey representaba fidelidad, honestidad y justicia… ejemplo de buen saber, buen sentir y buen comportamiento hacia todos sus súbditos. Hasta para los niños, el rey simbolizaba la lealtad, la ética y la equidad, no "suciedad", desvergüenza y avaricia, como el rey cojo de sus juegos. Seguro que, para no dañar su nombre o su imagen, habrían llamado al juego “El Emérito Cojo”.

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