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Más crímenes de Israel

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Por lo visto no hay modo de parar los pies al Estado israelita en su sistemática empresa de genocidio contra el pueblo palestino. Los judíos  arrasan con todo: ancianos, mujeres, niños, viviendas, escuelas, hospitales.

Después elaboran informes en los que resulta que el 90% de las víctimas son miembros de Hamás: siempre son operaciones limpias, autodefensivas y respetuosas con la población civil. Todo es mentira. Lo de Israel es una  presunta cruzada contra el terrorismo islámico. A muchos en Europa y en Norteamérica se les llena la boca diciendo que Israel es la única democracia de Oriente Medio: el mejor aliado de Occidente (del Primer Mundo) en la lucha contra el fundamentalismo musulmán. Israel es, nominalmente, una democracia, pero dispuesta a degenerarse a las primeras de cambio. Menos mal que también, muchos europeos y estadounidenses, honestos y con sentido de la dignidad, perciben el Estado hebreo como lo que, por desgracia, es habitualmente: un Estado racista, criminal, ultraviolento e  integrista de la  ley mosaica. En resumidas cuentas: un Estado filonazi que, con demasiada frecuencia, se mira en el espejo que Adolfo Hitler usaba para ensayar la gesticulación que luego acompañaría a su funesta oratoria.

Desde esta sección hemos condenado repetidas veces el negacionismo del holocausto; hemos reconocido y alabado la contribución de incontables  figuras judías a la cultura universal; hemos fustigado, sin vacilaciones, toda forma de antisemitismo declarado o encubierto; también hemos apoyado a aquellos gobiernos israelitas (siempre de signo laborista) que se han preocupado por crear un ambiente de comprensión, diálogo y cooperación con los palestinos. Hemos reivindicado, y seguiremos reivindicando, ese tesoro que es el legado sefardí. De la misma manera, hemos criticado con dureza el islamismo radical y sus componentes de violencia ciega, mesianismo, dictadura feroz y psicopatía religiosa.

No vamos a rasgarnos las vestiduras ante la más reciente fechoría israelí, ante los bombardeos inmisericordes e indiscriminados de la Franja de Gaza, ni ante la que, parece ser, inminente invasión a base de infantería y caballería (carros de combate) de dicho territorio. No vamos a rasgarnos las vestiduras ante semejante demostración de brutalidad y de abuso desproporcionado de fuerza, porque ya estamos acostumbrados a estas masacres perpetradas por el Estado de Israel. Los datos referidos al número de víctimas (muertos y heridos) están en todos los medios de comunicación. No es necesario repetir aquí las cifras del horror desatado por la Estrella de David. La clave de esta historia estriba, como ya hemos apuntado, en la enorme desproporción de las respuestas de los israelitas a las acciones de sus enemigos. A lo que habría que añadir el exterminio de civiles que siempre conllevan tales respuestas. Los judíos intervienen en estos movimientos bélicos con todo a su favor: más y mejores armas; respaldo incondicional de las grandes potencias en las que los grupos de presión hebreos gozan de particular predicamento; garantía absoluta de impunidad en relación a los organismos internacionales, a pesar de la ya clásica retórica de angelical reprobación sin mayores consecuencias, etc.

Gaza es hoy un exponente mundial de miseria y condiciones infrahumanas, donde malvive, por culpa del bloqueo israelí, un millón y medio de personas.  Hamás o Hezbolá son productos genuinos de la política intolerante, opresiva y canallesca de Jerusalén, que, para colmo, obstruye el acceso de auxilio humanitario a la región. Este disparate del asalto masivo a Gaza tendrá como efecto un notable aumento del odio palestino hacia sus martirizadores y verdugos. No sólo no constituirá una solución, sino que provocará un grave empeoramiento del problema: un problema que tiene detrás muchos responsables desde 1947, cuando la ONU aprobó la partición de Palestina. Deberíamos ser capaces de poner fin a la secular  humillación de la comunidad árabe. 

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