Rubalcaba es probablemente el político más experimentado e inteligente del actual panorama español. Tan es así que al presidente Zapatero no le queda más remedio que permitirle brillar en el universo de mediocridad en el que le gusta navegar con su Gobierno. No puede darse el lujo de prescindir de él al menos por ahora. Pero nada es permanente.
Alfredo Pérez Rubalcaba rectificó definitivamente su anterior convicción –que tal vez no fuera tanto suya como una apuesta personal del presidente– de que el final de ETA podía haber sido dialogado con una frase rotunda pronunciada hace pocos días: “ETA pudo acabar como el IRA y ha elegido terminar como el Grapo”. No hay vuelta atrás en el Rubicón que cruzó ETA con el atentado de la T-4. Ahora estamos en trámite de ir recogiendo los pedazos de la organización terrorista en la medida que el trufado efectuado por los servicios de inteligencia españoles y franceses convierten a la banda en un trámite de desintegración instantánea. En la medida que se organizan los comandos se disuelven como el café instantáneo con el coste terrible de que a veces les da tiempo de ejecutar un crimen.
Ahora los nervios florecientes en ese viejo PP que no puede vivir al margen de la confrontación pretendían colocar en un aprieto al Gobierno a cuenta de la presencia de ANV en algunos ayuntamientos vascos. No es mala idea sacarlos de los consistorios; no es sólo higiene democrática sino vehículo de eficacia antiterrorista. Pero hay que hacerlo bien, cargándose de razones jurídicas, amparados por la ley y con la certificación de que no precipitarse es tan importante como actuar. Para eso está el sabio Pérez Rubalcaba que debiera empezar a cuidarse porque tantos aciertos terminarán por ser insoportables para quienes le realizó las encomiendas.