Se cumplen este mes de septiembre noventa años de la muerte de Kenji Miyazawa (1896). Nacido en Hanamaki, al norte de la isla de Honshu, esta considerado como uno de los autores más relevantes de las letras japonesas. Educado en una familia acomodada, tuvo desde muy joven una acentuada inclinación a la literatura. A los diecinueve comenzó a publicar tankasy a lo largo de su corta vida sostuvo su devoción creadora.
La publicación de “Una luz que perdura” (Satori Ediciones) acerca al lector el sugerente universo de una poesía luminaria, trascendente, donde el ser humano es realidad circundante en torno a su espacio y a su tiempo El decir del escritor nipón se apuntala desde el espíritu aristotélico que remitía a que la naturaleza no hace nada en vano. Desde esa premisa, su yo lírico es un alma intelectiva capaz de expresarse a través del deseo de razonar y de comprender mejor un mundo que no siempre alcanza a entenderse mediante lo empírico.
YumiHoshino y David Carrión han realizado un excelente trabajo al verter al castellano la sugestiva voz de KenjiMiyazawa. Además, en su revelador prefacio, dan cuenta de cómo sus circunstancias vitales fueron determinantes en su obra. La muerte de su querida hermana Toshiko -tras una larga batalla contra la tuberculosis-, lo sumió el resto de sus días en una profunda tristeza. Se recogen en esta antología los tres poemas que le dedicó a ella el mismo día de su muerte (27 de noviembre de 1922): “Ay, esta hermanita que hoy se marchará lejos de casa./ ¿Piensas irte tú sola de verdad?/ Pídeme que me vaya contigo,/ dímelo con tus lágrimas./ Y sin embargo hoy tus mejillas tienen tanta belleza./ Colocaré la rama fresca del pino/ sobre el mosquitero verde/ y enseguida caerán gotas/ del cielo”.
Bajo el título de “Primavera y asura” apareció publicado en 1924 el primero de sus tres libros, el único que editase en vida. Sufragado por él mismo y con una tirada de mil ejemplares, su repercusión fue escasa. No obstante,el compromiso de Miyazawa con su obra no se detuvo a pesar de esta decepción ni de su frágil salud. La dureza de los inviernos de su infancia hizo mella en él, y desde 1927 hasta su muerte por neumonía en 1933, el pulso por la supervivencia fue francamente complejo: “La respiración se me acorta cada vez más,/ ahora se detiene por completo;/ y al detenerse me falta el aliento (…) Esto no está nada bien./ No hay tiempo para despedirme de nadie”.
KenjiMiyazawa fue consciente de que sus composiciones iban más allá de lo puramente poético. Él mismo las definió con un término inglés,mental skecht, “esbozos de imágenes mentales que escribo a cada momento y en las condiciones más diversas”, tal y como le confiesa en una carta fechada en febrero de 1925 a su amigo SaichiMori.
Al cabo, para el autor japonés escribir era conocer y, al mismo tiempo, desentrañar desde su propia sabiduría la naturaleza propia y común del ser, la intimidad de quien es capaz de dialogar frente a lo terrenal y lo celestial: “Grabé en mí los nombres de los dioses/ y ahora me siento estremecido por el frío”.