"Te quiero mucho. No te preocupes". Los dedos de Vlada acarician en la pantalla del móvil el último mensaje que Pavel, su prometido, le envió el pasado 16 de mayo. Tras rendirse ese día con otros combatientes ucranianos de Azovstal hace casi un mes no ha sabido nada más de él.
Poco después de dejar las armas, los militares ucranianos atrincherados en el complejo siderúrgico de Mariupol durante 82 días fueron trasladados por el Ejército ruso en autobuses a un destino desconocido.
Desde entonces casi nada se sabe de ellos.
Las madres, hermanas, esposas, y novias de los alrededor de 2.000 soldados capturados en Azovstal han creado varias asociaciones para exigir, en primer lugar, tener comunicaciones con ellos, y después, su liberación en un intercambio por prisioneros rusos.
Vlada, que prefiere no revelar a Efe su apellido, sabe que su prometido había sido herido por metralla en las piernas durante el asedio. El pasado 20 de mayo un desconocido le escribió en su Instagram un mensaje contando que Pavel había recibido tratamiento médico y se encontraba bien.
Pero no sabe quién es el que le escribió ni si es cierto lo que sostiene. Según ha podido saber, Pavel se encuentra en la autoproclamada República Popular de Donetsk.
"No sabemos en qué condiciones está ni si ha recibido de verdad ayuda médica", se queja. Todo está envuelto en la incertidumbre.
"Queremos que la comunidad internacional fuerce a Rusia a aceptar que la Cruz Roja pueda acceder al lugar en el que están los prisioneros", demanda.
Vlada recuerda una vida plácida en Mariupol antes de la guerra como si fuera algo de un pasado remoto: ella trabajaba como dependienta en una tienda, Pavel en la construcción. Al empezar la guerra, Pavel, entró en la Guardia Nacional.
"Teníamos una buena vida, todo era muy tranquilo. Mariupol era una ciudad moderna y bonita. Ahora está todo destruido", cuenta con un hilo de voz.
La historia de Natalia, de 34 años, es similar, aunque en este caso el prisionero es su hermano menor, Artem, de 26, de quien no tiene noticias desde el 16 de mayo.
"Hemos tenido contacto con la Cruz Roja, pero de momento no hay forma de comunicarse con los prisioneros", lamenta Natalia, que lucha para que la situación de esos soldados no caiga en el olvido.
"Sabemos que Artem está vivo, pero no cómo está, qué come, su estado de salud o cómo lo tratan", explica. Artem también fue herido en las piernas por metralla durante el asedio ruso.
El Comité Internacional de la Cruz Roja registró los nombres de los prisioneros de la planta para realizar un seguimiento, pero no ha podido contactar con ellos. Según la Convención de Ginebra de 1949 la Cruz Roja debe tener acceso inmediato a todos los prisioneros de guerra.
UN SÍMBOLO DE RESISTENCIA
Los soldados de Azovstal se han convertido en un símbolo: para Ucrania son héroes que mostraron un enorme coraje al resistir durante meses un asedio brutal, mientras que Rusia los demoniza como "criminales nazis" que deben ser juzgados.
La defensa estuvo liderada por el Batallón Azov, que Rusia presenta como una milicia "nazi", algo que Ucrania niega y recuerda que la unidad ha sido reformada e integrada en sus fuerzas armadas regulares.
"Nuestros soldados estaban en nuestro país, en nuestra ciudad, defendiéndola de una agresión exterior, no son criminales sino héroes", defiende Natalia, cuyo hermano era un soldado profesional de Azov.
Ambas piden que la comunidad internacional presione a Rusia para que respete el derecho internacional humanitario, y aunque confían en un intercambio de prisioneros, también sienten "inquietud" y "miedo" si se crease un tribunal para juzgarles.
¿UN TRIBUNAL?
"Los rusos son muy agresivos con los defensores de Azovstal y conocemos lo que ha pasado con los voluntarios", reconoce Vlada, al recordar la sentencia dictada por un tribunal de la autoproclamada República Popular de Donetsk contra tres combatientes extranjeros que luchaban en el Ejército ucraniano.
Esa región separatista que sólo Rusia reconoce tiene en vigor la pena de muerte.
Numerosas organizaciones internacionales ha criticado esa sentencia como una violación flagrante de la Convención de Ginebra: Rusia no puede transferir prisioneros capturados a otra entidad y esos voluntarios, dos británicos y un marroquí, estaban integrados en las fuerzas armadas ucranianas, por lo que no eran "mercenarios".
Denis Pushilin, el líder respaldado por el Kremlin en Donetsk, ha señalado que la región trabaja con Rusia en la composición de un tribunal para juzgar a los combatientes de Azovstal y que algunos "criminales nazis" deben rendir cuentas.
Tanto Natalia como Vlada confían en que Rusia respete el derecho internacional y recuerdan que Moscú también se beneficiaría de la liberación de 2.000 de sus prisioneros.
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