Chiclana de la Frontera es una de las ciudades que integra el Marco de Jerez. Sus viñedos, de hecho, son los más meridionales del prestigioso ámbito geográfico, aunque delimitados a la denominada zona de producción, no de crianza, a la que pertenecen en exclusiva Jerez, El Puerto y Sanlúcar. Eso quiere decir que las uvas que brotan en sus pagos pueden surtir a las bodegas de la zona de crianza, e incluso dedicarse a la elaboración de vinos propios bajo crianza biológica y oxidativa, pero no pueden comercializarse como vinos de Jerez, sino con el nombre de la ciudad, pese a incorporar el precinto de la D.O. Un hecho que puede haber dificultado el posicionamiento de sus vinos en el mercado exterior, pero que no niega la calidad de los vinos por sí mismos, ni tampoco el merecido reconocimiento de las bodegas chiclaneras, que han sabido explorar asimismo nuevas posibilidades que abarcan ya a los tintos, rosados y blancos, además de los vinos exclusivos del Marco de Jerez: finos, olorosos, amontillados, palos cortados, creams..., sin olvidar una de sus privilegiadas referencias: los moscateles elaborados con tan singular uva, utilizada igualmente para los vinos de cabeceo, de ahí la alta y exclusiva producción de creams en la zona.
En su Guía de recursos bodegueros, el Ayuntamiento de Chiclana resalta que el vino llegó a la ciudad “de mano de los fenicios en su expansión comercial por el mediterráneo. Desde entonces son muchos los hechos y acontecimientos históricos que han influenciado al sector vitivinícola y que han repercutido en la pérdida o surgimiento de un nuevo patrimonio. Hechos destacables como la ocupación francesa, el interés de la familia Bertemati en la creación de la Colonia Vitivinícola de Campano (que obtuvo la medalla de oro en la XIII Exposición Universal de Burdeos con el vino Rouge Royal), la llegada de la filoxera, o la creación del Sindicato del Padre Salado, son testimonios de la importancia y tradición vitivinícola de Chiclana”.
Hablamos de un municipio en el que llegaron a establecerse hasta un centenar de bodegas y mosteros (que solo cogían uva, la elaboraban y la fermentaban para vender el mosto), de las que apenas una decena mantienen vivo su legado en nuestros días -en la actualidad se contabilizan asimismo unos 300 viñedos-, con referentes históricos como Bodegas Manuel Aragón, popularmente conocidas como Bodegas Sanatorio, con más de doscientos años de historia, o Bodegas Vélez, con más de 150, o como Bodegas San Sebastián y Bodegas Primitivo Collantes, con más de cien años cada una, hasta otras mucho más recientes como Miguel Guerra o F.J.Ruiz, sin olvidar a la bodega de los cooperativistas, que fue refundada en 1992, pero cuyos orígenes se remontan a 1884. No obstante, y pese a la reducción del número de bodegas, no solo se han convertido en una atracción turística más para la ciudad, sino que han hecho posible de los vinos que se producen en Chiclana un símbolo más de su patrimonio cultural.
“Chiclana en los años 70 y 80 llegó a tener hasta 2.200 hectáreas de viña, porque casi el 75% de la uva se vendía a la zona de crianza, al Jerez superior, pero con la caída de las ventas se arrancaron muchas viñas y después hemos vivido el efecto de la presión urbanística, con la construcción de urbanizaciones y chalets en zonas que anteriormente se usaron para viñedo. Ahora tenemos unas 200 hectáreas de viña de elaboración. Hemos bajado muchísimo, al igual que ha pasado en el resto del Marco, que ahora solo tiene algo más de 7.000 después de haber superado las 20.000”. Lo cuenta Sebastián Aragón, gerente y enólogo de Bodegas Manuel Aragón, quien destaca las particularidades del vino del Marco que se produce en Chiclana en comparación con el de la zona de crianza: “La principal diferencia es el clima, que es más parecido al de la zona de Sanlúcar y Chipiona. El fino que se produce aquí, por ejemplo, es más ligero, con más tiempo de crianza, ya que al ser un clima más suave está criando durante todo el año; transmite más, no es tan serio como el de Jerez, y se parece más a la manzanilla que al fino, pero debido a la climatología”.
Una peculiaridad de la que también alimenta su fama la uva moscatel que se cría en las viñas de Chiclana. “La Moscatel es una uva propia de la zona de la costa, ya que necesita la brisa del mar para tener las características de aromas y gusto que da la proximidad del mar, y Jerez nos ha dejado que la elaboremos siempre los pueblos de la costa”.
Pero el nombre de Chiclana hoy día no está vinculado exclusivamente a los vinos propios del Marco, sino que ha abierto su abanico a otro tipo de vinos como consecuencia de una necesidad. “En los años 90 Chiclana ya había ganado un peso alto en el sector turístico. Se creó Novo Santi Petri y cada vez había más turistas -cuenta Sebastián Aragón-, y vimos la necesidad de aumentar los tipos de vinos. En nuestro caso nos trajimos de Francia la Sauvignon Blanc, que fue muy bien. Después siguieron los tintos, los rosados... y lo hacemos porque el cliente de hostelería tiene ya una oferta más amplia y de productos de la tierra”.
En su opinión, el éxito está estrechamente vinculado al trabajo desempeñado en las viñas. “Le damos mucha importancia a la viña, porque está demostrado que el 90% de la calidad del vino ya viene de la uva. Si conseguimos que en el momento de la vendimia la uva llegue sana, con su azúcar y su acidez, pero sobre todo sana, tenemos un 90% de calidad de ese vino que vamos a hacer. El tema del campo es fundamental, ya que determina la calidad de un vino”.
Hace algunos años, las escasas bodegas que han seguido adelante con el negocio del vino decidieron crear una Asociación de Bodegas de Chiclana en la que colaboran todos, hacen cosas en conjunto y se marcan objetivos comunes. En este sentido, colaboran activamente con la Feria de la Vendimia, que se celebra en septiembre, y, por su parte, han impulsado la Fiesta del Mosto, que tiene lugar en noviembre, por San Andrés, con motivo de la semana del Enoturismo, donde los asistentes tienen la oportunidad de probar el mosto del año.
En la actualidad tienen otros motivos para estar satisfechos con la evolución del negocio: “Hay más demanda de nuestras uvas y Jerez nos está comprando también más vino. Se ha reavivado la relación comercial con el Jerez superior”, resalta Sebastián Aragón, quien aspira a que los vinos de Chiclana ganen más espacio en el mercado internacional.
El prestigio de los vinos viejos de Chiclana
Los vinos que se elaboran en Chiclana pueden presumir de excelencia. “Nosotros siempre hemos tenido en nuestra bodega muchos vinos viejos”, apunta Sebastián Aragón. “Son reliquias que hemos ido recibiendo de nuestros antepasados”. Sin embargo, fue el pasado año cuando esas reliquias lograron la visualización merecido. Ocurrió de la mano del Equipo Navazos. “Vinieron a conocer nuestras soleras, nuestras formas de elaborar el vino, tan tradicional y tan antigua, y llegamos a un acuerdo para elaborar un oloroso y un palo cortado”. El resultado fue un Palo Cortado que recibió 98 puntos Parker y un Oloroso que recibió 99 puntos de la prestigiosa guía. El reconocimiento del gran referente del mundo internacional de los vinos “ha sido un revulsivo para Chiclana”, ensalza Aragón, más allá del propio logro para su bodega. “Nos sentimos muy orgullosos de que la ciudad esté reconocida a nivel internacional, porque ese vino se embotelló y se distribuyó en los mejores restaurantes y en las mejores vinotecas del mundo, en Nueva York, en Tokio, en Londres... y eso ha provocado a su vez que recibamos muchas visitas de masterwines, de revistas de todo el mundo, incluso de Australia, interesados por conocer los vinos que se producen en Chiclana”. No solo eso; a partir de la experiencia, la propia bodega se ha encargado de lanzar al mercado una nueva colección de vinos viejos procedentes de sus soleras e integrada por un oloroso, un amontillado, un palo cortado y un Pedro Ximénez, para avanzar en la excelencia de unos vinos que han ganado en visibilidad.