Viajeros que recalaban en Torremolinos por unos días para disfrutar de una libertad que era imposible saborear en sus países. Unos venían y otros se iban. Contaban historias de lo vivido en la ciudad que reinaba en la Costa del Sol. Años antes de aquel trasiego de turistas, aquellas que pueden explicar la mejor historia de la ciudad, ya estaban ahí. Las casas señoriales forman parte de la historia de Torremolinos y tienen mucho que contar.
La casa de María Barrabino es un gran ejemplo. Edificada a finales del siglo XIX, este palacio se mantiene aún con vida y el pasado mes de septiembre fue adquirida por el Ayuntamiento de la ciudad con el objetivo de recuperar su esplendor y que vuelva a ser emblema del centro histórico. Barrabino, que nació en Córdoba en 1866, pasó largas épocas en Torremolinos y heredó la finca, conocida como Hacienda San Miguel, de su tía doña María Melgar. Este gran caserón fue testigo de su vida familiar con su marido, Rafael Sanz Noguer, y sus dos hijas, Carmen y Lourdes. En su propia casa, ayudada por sus hijas en tiempos de extremada penuria, preparaba María Barrabino comidas para los necesitados, además de hacer otras grandes caridades. En el muro de la finca que da a la calle dedicada a la memoria de Doña María, existe una hornacina con un Cristo en su interior, hornacina que correspondía a una de las catorce del Vía Crucis que se extendía desde la Plaza Costa del Sol hasta la cima del barrio de El Calvario, tal y como señala el escritor malagueño José María Souvirón en su novela ‘Cristo en Torremolinos’. La importancia de la casa de María Barrabino es enorme, tanto a nivel provincial, como local. En primer lugar, es una de las pocas casas burguesas de la época que aún conserva todo el ornamento y la decoración que le dieran inicialmente sus dueños. En el caso de Torremolinos, la importancia radica en que la villa se encuentra ligada a los inicios de la ciudad como localidad destinada a albergar un tipo de turismo residencial.
A la playa del Bajondillo la mira des de las alturas la Casa de Los Navajas. Quien observa este palacio puede creer que ha viajado a Marruecos sin moverse de la Costa del Sol. Dividida en dos plantas, la primera de vivienda y la alta con una única sala dedicada a mirador, es de estilo Neomudéjar. Además, los zócalos que decoran el exterior proceden de Toledo y Talavera. En 1991, la Casa de Los Navajas fue declarada inmueble de Interés Histórico por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Desde el año 2000 pertenece al Ayuntamiento de Torremolinos, que lo emplea para eventos y se encuentra abierto al público para su visita.
Carlota Alessandri, propietaria del Cortijo de Cucazorra, decidió convertirlo en un parador en el año 1934. Mujer pionera convirtió este espacio en el Parador Montemar, lugar que atrajo desde un principio a los ingkeses. Fue la misma Alessandri, que hoy en día da nombre a una de las principales avenidas de la localidad, la que solicitó en 1945 acotar un espacio de la playa de La Carihuela para uso exclusivo de los huéspedes del parador. Torremolinos le debe algo más que un agradecimiento a María Barrabino, la familia Navajas y Carlota Alessandri.