El último domingo del año acogió la celebración eucarística de la Fiesta de la Sagrada Familia. La Plaza Colón de Madrid fue el punto de encuentro para miles de personas, llegadas desde toda España, para dar testimonio de su fe cristiana, pero también como emblema: la familia tradicional como soporte fundamental para afrontar la actual crisis. Para muchos fue un gran día, para otros, la mejor fuente de inspiración para hacer chistes fáciles, los mismos que no se atreven a hacer sobre otras religiones, a riesgo de que les prendan fuego a su casa o su negocio.
Hubo, no obstante, protagonismos sospechosos, como el de Kiko Argüelles, el iniciador del Camino Neocatecumenal, quien nos legó una frase tan lapidaria como arbitraria: “Divorcios, adulterios, fornicaciones, la televisión, las películas... cómo podemos vivir en una sociedad así, que está destruyendo el amor y la familia”. Si tenemos en cuenta que “divorcios” (o separaciones), “adulterios” y “fornicaciones” han existido desde el principio de los tiempos, parece complicado responder ahora a una pregunta que lleva siglos sin respuesta; pero, del mismo modo, nos lleva a los dos elementos discordantes del discurso: “la televisión” y “las películas”. Ya sabemos que hay mala televisión, pero también buena televisión, como también hay malas y buenas películas, incluso muy buenas películas que harían escandalizar al bueno de Kiko Argüelles.
Al menos, hay algo en lo que sí estamos de acuerdo con él: lo malo nos repugna a todos, pero tampoco creo que esté en el seno de la familia la clave que nos impulse a hacer zapping para cambiar de Sálvame a Salvados, o del Tarot al Día del Señor, sino en la educación y en los valores inculcados a la sociedad, empezando por los mismos planes de estudio elaborados por un Ministerio o una Consejería de Educación. Claro que, entrar en esa materia, ya son palabras mayores, y tampoco creo que fuera aquel domingo ni el momento ni la ocasión de hacerlo.
Respeto, en cualquier caso, la debatida frase, aunque no esté de acuerdo con ella, sobre todo por su falta de concreción. Y no me refiero a que después de la televisión y las películas pudiera haber citado también libros como las
50 sombras de Grey, sino a su falta de acierto al escudriñar un poco más en aquellas otras cuestiones que también están destruyendo a muchas familias y sobre las que la Iglesia sigue sin opinar abiertamente, sin miedo, incluso sin prejuzgar, solo por sentido común, caso de muchos de los desahucios ejecutados o de los casos de corrupción y frenética avaricia que han alimentado esta crisis que de manera tan estoica llevan soportando desde hace varios años familias de todo el mundo, muchas de ellas como estandarte de la fe cristiana proclamada en Colón hace una semana.
Y conste que no solo las familias, sino la propia Iglesia, a través de Cáritas, hermandades, asociaciones de fieles y congregaciones religiosas, está ayudando a soportar el duro trance a otras muchas familias y personas, pero tampoco debe olvidar su posición activa en la comunidad de toda una nación, porque un país no puede salir adelante a base de caridad, sino favoreciendo la creación de empleo y el acceso a una vivienda digna, y, además de luchar contra el aborto, la Iglesia debe aprovechar su posición de privilegio entre las esferas del poder para reivindicar ante quienes nos gobiernan otros aspectos esenciales en la vida de las personas e igualmente arraigados en los valores cristianos.
Por lo demás, el señor Argüelles puede estar tranquilo por lo que a mí respecta: cuando esta mañana abramos los regalos de Reyes no me esperan ni pelis guarras, ni la última temporada de
Californication, ni la continuación de las
50 sombras de Grey -mi amigo Younes aprovecharía su peculiar ocurencia para decir que el presupuesto de este año no daba para tanto-, y hasta me conformaría con que llegada otra gran celebración eucarística se proclamaran mensajes que no parezcan evocados de hace cien años atrás, claro que eso sería como esperar que PP y PSOE fueran de la mano hasta las puertas de San Telmo, Moncloa o Bruselas para hacer valer nuestra voz y nuestras necesidades. Antonio Sanz dijo hace un par de meses que ése iba a ser su objetivo. El tiempo nos ha dado la razón a los demás.