Este sábado se celebra el
Día Internacional de las Personas Enfermas. De todas. Pero, especialmente, hay un sector de la población en el que las enfermedades comienzan a hacerse crónicas una vez que se supera una determinada edad. Es el momento de los dolores, de los achaques, cuando el cuerpo comienza a resentirse del paso del tiempo. Pero esos dolores, ese malestar, puede que no sea el único.
“Es frecuente que el dolor crónico en la ancianidad esconda otro tipo de malestar”. Así lo entiende el doctor Juan Carlos Durán, geriatra y director médico del Hospital San Juan Grande de Jerez.
“Muchas veces -expone-, tendemos a centrarnos solo en lo físico y lo material: las pastillas, la comida, el aseo…. Pero nos olvidamos de que las personas tenemos también un componente emocional y otro espiritual. En muchas ocasiones, intentamos calmar con pastillas un dolor que se solucionaría mucho mejor atendiendo las carencias afectivas y o espirituales que lo están provocando”. De ahí que defienda que a la hora de analizar dichas necesidades, es importante, por un lado, tener en cuenta el estado de salud de la persona a la que hay que cuidar y, por otro, no olvidar que las necesidades afectan tanto al aspecto físico, al material, y por supuesto al psicológico-emocional y al espiritual.
Durán, geriatra con más de 30 años de experiencia profesional en el cuidado de las personas mayores, considera vital atender las necesidades específicas en el cuidado de este segmento de la población cada vez más numeroso, pero también subraya lo importante que resulta aprender a envejecer para cada uno de ellos. “El envejecimiento es un proceso natural que provoca rechazo. Es muy habitual que las personas se enfaden o se sientan incómodas cuando empiezan a verse arrugas o canas; o cuando se sienten torpes a la hora de andar o de levantarse del sillón. Por ello, para evitar el muy habitual malestar psicológico asociado a la vejez, todos deberíamos aprender a asumir y aceptar que vamos a envejecer”.
En este sentido,
la depresión y la ansiedad son unos de los motivos habituales de consulta en esta etapa de la vida. “Necesitar ayuda para hacer las cosas; no aceptar el envejecimiento; la disminución de las actividades sociales y lúdicas; la pérdida de seres queridos; la disminución de recursos económicos… son factores que pesan considerablemente en el ánimo de las personas en esta franja de edad. Por norma, tendemos a recetarles antidepresivos o ansiolíticos, pero yo tengo un lema que comparto habitualmente con mis pacientes: más zapatillas y menos pastillas; para hacerles entender la necesidad de mantenerse activos (dentro de sus posibilidades de movimiento e independencia) así como de socializar”.
A este respecto, Durán alude a lo mucho que las personas mayores no dependientes pueden aportar en el cuidado y acompañamiento de los más dependientes, puesto que por cercanía de edad y de coincidencia socio-cultural son las mejor pueden empatizar con ellos y ofrecerles un acompañamiento de calidad, por lo que las anima a implicarse en “grupos pastorales, de catequesis o de voluntariado ya que, al mismo tiempo que les permite sentirse útiles y activos, resulta beneficioso para los demás”.
El reconocido geriatra no obvia igualmente otras cuestiones más delicadas vinculadas a las personas de más edad.
De un lado, una de las enfermedades asociadas al envejecimiento que provocan más inquietudes: la demencia. “Los trastornos de comportamiento que surgen conforme va avanzando la enfermedad provocan un serio desgaste en el entorno familiar del enfermo, por lo que en estas circunstancias hay que tener en cuenta no sólo las necesidades del paciente, sino también las de las personas que le cuidan”.
Del otro, y con un enorme grado de complejidad, las necesidades que surgen en la etapa del final de la vida, momento en el que, al deterioro físico, hay que sumar otras circunstancias afectivo-espirituales como el agotamiento vital, el miedo al dolor, la incertidumbre de cuándo llegará el momento del fallecimiento, la necesidad afectiva de reconciliarse con familiares y/o amigos, incluida la necesidad espiritual de reconciliarse con Dios.
“Desde el punto de vista del cuidado del enfermo, este es el momento en que las necesidades de empatía, respeto, cariño y acompañamiento se hacen especialmente evidentes. Y es, sin duda, el momento en que el aspecto espiritual de las personas cobra un especial protagonismo. Por ello, es necesario que el entorno familiar y las instituciones socio-sanitarias lo tengan presente para poder ofrecerles un final con la dignidad que se merecen”.