El Fondo Monetario Internacional (FMI), que tiene entre sus paredes la mayor concentración de doctores en finanzas de Washington, ha reconocido que su obsesión con los países en desarrollo le cegó la crisis que se cocinaba en EEUU y Europa.
Es algo que le han echado en cara Brasil y otras de las naciones emergentes que han soportado su mirada inquisidora durante décadas, pero hasta ahora el organismo no había hecho acto de contrición.
El mea culpa ha llegado en un documento sobre las lecciones de la crisis encargado por sus países miembros y que será analizado por el G-20 en su cumbre del próximo 2 de abril en Londres.
En el informe, la gerencia del FMI reconoce no haber detectado el peligro de que el hundimiento de los precios inmobiliarios en EEUU destapara una pirámide levantada sobre los pies de barro de miles de préstamos de mala calidad.
El Consejo Ejecutivo del organismo fue más allá en una sesión dedicada al tema a finales de febrero y cuyo contenido acaba de ser divulgado.
En ella, los directores se quejaron de que uno de las fallos graves que permitieron que se gestara la crisis fue la falta de avisos del Fondo y de otras fuentes sobre las manzanas podridas ocultas en los sistemas financieros de los países desarrollados.
Reza Moghadam, director del departamento de Política y Revisión, reconoció el viernes que la institución estaba “muy enfocada en los riesgos existentes en los mercados emergentes y no tanto en los países avanzados”.
Las últimas crisis habían comenzado en México, Brasil, Tailandia y Rusia, pero la actual situación demuestra que los problemas en los países desarrollados, aunque menos frecuentes, son mucho más desastrosos para el mundo.
De aquí en adelante, la gerencia del FMI deberá vigilar “todo tipo de riesgos del sistema (financiero), igual en países avanzados que en los mercados emergentes”, según el Consejo Ejecutivo.
Los países ricos, que dominan los órganos de decisión del Fondo, no siempre han sido receptivos a las sugerencias de sus expertos.
Estados Unidos, por ejemplo, no ha permitido aún que el organismo analice de forma confidencial la salud de su sistema bancario, aunque se prevé que lo haga el próximo año, según dijo a Efe una fuente de la institución.
En el caso de la actual crisis, el problema no fue, sin embargo, que los gobiernos hicieron oídos sordos a las críticas del Fondo, sino que éste no las emitió.
En cambio, sí hubo avisos de "riesgos claros y crecientes" en los informes del Banco Internacional de Pagos (BIP), una organización que promueve la cooperación monetaria internacional, según se admite en el informe del FMI.
Moghadam argumentó que "nadie predijo la crisis de la forma en que se desarrolló", un sentimiento compartido por los inversores que han perdido millones con la caída de las bolsas.
Es el Fondo, sin embargo, el que se lleva más culpa, pues se trata de la institución encargada de vigilar la estabilidad financiera mundial.
En sus informes previos a la crisis su caballo de batalla fueron los desequilibrios por cuenta corriente, reflejados en el alto déficit externo de Estados Unidos y el superávit chino.
Aunque ese desajuste empeoró la situación al abaratárse el crédito en Estados Unidos, la raíz del problema ha sido, en realidad, la falta de regulación financiera, según el director gerente del FMI, el francés Dominique Strauss-Kahn.
Eran muy diferentes las palabras del Fondo antes de la crisis, cuando tenía "una visión optimista en general" de los exóticos títulos financieros que debían minimizar el riesgo, pero que en la práctica lo ocultaron, según el documento.
Estados Unidos y Reino Unido, los países que comparten la tradición de dar máxima libertad a los mercados, eran entonces las niñas de sus ojos.
Ahora, la consigna que el FMI lleva al G-20 es más regulación y la promesa de ser el vigilante imparcial que no mira sólo para un lado.