Esta noche regresa a las tablas del Teatro Villamarta la representación del Macbeth de Verdi, tras su notable estreno en la noche del pasado jueves. El montaje, séptima producción propia del coliseo jerezano, ha superado con nota las dificultades de su puesta en escena -marcadas por el escaso margen de tiempo de que se ha dispuesto-, y también, en la noche del estreno, la de la adversidad ocasionada por un resfriado vírico del que era víctima el protagonista principal de la obra, el barítono mexicano Carlos Almaguer, quien hizo frente a un doble reto en la noche inaugural: el del estreno y el de mantener el temple de su propia voz.
No obstante, la mayor parte de las miradas estaban depositadas este mismo jueves en la soprano jerezana Maribel Ortega, que debutaba ante sus paisanos en el complicado rol de Lady Macbeth, auténtica instigadora de los asesinatos que mantienen a su marido en la corona de Escocia y eje fundamental en el desarrollo de esta historia de maquiavélicas ambiciones que contrastan, por otro lado, con las ambiciones artísticas del Teatro Villamarta, que ha apostado por un arriesgado montaje escénico que subraya esta tragedia en tinieblas, tan oscura como los deseos y culpas de la pareja protagonista.
Carlos Almaguer y Maribel Ortega ya habían coincidido con anterioridad, en idénticos papeles, en otro montaje previo de Macbeth por el que recibieron unas meritorias y favorables críticas. Pero el Teatro Villamarta ha ido más allá a la hora de propiciar su reencuentro en el escenario. De un lado, apostando por la dirección musical de Miquel Ortega, uno de los mejores conocedores del género operístico en España, al frente en este caso de la Orquesta Filarmónica de Málaga; y, del otro, por la dirección escénica del sevillano José Luis Castro y la escenografía del cordobés Jesús Ruiz, de cuya mano proceden los principales avances creativos de esta puesta en escena, que juega con la movilidad de un grupo de paneles para configurar cada estancia y con la proyección audiovisual de imágenes con una doble función, la de telón de fondo y la de recrear las visiones y temores del protagonista.
Es, sin duda, uno de los componentes que acaparan la atención del espectador desde el primer momento, ya que contribuye a envolver toda la interpretación entre un halo fantasmagórico, impregnado de sombras y reflejos, y el vacío inhabitable de los muros interiores del castillo, donde se forjan las traiciones y sólo luce el destello de las llamas en la eclosión definitiva del lance del asesinato. Hay, en este sentido, un cuidado protagonismo escénico para evitar que la música y la interpretación queden en segundo plano, aunque en ocasiones resulta molesta la presencia del telón transparente desplegado en primera línea para recrear las proyecciones realizadas.
Resuelto con éxito el artificio artístico, el valor definitivo de la obra queda en manos de sus intérpretes. Almaguer, de experimentada carrera en las principales óperas verdianas, nos hizo olvidar desde la primera escena su anunciado resfriado, aunque, como apuntábamos, la atención se depositaba en Maribel Ortega. El rol de Lady Macbeth ha formado parte de su repertorio en varias ocasiones, pero el hecho de afrontarlo ante el público de su ciudad natal condicionaba. Su voz pareció dudar en un par de notas en su primera interpretación, tal vez un mero espejismo que quedó en nada por su capacidad, no sólo para adueñarse de la escena en todo momento, sino para crecer en intensidad vocal y, más aún, en su faceta dramática, hasta construir una excelente Lady Macbeth.
Dividida en cuatro actos, hay que hacer mención especial a la configuración escénica del último de ellos, que, por otro lado, contribuye a conservar un mejor recuerdo de la función. En primer lugar, por la decidida vocación artística, casi pictórica, de las escenas representadas -el marco bajo el que el coro del Villamarta (brillante intervención) entona el “Patria oppressa” posee una fuerza demoledora, así como el fondo marino y estrellado ante el que hace su aparición Lady Macbeth-, y, a continuación, por la enriquecida incorporación vocal del tenor Francisco Corujo, decisivo en el desenlace de la historia.
El público respondió con aplausos agradecidos y algunos vítores a su emocionada y triunfante paisana.