"Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me dijo que estamos hechos de historias".
Eduardo Galeano.
Por a saber qué perversa razón de esta mente que de fábrica debería venir con desconexión automática tipo interruptor en el cogote para así, cuando uno quiera, pulsar para echarse al vacío mental, me perdí este caluroso agosto bastón en mano por los montes gallegos camino de Santiago. A uno, lo confieso, no le mueven profundas razones religiosas, el sobre esfuerzo físico tampoco sería el método elegido para soltar adrenalina, es indudable que existen maneras mucho más cómodas de hacer turismo y el senderismo, en definitiva, no es más que el deporte de los vagos, al margen de que la estampa de peregrino propuesta es perfectamente prescindible. Descartada la búsqueda de uno mismo porque temo hace mucho me encontré, solo queda la mística en su vertiente espiritual para justificar cruzar, paso a paso, un sendero de más de un centenar de kilómetros siguiendo siempre una pequeña flecha amarilla; eso y/o la errónea idea de soltar algún kilo de más en medio del verano, pocos sobre este cuerpo fibroso, ejem, porque Galicia no perdona y se come y bebe realmente bien allí donde el cuerpo decida acomodar descanso.
Andar tanto da para pensar mucho, con lo bueno y malo que eso tiene. Al camino le preguntas cosas y éste suele responder otras, todo en un acto extraño de intimismo elevado a su máxima expresión porque el paisaje que rodea el andar es tremendo y ante él no cabe duda que la pregunta recurrente es de dónde y cómo tan grande y hermoso todo. También ayuda una compañía de senderistas llegados de todo el mundo; franceses, ingleses, alemanes, japoneses y muchos españoles en todas sus vertientes, incluso catalanes amables y simpáticos que en ningún caso anudaron lazos amarillos en el vallado y que, conste, hablaban de todo menos de política. Buena gente. Trabajadores de la
Seat en Martorell y enamorados de Cádiz, de su costa en Caños y Zahara gracias a la pasión que le puso explicándoles un compañero emigrado allí nacido en Grazalema
-"Un tío súper simpático", decían-.
Todo el mundo camino de Santiago disfruta y sufre quizás porque el parsimonioso tránsito es como la vida misma -en una pared reza:
"La vida es corta pero ancha" y, claro, te devanas la sesera dos kilómetros con la frase...-. A medida que avanzas resulta evidente que si algo une a todos es la búsqueda y alguna respuesta a muchas preguntas, algunas quizás dentro de uno mismo y que solo necesitan del marco adecuado para escapar de su encierro. Grupos de amigos, familias, parejas caminan en un ejemplo hermoso de civismo y respeto, cada cual con sus cosas.
Te acompaña el dolor. A algunos seguramente concentrado en el alma, en mi caso se centraba más bien en los pies. Base de talón, tobillos, dedos, gemelos, rodillas y vuelta a empezar, pero la mente es poderosa y sabe dominar la situación para que, paso a paso, el dolor se convierta en rítmico y casi gustoso hasta que una parada en el camino lo calma lo suficiente hasta que las fuerza te mueven a seguir andando; la vida es así, piensas, lo conveniente es tener siempre buena compañía, personal o espiritual, de manera que resulte motivador el andar aunque no entiendas muy bien hacia dónde. Ni por qué.
No ves durante días el telediario y, claro, eso ayuda una barbaridad, de hecho te ahorras días de pensar en cuál de los dos bandos has de ponerte: si en el que ata lazos amarillos o en el que los quita, si en el que quiere exhumar a Franco o entre los que prefieren dejarle donde está cuando, en realidad, lo que sí sabes es que nunca te gustaron los bandos, ni las bandas -salvo las de música-. En todo caso resulta un horror comprobar cómo de pronto palabras como Franco o franquismo han vuelto al vocabulario del presente y no entiendes a cuento de qué, salvo claro está el manejo de la opinión pública de expertos para centrar el debate nacional en un asunto que afecta a los ciudadanos exactamente en nada. La esterilidad en la gestión pública está de moda, por lo que se ve.
Un día, a una hora determinada de la mañana, subes un cerro y ves al fondo Santiago de Compostela. La bajada, entrada en la ciudad con callejeo hasta la plaza del Obradoiro después de tanto andar es, sinceramente, indescriptible ante la mezcla de esfuerzo, emoción y belleza. Casualidades, a mi lado una familia de paisanos también llegaba y contaban que al día siguiente lo hacía un conocido que salió desde Jerez 46 días antes mochila a cuestas para cruzar España hasta Santiago durante todo el verano. Cosas que la gente hace. Después, abrazo al Santo, misa del peregrino y sentarse unas horas en esa plaza contemplando el bullir de personas con sus historias, con sus vidas, con sus anhelos, muchos con lágrimas al llegar, resulta una estampa única de las cosas importantes que en definitiva nos trae una vida donde uno busca la felicidad y la encuentra en ese tiempo que gasta en hacer lo que te gusta o con quien te gusta. Decía el ex presidente de Uruguay José Múgica:
"Si sos joven tienes que saber esto: la vida se te escapa, se te va minuto a minuto y no puedes ir al supermercado a comprar vida. Lucha por vivirla y por darle contenido...". Eso, pienso ahora, significa aquello que leí sobre que es corta pero ancha.
Arranca el curso después de la necesaria parada en el camino y ha tocado hacerlo así. Uno de los libros devorados entre dunas este verano ha sido
El libro de los abrazos de Eduardo Galeano, cuyo párrafo inicial me sirve para cerrar hoy y abrir la verja:
"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó: dijo que había contemplado desde arriba la vida humana y dijo que somos un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende".
Bomarzo
"Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me dijo que estamos hechos de historias".
Eduardo Galeano.
Por a saber qué perversa razón de esta mente que de fábrica debería venir con desconexión automática tipo interruptor en el cogote para así, cuando uno quiera, pulsar para echarse al vacío mental, me perdí este caluroso agosto bastón en mano por los montes gallegos camino de Santiago. A uno, lo confieso, no le mueven profundas razones religiosas, el sobre esfuerzo físico tampoco sería el método elegido para soltar adrenalina, es indudable que existen maneras mucho más cómodas de hacer turismo y el senderismo, en definitiva, no es más que el deporte de los vagos, al margen de que la estampa de peregrino propuesta es perfectamente prescindible. Descartada la búsqueda de uno mismo porque temo hace mucho me encontré, solo queda la mística en su vertiente espiritual para justificar cruzar, paso a paso, un sendero de más de un centenar de kilómetros siguiendo siempre una pequeña flecha amarilla; eso y/o la errónea idea de soltar algún kilo de más en medio del verano, pocos sobre este cuerpo fibroso, ejem, porque Galicia no perdona y se come y bebe realmente bien allí donde el cuerpo decida acomodar descanso.
Andar tanto da para pensar mucho, con lo bueno y malo que eso tiene. Al camino le preguntas cosas y éste suele responder otras, todo en un acto extraño de intimismo elevado a su máxima expresión porque el paisaje que rodea el andar es tremendo y ante él no cabe duda que la pregunta recurrente es de dónde y cómo tan grande y hermoso todo. También ayuda una compañía de senderistas llegados de todo el mundo; franceses, ingleses, alemanes, japoneses y muchos españoles en todas sus vertientes, incluso catalanes amables y simpáticos que en ningún caso anudaron lazos amarillos en el vallado y que, conste, hablaban de todo menos de política. Buena gente. Trabajadores de la
Seat en Martorell y enamorados de Cádiz, de su costa en Caños y Zahara gracias a la pasión que le puso explicándoles un compañero emigrado allí nacido en Grazalema
-"Un tío súper simpático", decían-.
Todo el mundo camino de Santiago disfruta y sufre quizás porque el parsimonioso tránsito es como la vida misma -en una pared reza:
"La vida es corta pero ancha" y, claro, te devanas la sesera dos kilómetros con la frase...-. A medida que avanzas resulta evidente que si algo une a todos es la búsqueda y alguna respuesta a muchas preguntas, algunas quizás dentro de uno mismo y que solo necesitan del marco adecuado para escapar de su encierro. Grupos de amigos, familias, parejas caminan en un ejemplo hermoso de civismo y respeto, cada cual con sus cosas.
Te acompaña el dolor. A algunos seguramente concentrado en el alma, en mi caso se centraba más bien en los pies. Base de talón, tobillos, dedos, gemelos, rodillas y vuelta a empezar, pero la mente es poderosa y sabe dominar la situación para que, paso a paso, el dolor se convierta en rítmico y casi gustoso hasta que una parada en el camino lo calma lo suficiente hasta que las fuerza te mueven a seguir andando; la vida es así, piensas, lo conveniente es tener siempre buena compañía, personal o espiritual, de manera que resulte motivador el andar aunque no entiendas muy bien hacia dónde. Ni por qué.
No ves durante días el telediario y, claro, eso ayuda una barbaridad, de hecho te ahorras días de pensar en cuál de los dos bandos has de ponerte: si en el que ata lazos amarillos o en el que los quita, si en el que quiere exhumar a Franco o entre los que prefieren dejarle donde está cuando, en realidad, lo que sí sabes es que nunca te gustaron los bandos, ni las bandas -salvo las de música-. En todo caso resulta un horror comprobar cómo de pronto palabras como Franco o franquismo han vuelto al vocabulario del presente y no entiendes a cuento de qué, salvo claro está el manejo de la opinión pública de expertos para centrar el debate nacional en un asunto que afecta a los ciudadanos exactamente en nada. La esterilidad en la gestión pública está de moda, por lo que se ve.
Un día, a una hora determinada de la mañana, subes un cerro y ves al fondo Santiago de Compostela. La bajada, entrada en la ciudad con callejeo hasta la plaza del Obradoiro después de tanto andar es, sinceramente, indescriptible ante la mezcla de esfuerzo, emoción y belleza. Casualidades, a mi lado una familia de paisanos también llegaba y contaban que al día siguiente lo hacía un conocido que salió desde Jerez 46 días antes mochila a cuestas para cruzar España hasta Santiago durante todo el verano. Cosas que la gente hace. Después, abrazo al Santo, misa del peregrino y sentarse unas horas en esa plaza contemplando el bullir de personas con sus historias, con sus vidas, con sus anhelos, muchos con lágrimas al llegar, resulta una estampa única de las cosas importantes que en definitiva nos trae una vida donde uno busca la felicidad y la encuentra en ese tiempo que gasta en hacer lo que te gusta o con quien te gusta. Decía el ex presidente de Uruguay José Múgica:
"Si sos joven tienes que saber esto: la vida se te escapa, se te va minuto a minuto y no puedes ir al supermercado a comprar vida. Lucha por vivirla y por darle contenido...". Eso, pienso ahora, significa aquello que leí sobre que es corta pero ancha.
Arranca el curso después de la necesaria parada en el camino y ha tocado hacerlo así. Uno de los libros devorados entre dunas este verano ha sido
El libro de los abrazos de Eduardo Galeano, cuyo párrafo inicial me sirve para cerrar hoy y abrir la verja:
"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó: dijo que había contemplado desde arriba la vida humana y dijo que somos un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende".
Bomarzo