El día que nos vayamos, a éste país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió”, clamaba un joven Alfonso Guerra hace muchos años (ay... demasiados, mire usted) en alusión a cuando el PSOE dejara el poder después del Gobierno de Felipe González. Y nos asustábamos. Vamos que si nos asustábamos...
Porque Alfonso Guerra daba miedo. Con esa forma de decir las cosas como de celador antiguo de hospital echando a las visitas. Abría la boca y nos echábamos a temblar. Qué hubieran dicho más de una al escuchar como llamaba a Soledad Becerril, Carlos II vestido de Mariquita Pérez. O cuando decía que Margaret Thatcher, en vez de desodorante, se echaba tres en uno... Susto, mucho susto, encajonado en el sillón rojo del Congreso, desde donde vio (y sufrió) aquel otro Golpe de Estado, de tricornio y “todos al suelo”.
Pero cuando le he escuchado hablar de este Golpe de Estado de urnas/tupper, a mí me han dado ganas de salir corriendo. Pero no huyendo. Sino a refugiarme en los brazos del sentido común y de la valentía. Las cositas por su nombre. Sin eufemismos ni papeles de fumar. España, Constitución, aplicación de la ley, apoyo a las Fuerzas del Estado... todas esas cositas que en la boca de Puigdemont suenan sucias (para hablar de mi madre te lavas la boca que decía el otro, y para hablar de mi patria también).
Sí, ya lo sé. Que de esos polvos estos lodos. Que de los deberes sin hacer, nos encontramos con estos energúmenos. Que por escucharles (¡Ay Felipe, Ay Alfonso, Ay José María!) ahora se nos suben a las barbas. Pero no me nieguen que cuando Alfonso Guerra ha dicho que en el 23-F hubo un golpe de Estado y toda la sociedad se movilizó, pero en cambio ahora dan un golpe de Estado y ponen los ojos en la policía, más de uno hemos mirado con sorna hacia Pedro Sánchez y Margarita Robles, a los que no se les ha ocurrido mejor idea que reprobar a la vicepresidenta del gobierno. Muy útil, sí señor. A usted se le quema la casa, y se para a pelearse con el vecino porque ha llamado a los bomberos y le han roto la puerta. De locos, absolutamente de locos.
Chaquetas de pana con coderas, y visión de Estado. Buena receta para tiempos duros.