No pasa año en que podamos evitarnos noticias como la sucedida en París el día 8 de Enero. La actualidad nos destroza con la evidencia de que la barbarie, la crueldad y la absoluta carencia de escrúpulos sigue campando a sus anchas por estos mundos en los que nos ha tocado vivir.
El asesinato alevoso de doce personas cometido por fanáticos islamistas ha venido a estrellar la poca eficacia de los buenos deseos que todos nos hacemos de pedir que el mundo en que nos toca padecer sea algo más humano.
El crimen contra Charlie Hebdo, revista satírica que ejemplifica que todas las opiniones y el tratamiento que se hace de ellas ha de tener cabida en cualquier sociedad de este siglo XXI, es sobre todo fruto de la intransigencia irracional y absurda de quienes son incapaces de asumir que hay otras maneras de pensar que las estrechas anteojeras que les caracterizan. Pero si la cosa quedara ahí, a pesar de que nos siga pareciendo estúpida e infantil esa postura exclusivista de creerse ser poseedores de una verdad absoluta, en ningún caso nadie que se sienta respetuoso con la libertad de pensamiento iba a poner ningún pero a tamañas aberraciones ideológicas: todo el mundo ha de ser libre, incluso aunque sea para encadenarse a la fe ciega, al mesianismo y a esa creencia de que por despreciar aquí la vida de quienes piensan diferente vas a ganar el edén, acompañado de las peregrinas fantasías que les quieran vender. Aquí los hechos y sus trágicas consecuencias sobrepasan mucho más allá las cuestiones de ¿pensamiento? (mejor sería decir de lavado de cerebro). El asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo y de los agentes de policía que les protegían entran en la infernal paranoia de unos descerebrados intransigentes que no entienden que la libertad de pensamiento es un derecho casi tan importante como el derecho a la misma vida.
A la hora de entrar en valoraciones de los hechos desgraciadamente es general que cada uno arrime el ascua a su sardina. Seguro que aunque yo venga a denunciarlo también caeré en el mismo tópico vergonzoso por mucho que procure evitarlo.
La primera lectura que se hace habla de que esto es un atentado contra la libertad de expresión: Negarlo sería estúpido. No hace falta gastar un 130 de cociente intelectual para llegar a esta conclusión; en cambio, ¿acaso es creíble quien reivindica la libertad de expresión ante este criminal atentado e impone a sus ciudadanos una ley como la Ley Mordaza que tipifica como delito la simple expresión de sus pensamientos o de sus quejas? ¿Es que la muerte de otros trabajadores de la información, como ocurrió con José Couso, asesinado en Irak en Abril de 2003 por las tropas americanas no merece un rechazo parecido? No lo parece si no se defiende que se abra un proceso contra este asesinato, alguna vez tendremos que decirle que no al Gran Padre Blanco. En absoluto nadie deberá entender que voy a justificar a los asesinos de París, que quede muy claro.
Otra de las lecturas pasa por aislar completamente el fenómeno y separarlo de lo que significa la religión musulmana. En todos los colectivos humanos hay de todo y puede que sea injusto generalizar; pero que todavía estoy esperando que alguien me confirme que la Guerra Santa no es un precepto del Islam. En esto se basan y mientras esto no esté fuera de las máximas del islamismo me cuesta separar a unos y a a otros. Tenemos muy próximo el ejemplo de la religión católica: los delitos cometidos por miembros de la curia han sido ocultados por autoridades religiosas y civiles. Eso es complicidad. En cambio la aparición del Papa Francisco demuestra que aquí si hay quienes están dispuestos a hacer todo lo posible por acabar con ello. Que tomen ejemplo.
Se pueden seguir estableciendo comparaciones entre ambas religiones y es cierto que la iglesia católica vivió épocas de una crueldad parecida a la que ejercen hoy en día los monstruos de ISIS, Al-QAEDA y otras organizaciones próximas. Y todavía hay quien sostiene que el ser humano aprende con la experiencia.
Y como seguimos leyendo los porqués, los cómos y los cuándos, no sería malo que reflexionásemos de cómo hemos llegado hasta aquí. Siempre resulta recurrente ampararse en el origen, en la violencia social, en las condiciones de vida, como si esto fuera absolutamente determinante de parir engendros con estas deformaciones mentales. Quien realmente tiene justificación y es de aplaudir es aquella persona que con estas circunstancias es capaz de superar todo lo de negativo que le marca el entorno y es una persona con voluntad de respetar los derechos humanos, que son la verdadera barrera que determina la libertad de una y otra.
Tampoco nos vayamos a olvidar de cómo, dónde y cuándo nacen estos movimientos sanguinarios, fanáticos y redentoristas. El primer empujón para que los fanáticos yihadistas comiencen a extenderse surge cuando el Tío Sam apoya con todo tipo de armas, de ayuda logística y de financiación a los talibanes para acabar con el régimen de la República Democrática de Afganistán, que desembocó en el problema que después de 20 años subsiste con tan negativos resultados para los occidentales que se implicaron en la desafortunada aventura y, en especial, para el pueblo afgano. Citando exclusivamente los hechos más sonados: las dos guerras de Irak, en las que Papa Bush y su retoño, valiéndose de las más burdas mentiras, para acabar con Sadam Husein, provocaron otro infierno donde tampoco se aprecian visos de solución; con un panorama parecido al afgano. Igual hay quien se atreve a decir que el pueblo iraquí está mejor ahora que con Sadam. Otro capítulo muy significativo fue la guerra Libia para acabar con el régimen de Gaddaffi. Ahora no hay quien controle a los grupos islamistas y Libia es otro polvorín irresoluble. El último de los más conocidos ha sido la guerra de Siria, el mismo modus operandi, si bien alguien con un poco de cerebro presionó con el más lógico de los argumentos: ayudar a la rebelión contra El Assad es favorecer a grupos terroristas, considerados por los mismos yanquees como su peor enemigo. No olviden que el Ejército Islámico, la máxima amenaza que tenemos sobre nosotros, se ha desarrollado con esta guerra. Todo para castigar a quienes como Husein, Gaddafi o Al-Asad, se habían considerado enemigos suyos, pero solo porque pensaban distinto. ¿Alguien con sentido común es capaz de aceptar que estos suponían un peligro para los países occidentales? ¿No están ahora todos estos países mucho peor? Y sí tenemos la Espada de Damocles del terrorismo yihadista innecesariamente sobre nuestras cabezas.
Para no acabar: Esto no es tan sencillo. Así que los crímenes son crímenes y no me parece lícito que busquemos la forma de justificar lo injustificable, como las patéticas declaraciones del alucinado Wily Toledo que sale diciendo que el asesinato del policía es un montaje.
Pero los muertos están ahí.
Me queda la palabra
Je Suis Charlie Hebdo
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